El nuevo racismo, presente hoy en las realidades políticas, sociales y culturales de numerosos lugares del mundo, tiene ciertas características etnicistas, cuyo discurso podría resumirse en los siguientes postulados:
1) Definir, defender y preservar la identidad cultural interna, frente a los peligros y amenazas procedentes del exterior.
2) Impedir que las culturas se mezclen, dada su incapacidad para asimilarse entre sí, y la degradación que sufren cuando se producen situaciones de mestizaje, en especial por parte de la cultura superior.
3) Preservar la homogeneidad étnica y cultural como la mejor de las situaciones posibles, tanto para los individuos como para la organización de los Estados.
Como se observa estas tres características, en el fondo, llevan la intención de conformar una élite social o “casta divina” y va en contra de los derechos humanos, porque nadie puede impedir que los individuos se desplacen a otras latitudes por motivos de estudio, trabajo, sobrevivencia, etc., o decidan a vivir o convivir con otros grupos, con la única limitante que el respeto a los derechos de los semejantes y las leyes que los propios países impongan para regular los desplazamientos.
Y el mejor ejemplo del nuevo racismo se hace evidente en las últimas declaraciones de Donald Trump, cuando menciona: “Cuando México envía a su gente, no envía lo mejor, no los envía a ustedes. Están enviando gente con montones de problemas. Están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores y algunos asumo que son buenas personas, pero yo hablo con guardias fronterizos y eso tiene sentido común». Estos argumentos exhiben la verdadera forma de ser y de pensar de un estadounidense racista moderno, que busca: “defender y preservar una identidad hacia una clase que él considera superior, frente a otros diferentes que los siente como un peligro o amenaza”.
Decía también apenas hace un mes el magnate estadounidense, que busca ser postulado como candidato a la Presidencia de los EEUU: “de ser elegido construiré un muro en la frontera sur y hare que México pague por él, ya que los problemas que entran a los EEUU desde México, vienen de Sudamérica y toda américa latina”. Si pudiera Trump, haría su propio “apartheid “para poder luchar contra todo lo que huela a mestizaje o inclusión de razas en un país como los Estados Unidos, olvidando que la población de este país esta mezclada desde su origen como nación y que el organismo más potente que mueve la economía del mundo como la Federal Reserve de USA esta manejada por Judíos y esa realidad no la puede negar .
Otra de los indicadores del racismo –muy a la Trump–, está en su sentimiento de discriminación hacia el que menos tiene. Seguramente ya se le olvido también que su familia proviene de cuna humilde, pues su padre sentó las bases de una modesta firma inmobiliaria, que se volvió productiva y crecería de manera desproporcional con los años, ya en manos de Donald—quien siempre fue habilidoso –, pero que no ha estado exenta de haber sufrido los altibajos de los malos negocios en su época de juventud, haber pasado etapas riesgosas por sus divorcios millonarios que lo han puesto al borde de la banca rota en varias ocasiones y que gracias a su astucia y relaciones con la clase política y pudiente de los EEUU, ha podido salir al paso.
Pero Trump no está sólo en esta lucha irracional que ha emprendido, tiene seguidores, esa clase social y política multimillonaria que añora la raza pura y desea hacerla valer. Por ellos conformarían el cuarto Ku Klux Klan, el del siglo XXI . Recordemos que la historia recoge tres fases de esa organización de extrema derecha que surgió en los EEUU: la primera desde 1865 a 1871 como confraternidad de ex-militares del ejército de los Estados Confederados de América; la segunda, desde 1915 a 1944, donde el movimiento asume la fisionomía de elite que hoy consideramos típica, y la tercera, desde el final de la guerra hasta fines del siglo XX, caracterizado por la gran fragmentación del movimiento en organizaciones más pequeñas. Y seguramente, con las nuevas posturas de los racistas modernos, la existencia en la clandestinidad de la cuarta fase, donde entran los grandes capitales de los Estadounidenses que desean purificar la raza.
Igualmente se le olvida a este señor que la discriminación, la esclavitud, la segregación racial, etc., sólo produjo resentimiento, dolor y muerte entre sus hermanos de raza. Se le olvida que vivimos en un mundo globalizado del que él ha sacado mucho provecho en sus negocios y que si no hubiera sido por los latinos y mexicanos, su vida como magnate no sería posible.
Lo grave no es que sea rico, sino que pierda la brújula y se empeñe en cultivar una casta diferente y niegue la propia realidad; porque habla mal de los demás y se le olvida que es precisamente en los EEUU, donde por una parte legalizan las drogas y venden armas como “pepitas” y por la otra, se dan golpes de pecho diciendo que de otros países les mandan los vicios y los problemas. Que es ahí donde los grandes capos han crecido por años en sus negocios, con el consentimiento de todo un corrupto aparato de justicia y seguridad.
En el fondo Trump—, como buen norteamericano ortodoxo que ama a los blancos–, como la gran mayoría de los inmensamente ricos y centralistas del mundo, no les basta poseer el poder económico sino que esperan algún día llegar al poder político para abolir las leyes, para violar los derechos civiles, como la Ley de 1964 de la Unión americana, en la que se prohíbe “la segregación racial en las escuelas, en el lugar de trabajo e instalaciones que sirvan al público en general”.
Pero, también nosotros le hacemos el “caldo gordo” a estos despistados y ególatras millonarios, formamos parte de una sociedad consumista que se esfuerza por igualar estándares que nos venden sus grandes firmas comerciales y empresariales—copiando modas de raquíticas modelos extranjeras y reinas de belleza–y por ello nos hacen creer que son mejores; y eso consciente e inconscientemente impacta en ciertos sectores y marca diferencias reales en materia económica y social, incluso entre los mismos nacionales.
De ahí que también en nuestro país existan mexicanos que se sienten de primera, frente a otros que catalogan –según ellos–, de segunda y tercera clase y adoptan actitudes racistas; y hay hechos que tanto en la historia como en el presente nos lo demuestra, por ejemplo: recordemos en Yucatán a la oligarquía henequenera o “casta divina” que existió entre 1901 a 1911 y los severos mecanismos de subordinación que pesaban sobre el grueso de la población yucateca. Igualmente qué grave es ver en el presente que en ciertas zonas de nuestro país, al indígena que porta su atuendo con orgullo y habla su lengua de origen, se le ve como un ser ridículo y fachoso. Así mismo, basta recordar las palabras del Presidente Panista Vicente Fox en 2005: “Los mexicanos, hacen trabajos que ni los negros quieren realizar”, lo que se interpretó como una ofensa a los negros pero también como una minimización a la labor de los mexicanos en el extranjero. Otro ejemplo de racismo que afecta a los jóvenes se da en las famosas selecciones para ingresar a un Bar de Moda en el DF o en las ciudades de gran turismo; los jóvenes que intentan ingresar, quedan a expensas de la decisión de los famosos “cadeneros” que están a la entrada, que eligen a la clientela como si fuera “ganado” y que dan preferencia a los “blanquitos” sobre los “prietitos”. O las zonas hoteleras de gran turismo, donde se exige preferentemente el pago en dólares y no en pesos mexicanos. Etc., Casos que son absolutamente discriminatorios, racistas e inequitativos que debieran estar prohibidos y ser castigados en nuestro país.
Eso quiere decir que el racismo moderno basado en la sociedad de consumo, invade en las naciones terrenos sociales, artísticos, recreativos, educativos, políticos, etc., e incita a fortalecer las diferencias de clases en nuestra propia sociedad.
Los hombres y mujeres más ricos del mundo, dígase Trump, Slim y otros, son el mejor emblema del capitalismo moderno, puro, en nuestra sociedad y no cambian. Recientemente Slim respondía a Trump, diciendo “que es su empleado”, y de inmediato los jóvenes lo convirtieron en un héroe en las redes sociales; pero viéndolo bien Slim no lo es; simplemente es un hombre inteligente pero también ambicioso, por eso está donde está–. Que aún no pierde el piso como otros, es cierto, pero negociante al fin y lo demostró al cobrar indebidamente por años las tarifas de larga distancia, hoy anuladas por la ley de telecomunicaciones, que solo lo exhibieron como un negociante que le importa más que su dinero y no el pueblo de México. Y también—como Trump–, en el fondo aspira a tener el control político de México, y ya hoy usa salvoconductos peligrosos en los recién creados partidos políticos radicales, para algún día lograrlo.
Pero toda esa algarabía económica de algunos millonarios se confronta con la realidad. La baja del poder adquisitivo de muchos países, se refleja en la crisis de los grandes capitales mundiales. Es decir, la crisis económica es la crisis del pensamiento burgués: su ideología, la economía, la moral—y los señores son inmorales desde el momento en que no les importa reventar las finanzas en un país y llevarse sus capitales al exterior o hacer declaraciones lastimosas contra quien sea, faltándole el respeto a los ciudadanos del mundo.
A Trump, hoy si se le ha “abollado la corona”, porque aunque no lo acepte, ha resentido y le ha afectado el rechazo de la comunidad mexicana y Latina y, cuando menos sus aspiraciones políticas han quedado en el hoyo, porque difícilmente se podría creer que los republicanos se arriesguen con un perdedor anticipado.
Pero volviendo al tema ¿es posible en el presente desechar las creencias que lleva al racismo moderno? Claro que es posible. Sí, hay que trabajar muy fuerte con estados psicológicos y actitudes negativas incidiendo en las legislaciones y en los comportamientos individuales y sociales. No basta sólo implantar leyes que castiguen la segregación racial, sino realizar una reestructuración cognitiva, que evite continuar trasmitiendo modelos discriminatorios de generación en generación, eliminando las falsas creencias que tienen las personas de su propia valoración–cuando se sienten superiores–, y en otras, para dotar de elementos y mejorar las condiciones de las personas –cuando se sientan devaluadas–.
Otro aspecto es reeducar las relaciones intergrupales negativas, tales como los prejuicios y los factores que derivan en actitudes de exclusión, para evitar se acentúen las diferencias y actos injustos en la sociedad, misma que debe caminar con la bandera de la igualdad y la equidad tomándola no como un discurso, sino como una cultura, en donde todos aportemos algo para enriquecerla y seamos siempre aceptados y respetados dentro de ella, independientemente de nuestra edad, género, tono de piel, raza o condición física, social, económica o política.
Gracias y hasta la próxima.