Estos días en que he estado escribiendo sobre las lindezas que cometen los bancos en México contra sus clientes y usuarios, he recibido muchos correos de lectoras y lectores que me hacen el favor de comentar los abusos de que han sido objeto.
Pero los bancos no son los únicos lindos gatitos silvestres que se quieren comer a sus candorosos canarios piolines.
Tomo un ejemplo genérico que amplía la visión acerca de las injusticias que se cometen en México, de parte de empresas que nos ven como sujetos de esquilma y no como una clientela a la que se debe respetar y tomar en cuenta:
Una usuaria de Telcel, como hay millones en nuestro país, vio cómo se le descomponía en las manos su celular BlackBerry modelo Q-5, sin que el aparato hubiera sufrido algún accidente o un mal manejo.
Lo primero que ella hizo fue acercarse a un CDT (Centro de Desatención Telefónica) de la compañía que comanda Carlos Slim, a quien hemos hecho el hombre más rico del mundo con nuestros sobrepagos por el servicio que ofrece.
Después de sacar su turno y hacer poco más de 20 minutos de cola, llegó al fin hasta una ventanilla que tenía del otro lado a un funcionario o asesor o como se le quiera llamar. Eso sí: muy de tacuche y con más ínfulas de las que debe tener el propio Slim, que hasta eso dicen que es persona sencilla en su trato (que no en sus tratos, sobre todo los comerciales).
Llegó ella y le soltó al empleado su viacrucis: se me descompuso mi teléfono y me urge que lo arreglen.
Lo que sigue no es producto de mi imaginación desbordada sino la pura realidad: el tipo le dijo que el aparato debía mandarse a compostura a la fábrica de la compañía en Canadá, y que la clienta tenía que pagar 55 dólares por el envío. Además, le advirtió que el proceso entre que se iba y regresaba su BB duraría dos meses, y que la compañía canadiense podía aducir que el teléfono estaba golpeado o había sido mojado, con lo que la garantía dejaba de ser vigente. Así que además era muy probable que tuviera que pagar por la reparación.
Mi querida lectora le preguntó qué iba a hacer dos meses sin teléfono, pues necesitaba usarlo a diario y constantemente, por razones de su trabajo. El funcionario le contestó que Telcel tenía un servicio de préstamo de aparatos para esos casos… la usuaria empezó a respirar consolada, pero antes de que hiciera algo más, escuchó la triste realidad: …y que, sin embargo, todos los aparatos en préstamo ya habían sido entregados a otros clientes, así que tendría que aguantarse dos meses sin hacer llamadas ni mandar mensajes.
Ella le preguntó si podía cambiar el aparato, pero el otro le contrarremató al decirle que no podía hacer eso porque a su contrato le faltaba un año para fenecer, y sólo podía redimir sus puntos si faltaban máximo seis meses.
La lectora tuvo que comprar un aparato nuevo, a precio de oro, y pasó unos días de mucho estrés, tratando de comprender cómo funciona su flamante aunque extraño teléfono.
Y ésa es sólo una de tantas…
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