Hay que decirlo con toda la pena y todas sus consecuencias: la guerra entre el Estado y el crimen organizado la va ganando al parecer este último, no obstante los golpes fuertes que le ha asestado el primero, por la vía de las detenciones y los… ¿cómo les dicen?… los abatimientos de peligrosos delincuentes, muchos de ellos cabezas visibles de los grupos criminales más grandes.
Pero… los peros que nunca faltan nos dicen que así como a la hidra, el animal mitológico, le salían dos cabezas si le cortaban una, por cada capo descabezado surgen dos o tres discípulos que les ganan en malicia y en capacidad de organización, y que toman la estafeta, de manera que el negocio del narcotráfico y la venta forzosa de protección -adosado a la industria del secuestro, el robo de vehículos y otros crímenes- nunca deja de producir las enormes ganancias que genera.
Y para colmo, los delincuentes que logra capturar la policía se escapan de las cárceles de pueblo, se evaporan de los presidios más grandes y se fugan hasta dos veces de los penales de alta seguridad.
El crimen organizado en México creció en poder y recursos económicos, al extremo de que está desafiando con éxito al Estado y ya le tumbó un helicóptero a las fuerzas armadas, ha tomado ciudades enteras y ahora lo ha puesto en ridículo con la segunda fuga de El Chapo.
Así, la estrategia de la guerra frontal que iniciara el presidente Felipe Calderón y que ha debido continuar el actual régimen priista no ha dado los resultados que se esperaban. Miles y miles de enfrentamientos directos entre las fuerzas del orden y los delincuentes sólo han servido para llenar los panteones y los bolsillos de los enterradores, pero el problema de las adicciones y la violencia contra la población han seguido creciendo incontenible.
La otra solución que se ha intentado, la de la negociación con el fin de mantener las acciones dentro de ciertos márgenes tolerables, tampoco ha sido una solución viable, sobre todo porque nunca se han cumplido a cabalidad los acuerdos que han llegado a tomar las partes.
El clásico lo dijo en su momento: no se puede esperar respeto entre un corrupto y un criminal; uno u otro terminarán por dejar de honrar su palabra, y tarde que temprano romperán lo que hayan pactado.
Les queda al pelo la fábula del escorpión y la rana:
Un escorpión se acercó a una rana que estaba a la orilla de un río, y le pidió que lo atravesara en su lomo, porque no sabía nadar. La rana le dijo que no lo haría porque le iba a picar con su cola y moriría por el veneno. El insecto le hizo ver que si hacía eso se iban a hundir juntos y ambos morirían. La rana se dejó convencer por este razonamiento y montó en su lomo al ponzoñoso animal. Cuando iban a la mitad del río, el escorpión no resistió más y le hincó su aguijón a la rana. Mientras ésta se hundía junto con su mortal pasajero, le alcanzó a decir:
—¿Por qué lo hiciste? Ahora vamos a morir los dos.
El otro le dio su última razón:
—Es que no puedo ir en contra de mi naturaleza.
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