Hay que tener mucho cuidado con una corriente que está creciendo y que muestra una simpatía hacia la figura de Joaquín El Chapo Guzmán. No faltan en las redes quienes lo están considerando una especie de Chucho El Roto o Tigre de Santa Julia, por tomar modelos mexicanos, o como un moderno Robin Hood, en el plano internacional.
Para algunos internautas y ciertos alimentadores de Radio Bemba, pareciera que en este asunto del enfrentamiento del narco contra el Estado mexicano, el villano es el Presidente de la República y el muchacho bueno es el jefe del cártel de Sinaloa, una verdadera empresa transnacional, globalizada, exitosa, aunque clandestina y dedicada al trasiego de drogas entre países e incluso entre continentes.
El presidente Peña Nieto, bueno o malo como político, es un funcionario elegido democráticamente que tiene la encomienda nacional de llevar a México hacia el desarrollo y el bienestar. Que lo esté logrando o no, es otro cantar.
El Chapo es un delincuente, aunque quieran formarle una figura de bienhechor populista. Se dedica principalmente a comerciar las drogas que tienen postrados a millones de adictos en el mundo, muchos de ellos mexicanos. Su dinero es sucio y mal habido.
Se sabe que el sinaloense ofrece ciertos apoyos a grupos marginados, con el fin de mantener una base popular que le informe y le sirva de escudo ante las acciones de un gobierno que lo busca para aplicarle todo el peso de la ley.
Pero además es un criminal que sostiene un enfrentamiento frontal contra el Estado mexicano, que se integra con los tres poderes y los tres niveles de gobierno, pero también con la sociedad y el territorio nacional. Pelea contra todos nosotros porque atenta contra las instituciones que hemos forjado como ciudadanos.
Hay un caso en nuestra historia de un bandolero que se hizo popular y se enfrentó al Estado: Pancho Villa, pero aunque sus orígenes son similares, el Centauro rebasó sus propias aspiraciones cuando empezó a tomar conciencia social, se transformó de delincuente en revolucionario y encabezó las reivindicaciones populares de los campesinos.
El Chapo sólo es un vendedor de drogas, que les facilita a hombres y mujeres adultos, pero también a muchachos y niños, con lo que envenena lo más preciado de nuestra sociedad. No más.
La violencia incontenible de Villa fue un grito de reclamo que salió desde lo más profundo del alma del pueblo. La violencia depredadora de El Chapo es una estrategia calculada con el fin de hacer daño a sus enemigos y mantener un clima de terror entre la población.
El gavillero enfrentado a los hacendados se volvió un héroe nacional. El narcotraficante no puede ser un ícono popular.
Y bueno, otro parangón, tanto uno como el otro terminaron enfrentados con los gringos (aunque por diferentes y hasta opuestas razones). A ver si no al rato nuestros vecinos pretenden mandar una nueva expedición punitiva a México, esta vez con el fin de localizar y encarcelar a uno de los criminales más buscados del mundo.
Por eso es urgente que las autoridades mexicanas atrapen a El Chapo lo más rápido posible.
No vaya a ser la de malas…
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