«La noche nupcial fue muy movida. La joven desposada quedó extática con el primer deliqio del amor sensual. Le pidió a su maridito un bis; luego le demandó un tercer trance; solicitó luego un encore, y con ansia no contenida reclamó todavía una quinta actuación extraordinaria. El pobre recién casado tenía ya anublada la visión, seca la boca, extraviado el pensamiento, lasos los miembros, pálido el semblante y los pies fríos. A eso de las 10 de la mañana el lacerado suplicó una tregua. «Amor mío- le dijo con flebe voz a su flamante esposa. -¿No quieres ir a desayunar?» -«Ah, no! – protestó ella-. ¡Aquí dice que el desayuno se sirve entre 7 y 12, y nosotros apenas llevamos 5!». Lo escribe «Catón» en Reforma.