Olvidados todo el tiempo pero los ciudadanos más importantes y más buscados en época electoral, los mexicanitos de las zonas eternamente marginadas reviven sus ilusiones al escuchar los discursos de candidatos de todos los partidos, que hábilmente les ofrecen el mismísimo paraíso a cambio de su voto.
Una caja con alimentos cuyo origen pudiera ser de los productos rezagados o de los que ya rebasan el vencimiento de su vida útil y que en su conjunto no van más allá de los 70 pesos, pero que son suficientes para cubrir la factura del rezago social en el que millones de mexicanos viven. El hambre y la necesidad actúan a favor del generoso candidato, quien cierra con broche de oro su conquista electoral, mediante un emotivo discurso sobre la justicia eternamente prometida y ahora refrendada con el nuevo compromiso que “ahora si” será cumplido.
El pueblo llora de emoción porque su ilusión se vuelve a reactivar; el candidato llora de felicidad porque observa los rostros con cara de votos que se traducirán en poder para su partido y bienestar económico para su familia. El telón se cierra y comienza una pausa de silencio electoral de 5 días, tiempo mayor al que durará la cajita de despensa que durará sólo dos; pero que sirve para que el elector reflexione con el estómago tranquilo la decisión que el siguiente domingo marcará el destino de todo un país.
Es tan corta la memoria del pueblo y sus reacciones más inesperadas ocurren bajo los efectos del alcohol, que el plan perfecto para alcanzar los resultados óptimos de un sistema político repudiado por la sociedad, es tratar de evitar que agarren la jarra y en un acto de reacción del cuete puedan desconocer al que le dio le despensa y le den la espalda a los colores del partido, tachando en calidad de repudio a quien les parece el más feo.
Así que lo razonable para tener el control absoluto de los electores es que entreguen su credencial para votar a cambio de la despensita; o que acepten el “aventón” que generosos taxistas les ofrecerán el domingo; o que vendan una “selfie” tomada por su celular en la que aparezcan marcando “al efectivo” de la boleta electoral. El éxito del plan inicia con que estén en su juicio, por aquello de que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. No les vaya a salir el tirititito por la culatitita.
Como ejemplo o como chascarrillo va la siguiente anécdota real:
Hubo un funcionario que a su arribo a la dependencia se caracterizó por acosar a todas las féminas, principalmente a las de mejor ver, a las cuales trasladó a su área con la amenaza de despedirlas; pronto parecía un sultán rodeado de su harem de bellezas, ante la molestia y envidia de los demás. Pero un día, durante la clausura de un ciclo de actividades de la institución en la que hubo brindis, más brindis y otro brindis, que al “sultán” le comenzó a cambiar su forma de expresarse a una más “dulce” hasta que de pronto, con varias copas encima, se le volteó el calcetín. Aplausos.
Así que para no correr riesgos, el sistema político de nuestro país sigue manteniendo su ley seca, suponiendo que así no habrá sorpresas, ni de que se queden en su casa todos crudos, ni de que se les bote la canica y les salga lo violentos, ni de que voten por el contrario y que tampoco se les voltee el calcetín.
Por lo que el domingo se espera que todos acudamos a las casillas con el estómago tranquilo, la mente lúcida y los calcetines bien puestos para que emitamos nuestro voto para elegir a los diputados del próximo congreso federal.
Si gana el candidato que nosotros queremos o quien menos queremos, ese será otro cantar, pero como ciudadanos habremos cumplido con nuestra parte; lo que sigue será exigir resultados a los nuevos legisladores. Ese es mi pienso