Cuando las disposiciones provenientes de la cúpula gobernante son puestas en tela de juicio con la frecuencia que ocurre en Veracruz pudiera estar reflejando, o bien que la sociedad está madura y al fin se ha atrevido a levantar la voz para hacerse oír, o bien que las ordenanzas no se corresponden con la realidad en la medida que deja sin contento a la mayor parte de la población. En la hipótesis también cabe deducir la combinación de ambos elementos, y en el extremo cabría la premisa: la pérdida de credibilidad del gobernante ¿En cuál de esos estadios nos encontramos en Veracruz?
La interrogante no es ociosa porque germina en un caldo de cultivo cuya temperatura, si bien no alcanza aún los grados de la ebullición, el calor es inconvenientemente elevado, así es posible advertirlo en muchos de los acontecimientos sociales de Veracruz; la realidad aporta datos duros, difíciles de contradecir, mucho menos ignorar. Un recuento somero bastaría para calcular hasta donde está acumulándose la presión social:
Si diseccionamos el cuerpo social en dos segmentos, el gobernante-mandatario, por un lado y la Voluntad General del mandante, por otro, y oteamos al interior de cada uno podremos detalles de la patología. Empezando por el sector público podríamos descubrir lo que la sintomatología ha venido demostrando: está enfermo desde sus inicios, acaso con padecimientos congénitos, ¿cuáles son? A) Una deuda pública heredada, agravada por un pasivo circulante de dimensiones desconocidas impidió el crecimiento natural del sujeto y lo ha mantenido postrado desde su nacimiento. La medicación original en base a nueva deuda alivió solo temporalmente al paciente pero al final lo hizo inmune a recetas más efectivas. B) Lo peor es que no hubo decisión a tiempo para informarle a los familiares, amigos y demás interesados acerca de los parásitos que causaron el mal, esa desafortunada abstención provocó las llagas con las que ahora carga. C) Los trasplantes a que fue sometido el paciente no resultaron adecuados, porque en vez de reclutarlos desde el mercado de valores se buscaron en la vulgar fayuca, repuestos para usar y desechar que solo aplazaron la posible recuperación.
En la sección que corresponde al mandante el virus atacó con fuerza inusitada porque se aplicaron medicinas clonadas, sin efectos benéficos para el paciente; burdas mentiras que el médico sustituto no pudo o no quiso dejar a un lado. Las promesas de mejoras jamás se reflejaron en el semblante del paciente, las recetas fueron las mismas y, obviamente, sin substancia benéfica no se pudo alcanzar mejoría alguna.
Esta parábola tiene que ver con la realidad por cuanto a que traduce un malestar social, equivalente al de un cuerpo enfermo que requiere la inmediata atención para evitar su traslado al quirófano y a la terapia intensiva. Innumerables carreteras ofrecidas, promesas incumplidas de reparación de caminos, una y otra vez reiteradas, todo asentado en el recetario de las minutas, fueron acumulándose en el buró del enfermo, que terminó por desconfiar de su médico de cabecera, y en ese tratamiento los enfermeros sólo hicieron segunda, pues acostumbrados a la simulación siguen en la inercia de que todo termina cuando se desconecta al paciente para a continuación cambiar la ropa de cama y esperar al nuevo médico que acaso traerá diferente receta, aunque este paciente ya no resiste mucho.
Pudiera ser o no correcto este parabólico diagnóstico acerca de la entidad veracruzana, pero el dato duro que la realidad refleja es manifiesto: un sinnúmero de bloqueos carreteros implementados por pobladores que exigen el cumplimiento de las múltiples promesas que se le han venido haciendo; levantones, secuestros, homicidios, generan acentuada percepción de inseguridad en la población; una economía que no crece y, peor aún, que tiene síntomas severos de profunda depresión, según datos duros del Inegi, no del discurso optimista e interesadamente desorientador; es urgente la necesidad de replantear el tema de la deuda, en las vertientes de su pago y de los ingresos que fueron comprometidos para obtener el recurso “fresco”, porque está visto que un gran porcentaje de las participaciones está comprometido para los bancos acreedores; transparentar, genuinamente, sin cinismos ofensivos, el ignominioso tema de la corrupción, porque es un expediente abierto que inexorablemente debe ser satisfecho en los términos de una población ofendida.
El síndrome del rechazo a las propuestas legislativas no es un asunto de menor consideración porque forma parte de un todo: se rechaza la reforma a la Ley del IPE; los hoteleros desaprueban la ley que los obliga a contratar un contador que certifique sus cuentas relativas al dos por ciento al hospedaje; los empresarios de centros de verificación obligan a una pausa en la aplicación de la ley que vulnera sus derechos; el Reglamento de Tránsito, desde su nacimiento un auténtico bodrio confirmado en su fe de erratas, contiene disposiciones draconianas, porque en vez de inducir a la cultura vial se privilegian acciones punitivas; el trompo a la uña, ¿cómo prohibir el comercio en las calles a una población compuesta en su mayoría de gente en pobreza extrema?
Tras estos síntomas de insensibilidad supina no cabe duda que, como ocurre en el caso de un enfermo que no progresa hacia la cura, “hace falta una segunda opinión”.
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28-junio-2015.