Cuando uno cree haberlo visto todo vuelven nuestras eximias instituciones a recordarnos que siempre hay la posibilidad de que nos salgan con sus mensadas. Seguir abonando a la riada de burlas y críticas al Gobierno Federal por la célebre fuga del Chapo solo hace que, aunque lo tome uno a vacile, al final viéndolo bien mirado, terminemos irritados. Así que no me pongan de malas y no me pidan que hable de eso.

Hablemos mejor de mis problemas renales y la tirante situación, o del canino bochorno que se anda sintiendo. Moctezuma I tenía a su disposición albercas llenas de nueces del Brasil; pescado fresco de Veracruz; doncellas que se la pasaban haciéndole molinillo en los dedos de los pies y masajes relajantes en la sien que activaban su potencia neuronal; amplios jardines colgantes que hubieran envidiado los reyes Babilónicos si hubiera habido en ese entonces paseos de placer como los que ocupa Peña Nieto; panteras, jaguares y cacao; juegos de pelota nocturnos y sacrificio de doncellas en las matinés dominicales; cientos de miles de súbditos y decenas de sacerdotes que le chupaban la sangre cual Gabinete Presidencial… y pese a eso, también tuvo algún día una inflamación en los riñones.

Todo se dio cuando me encontraba reposando la comida (o despatarrado como les gusta considerar esa posición a las féminas) después de una singular reunión y a punto de conciliar el sueño. Un indecible dolor por demás extraño e inusual en la parte baja de la espalda llamó mi atención. Con la elegancia, aplomo y gallardía que nos caracteriza a los hombres cuando algo nos duele comencé a proferir improperios y a tallarme con fruición. ¿Qué pasó? Preguntó la doncella que me acompañaba y que por lo regular –se podría decir que casi siempre- es mi esposa. Yo, entre mi locura y desconsuelo no atiné a hacer otra cosa que meterme a bañar. ¿Por qué? Es algo que todavía no entiendo pero la locura por definición es absurda.

Después de varios minutos bajo el chorro del agua caliente, que no me quitó el dolor pero cuando menos me dejó más relajado, volví a la recámara esperando encontrar el consuelo añorado. Y ahí es cuando los hombres nos damos cuenta que las féminas son bastante crueles ¿Ya ves? Te dije que no comieras tanto y seguro esa última copita de vino te terminó de fregar. Ese tipo de expresiones hacen que a los hombres nos lagrimeen los ojitos, pero aguantamos vara porque somos fieros, recios y bragaos. ¿Te da gusto verdad? Le espeté en un tono novelesco que ya quisiera Juan Ferrara. Me enrollé entre las sábanas, me di la media vuelta y terminé la noche con la clásica admonición: ¡Pero hay un Dios… hay un Dios!

Al otro día, con mayor presteza que la del Chapo corriendo la milla hasta la libertad, yo también corrí al doctor. Según yo ya traía mi diagnóstico, y mis cálculos daban solo para unos cuantos días más. Hágame caso señor mío, por más que sienta que su cuadro clínico es una desolada y dantesca escena, debe mantener la galanura y ecuanimidad. Mi semblante debió parecerle divertido a la doctora porque me mandó a casa con los riñones inflamados y como única medicina que tomara agua, mucha agua.

Lo anterior bastó para que anduviera muy tranquilo el fin de semana, me portara medianamente bien y con gracejo, y hasta me pusiera a resanar unas grietas de la pared que en mis ratos de ocio me sirven para encontrar sus curiosas formas. ¿Nunca lo ha hecho? A mí me encanta buscarle formas al tirol del techo, sobre todo cuando visito esas casas que en un momento de inspiración le pusieron el tirol en forma de merengue, son divinas.

Yo sigo tomando agua, aunque no sé hasta cuándo o cuánto, pero si comienzan a salirme branquias creo que ya le pararé. ¿Que se fugó el Chapo? Okey, pero mi personalísimo dolor no me deja analizar su fuga en su justa dimensión. Ahí será luego.

Tome nota: Hay que tomar 2 litros de agua al día.

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