Aprovecho este espacio que generosamente me brindan para hacer un alegato a favor del voto con la calidad de libre. Prefiero que la gente vote, que no se abstenga: quien vota toma una decisión, ocupa un poco de su tiempo, sabe que hizo algo, asume una identidad al menos fugaz, puede sentirse satisfecho y, en su momento, exigir con autoridad resultados a los que ocupen los cargos por los que votó; abstenerse, sin obviar una postura política determinada y respetable, puede ser más cómodo, simple e intrascendente, apartarte de cualquier idea colectiva, de lo público y volverte irresponsable; un mal gobierno y un mal representante resulta de votos y abstencionistas – omisos, es decir, votes o no tienes que pagar las consecuencias; mejor votar y exigir.
Puede ser, por supuesto, que tanto los partidos como los candidatos en general no te simpaticen como para darles tu voto, eso es muy cierto en esta etapa de decadencia política y de la partidocracia, pero debes asumir que es lo que hay y sobre lo que tienes que tomar una decisión. Hay que acudir, si no hubiera otros argumentos, al reiterado del voto por el menos peor. Si hay opciones, tanto en algunos partidos como en la personalidad de ciertos candidatos; puede haber también una orientación local, anteponiendo el conocimiento de alguien para darle la confianza del voto.
Hace ciento cinco años se hizo una revolución por justicia social y contra el mal gobierno, cuyo lema principal fue el de «sufragio efectivo, no reelección»; el sufragio – voto se exigía efectivo en el sentido de que contara para la no reelección de Porfirio Diaz, quien había instaurado el «necesariato» por treinta años. A más de un siglo parte sustancial de esas demandas de carácter democrático siguen vigentes, ahora en la exigencia de voto libre. El anhelo por el que murieron un millón de compatriotas sigue pendiente. Por esa sencilla razón no se debe caer en el abstencionismo; nos costó mucho como nación llegar a ciertos niveles democráticos, de baja calidad y todo, como para rehuirle a una toma de partido y a la participación electoral. Creo que, en su mayoría, el abstencionismo es ausencia de compromiso colectivo. Sin votos no hay cámara de diputados, sin ellos no hay leyes ni cambios. De por sí el entramado institucional y su marco legal se orienta a perpetuar en el poder a camarillas de todos los colores cuya preferencia tajante sería que la ciudadanía no participe.
La política es tan importante como para dejarla en manos de unos pocos, hay un deber social de participación, no hacerlo es disminuirnos como ciudadanos. Hay votos cautivos y votos libres, si los primeros pesan más que los segundos, estamos perdidos. De ahí que se requiera información, cercanía, objetivos y conciencia sobre el voto; saber para que se debe utilizar, para castigar o premiar, para apoyar gente valiosa y para impulsar proyectos de interés general. No es lo mismo, dado el caso, que las candidaturas oficiales ganen con un sesenta que con un treinta por ciento, independientemente de que ocupen el cargo o no hay implícita una actitud ciudadana en ese resultado, que en otros procesos se reflejará de muchas maneras. De ahí que no hay lugar para el fatalismo, tu voto cuenta, es número y decisión, hay que hacerlo valer.
El voto debe ser libre, puede ser libre, no debe ser parte de un mercado donde se venden y se compran como mercancía. El voto debe ser resultado de propuestas, convencimiento, compromisos, perfiles y prestigios. Un voto obtenido por pertenencia a alguna asociación, por promesa de programas sociales, por despensas – tarjetas o dinero es un voto de baja calidad, sin valor democrático y sin trascendencia; esos votos debilitan a la sociedad y dispensan a los representantes de compromisos futuros. Quien gana así le debe el cargo a su presupuesto y a sus padrinos, desnaturalizando su cargo, restándole la cualidad de representante popular.
No es fácil abogar por el voto en un escenario casi generalizado de cinismo y mediocridad, hay mucho rechazo por el desencanto que han generado las alternancias ineficaces y repetitivas, hay unanimidad adversa ante partidos que no se distinguen y ante una clase política rapaz y abusiva. Sin embargo, no hay otra alternativa de transformaciones pacíficas; si habrá algunos cambios graduales, lentos o no, depende de las votaciones y las movilizaciones sociales. Este llamado es sincero, nada que ver con la hipocresía del que alienta el voto desde el corporativismo y desde cargos donde no hay trasparencia ni compromiso democrático; no se trata de premiar a nadie, finalmente es la libertad de cada quien la guía de una intención electoral. No debe quedar ahí, voto y ya, tiene que haber continuidad y consecuencias en un actitud participativa en lo general y en la apropiación de la democracia.
Recadito: Ante un acto abierto, con derechos, le sale el hígado y su ínfima cálida humana al «trastupijes».