Franklin con la razón que llega con el trascurso de los años afirmó: “El hombre débil teme a la muerte; el desgraciado la llama; el valentón la provoca; el hombre sensato… la espera”
Lo anterior lo traigo a estas líneas, porque seres que gozan de mi afecto, esperaron paciente y sabiamente que llegara el momento de rendir cuentas al creador:
Primero, fue mi tía Anita Larraga de Ruiz, una mujer Santa, siempre amable, de carácter agradable, humilde, sencilla, trabajadora; Viuda desde muy joven; lavaba y planchaba ajeno para mantener a su hijo David, que a base de sacrificios concluyó sus estudios como ingeniero.
Después fue mi primo David Ruiz Larraga, hombre de bien, de la cultura del esfuerzo, amaba a su familia, trabajador incansable, sembrador de amigos… le llegó su tiempo.
Luego, Fernando Mier y Terán, fue mi alumno en la prepa Vasconcelos, desde su juventud brillaba en la cultura; destacó en el Tecnológico de Monterrey y posteriormente en el Gobierno del Estado, donde su talento dio lustre, –entre otras actividades– al Festival Internacional Tamaulipas.
Luego, el bien querido columnista Jorge Rodríguez Treviño, matamorense de cuna, victorense por adopción, aquí lo enraizaron sus amores: su esposa, hijos, nietos… y el periodismo, en donde gracias a su honestidad, talento, capacidad, cultura, objetividad, don de gente, desde El Grafico de Cd. Victoria, fue un hombre que brilló con intensa luz.
Posteriormente la muerte del bien querido joven Paris Ángel Virgen, hijo de mi querido compadre Ángel Virgen Alvarado.
Ante tan sensibles pérdidas, expreso a sus familias mis sinceras condolencias. Robert Neimeyer afirma: “Aunque todos debemos intentar encontrar sentido a nuestras pérdidas y a la vida que llevamos después de sufrirlas, no hay ningún motivo para que tengamos que hacerlo de manera heroica, sin el apoyo, los consejos y las ayudas concretas de los demás”.
En nuestra cultura, la familia, los amigos, la iglesia y la comunidad, juegan un rol importante en el procesamiento del duelo, formamos lo que llamo “la familia muégano”, que por una parte impide que uno de ellos se incomuniqué y por otra, es un ejemplo de solidaridad, en donde ante el dolor nos sentimos apoyados unos con otros, conectando emociones y sentimientos, acompañándonos en el sufrimiento; “ante la pérdida, todos somos uno y uno, somos todos, porque… ‘somos uno con Dios’”.
“El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo a cenizas”1. En nuestra tierra el poder del acompañamiento, de los constructos imaginarios que brotan del amor incondicional, de la solidaridad, la fraternidad y la oración, hace que aflore el pesar oculto, ayudando a que la muerte no traiga consigo crisis en el equilibrio familiar o personal, atenuando el dolor, adaptándose más rápidamente a la pérdida y en la reorganización de las emociones.
El ser humano omite hablar sobre el tema de la muerte, porque le tenemos miedo, sentimos que al hacerlo nos impide disfrutar el milagro de la vida, sin saber que es lo único seguro que tenemos, olvidando que la materia que llamamos cuerpo, es el vehículo que DIOS nos facilitó para que en ésta humana experiencia, creciéramos físicamente y evolucionáramos espiritualmente.
Viktor Frankl afirmaba: “Las cosas se determinan las unas a las otras, pero el hombre en última instancia es su propio determinante. Lo que llegue a ser dentro de los límites de sus facultades y de su entorno, lo tiene que hacer por sí mismo”
El humor, como el sincretismo religioso, ayuda a que el ser humano determine procesar el miedo y la desesperanza que trae consigo el paso y el peso de la muerte; al final de cuentas se ríe de lo que no se puede negar. Reírse es una forma psicológica de desdramatizar la presencia de la muerte, es tomar una sana distancia con respecto a ella y darse seguridad; reír, es quitarle poder a la muerte… frente al prodigio de la vida.
Por ello, el Filósofo de Güémez afirma:
“Todos vamos rumbo al panteón… ¡PERO NO EMPUJEN ‘ABRONES!”
1. William Shakespeare
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