La del día siete del mes en curso es una elección intermedia en lo que atañe al gobierno federal encabezado por Enrique Peña Nieto, en nueve estados de la república será la última para los respectivos gobernadores cuyo periodo llega a su fin, para otros como el de Veracruz se produce en el quinto año de gobierno, cuando ya es posible hacer recuento y evaluaciones sobre el trabajo realizado. La Ciencia Política considera las elecciones intermedias como una oportunidad que tiene la sociedad para evaluar y dictaminar el desempeño de sus autoridades, luego entonces, en la hipótesis, el resultado electoral tendría que reflejar la apreciación ciudadana respecto del desempeño del gobierno en turno, y en consonancia el partido en el gobierno habrá de cosechar triunfos o derrotas; tal es en el purismo de una hipótesis sujeta a la comprobación del resultado electoral.
Si nos estacionamos en la fase de los supuestos, está claro que ni el gobierno de Peña Nieto a nivel federal, ni el gobierno de Duarte de Ochoa acá en la aldea pueden alardear de una gestión que la gente calificaría con expresiones apologéticas, pero con ánimo abierto a la objetividad debemos aceptar que en México ese factor no es precisamente determinante en materia electoral, ni en automático pudiera revelar información para inferir un resultado electoral aproximado. En realidad, en una democracia como la nuestra deben considerarse otros elementos de no menor peso: el sistema de partidos políticos, el origen y la contextura moral de las dirigencias partidistas, la estrategia electoral diseñada e implementada por cada una de estas organizaciones; el contexto social, la problemática económica de la población, la participación ciudadana y, por supuesto la contextura ética y moral de la clase política.
1994 fue un año que despertó con violencia por la insurrección del Movimiento Zapatista en Chiapas, y el pasmo ciudadano se acentuó el 23 de marzo por la violenta muerte de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la presidencia de la república; el proceso electoral para el relevo del titular de Poder Ejecutivo Federal y el cambio de los integrantes de las Cámaras legislativas del Congreso Federal transcurrió en ese escenario de incertidumbre y violencia, los presagios no favorecían al PRI pues el presidente Salinas de Gortari terminaba su gestión con no muy buena apreciación ciudadana. La especulación electorera favorecía a los candidatos de la oposición, Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD y Diego Fernández de Cevallos del PAN. No obstante, el resultado electoral arrojó cifras sin precedentes: el candidato emergente del PRI, Ernesto Zedillo, obtuvo el triunfo avalado por una arrolladora votación a su favor, nunca antes ofrecida a un candidato del PRI durante la hegemonía partidista. ¿El triunfo se debía a la exitosa gestión del presidente Salinas o al llamado “voto del miedo”? Estaba claro que la especulación orientaba a otro resultado, pero los números reflejados por las boletas electorales eran duros e irrefutables y su origen debía buscarse por otros cauces.
La maquinaria bien aceitada que el PRI mantenía en todo el territorio nacional, casi todos los estados de la federación los manejaba este partido; la clase empresarial no se la jugó a la aventura y cerró filas con el gobierno; la Iglesia también caminó al lado del gobierno, agradecida como estaba por las reformas constitucionales promovidas por Salinas, aquellas por las que el movimiento cristero de 1926-1929 había luchado sin conseguirlo; la estructura partidista del PRD no le alcanzó ni Cuauhtémoc Cárdenas fue el de seis años antes y en el PAN aún no sabían a ciencia cierta por qué Diego Fernández de Cevallos había bajado su ritmo después de su exitoso desempeño en el debate público entre los candidatos presidenciales.
La experiencia recogida en múltiples procesos electorales señala como realidad incontrastable que en nuestro país el rechazo a un gobierno no necesariamente se refleja en una elección constitucional, a la manera de los países de Europa occidental, es decir en detrimento del partido en gobierno; acá cuenta, y mucho, la apatía ciudadana, su bajo nivel de participación, propio de una sociedad en estado catatónico, la estrategia del síndrome priista, entre otros factores de no menor importancia.
Pero la intensidad de los brotes de inconformidad social, los serios problemas en la economía, la inseguridad que acompaña a México, la irritación social, la drástica desigualdad social, la impunidad y la corrupción en el ámbito político y gubernamentales, de advertir que los políticos corruptos se salvan como si usaran las prácticas escapistas de El Gran Houdini, hace pensar que el PRI llevaría todas las de perder, sin embargo…
Sin evadir los impactantes casos como Ayotzinapa, Tlatlaya, la violencia en Tamaulipas, Jalisco y Michoacán, la complicada implementación de la Reforma Educativa, la baja de los precios del petróleo, la impactante reducción presupuestal, el frustrado cumplimiento de muchos ofrecimientos de Peña Nieto en campaña bastarían a cualquier analista del primer mundo para inferir una derrota priista, pero en nuestro universo no todos los caminos conducen a Roma.
Concretémonos al reducido espacio aldeano de nuestro universo multicultural y pluriétnico veracruzano. De entrada, vistos los resultados de la administración duartista, la lógica nos induciría a concluir que el PRI andaría en cuestión electoral a ras de suelo. ¿Así será? No prejuzguemos. De los 21 distritos electorales en juego, existe la percepción que el PRI podría salir avante en 15 o 16 demarcaciones electorales, es decir una mayoría incontrastable ¿por qué?
Diez son los partidos registrados para competir, y la única alianza general es entre el PRI y el Verde Ecologista, los demás partidos van en coalición parcial en uno que otro Distrito. De los partidos que participan (ojo, no que compiten), el Verde Ecologista arrancó el proceso electoral con una estrategia arrolladora, violentando el marco normativo y por ello haciéndose acreedor a multas económicas; con el convencimiento que todo lo que se paga con dinero es barato el Verde caminó al filo de la navaja, retó al INE, fue multado, pero se posicionó electoralmente en la conciencia de algunos sectores de votantes; en ciertos distritos el PRI podrá perder la elección, pero con la suma de los votos que el Verde le agregue superará la mínima diferencia de una elección apretada.
El Sistema Político Mexicano por décadas fue dominado en el ámbito electoral por el PRI, que si de algo saben sus operadores es de mañas electorales. En ese largo proceso el tricolor ha aprendido a “negociar” con el adversario cooptándolo para anularlo y de esa manera menguar su competencia; entre otras estrategias aplica la de “descontar” al adversario corrompiendo a las dirigencias, en Veracruz lo ha hecho con el PAN y el “secreto” mejor guardado dice que también con el PRD, ambos partidos conservan a su interior células de intenso color rojo, con la misión de revertir una intentona competitiva en dóciles candidaturas que no representan verdadero peligro para el PRI (los nombres de esos dirigentes y cuadros de partido con vocación entreguista provocan pena ajena, que inhibe la intención de referenciarlos, pero en la aldea ¿quién no los conoce?)