Son fregaderas… una desmesura por dónde guste verlo. Tenía días que venía cocinando una suave nota, impecable y diamantina como dijera Ramón López Velarde de la Suave Patria, acerca de la ignominiosa situación de los señalamientos de tránsito en la Avenida Lázaro Cárdenas. Aquella avenida antes derruida y surcada de variados y exuberantes baches, hoy regenteaba y atravesaba la ciudad convertida en un cementerio de señalética que se había ido incrementando con el tiempo. Y justo ahora que me había decidido a escribir de sus vaivenes, y sus velocidades máximas que serperteaban entre los 40 y los 70 km/hr en menos de 100 metros, justo ahora se le ocurre a Edmundo, El Muerto, Martínez Zaleta, retirarla -por cierto que Edmundo me cae a todo dar porque lo siento como un hermano gladiador que lucha por las causas perdidas-. ¡Señor Zaleta! ¿Podría usted indicarme qué hago ahora con toda esta suave crítica que se me engarzaba en los nudillos? Hoy ya la quitaron y solo espero que la sustituyan por señalética nueva y que no solo le den una chacualeada a la anterior que ya dejaba visos de la corrosión.

Si no la sustituyen, amenazo, aquí estará esta columna en ristre esperando su suave oportunidad. Yo seguiré aquí don Edmundo, ojo avizor, preocupado y ocupado con la menor oportunidad de hacerle notar las áreas de oportunidad. Continuaré caminando, pateando taparoscas -sin llegar a los extremos de mi amigo Alfredo Bielma, el de la voz aterciopelada, que es capaz de caminar cuatro kilómetros en cuarenta minutos-. Pero caminaré con denuedo y cruzaré las avenidas esperando la oportunidad. Ya cuando me canse me tiraré en la cama a observar el paso de las hormigas que en constante fila se llevan las migajas que en mi almohada habré dejado. Así que cuidadito señor Martínez, ahí la lleva, no la vaya usted a regar, por hoy confío.

En quiénes sí he cultivado una férrea desconfianza desde muy temprana edad es en los fotógrafos, haciendo la aclaración que no todos los fotógrafos entran en la misma categoría. No pienso referirme a esos desconsiderados que le toman fotos a los bodoques en las escuelas, que piensan que los portarretratos tamaño cuaguamón son fáciles de conseguir y que encima adornan las fotografías con rudimentarias así como poco chics marquesinas “Flores y moños. Recuerdo de mi guardería”, siendo a todas luces más “nice” una sobria María Luisa. Tampoco me refiero a los fotógrafos de noticias que ya bastante y ardua labor tienen. Me refiero a un sector empoderado, ante el cual, me he sentido siempre indefenso. Me refiero –y aquí me cuesta mucho expresarlo sin caer en la indómita redundancia- a los fotógrafos de estudio.

Para un trámite poco necesario pero harto insistido por mi señora esposa, fui a tomarme unas fotografías. De entrada sólo necesitaba dos, pero así como los señores de los panes de hotdogs (8 piezas) tienen contubernio con los de los paquetes de salchichas (6 piezas), estos señores de estudio también dan seis fotos y la de pilón. Pero no por eso es que les tengo desconfianza, sino porque siempre que voy me da la impresión que me están tomando el pelo.

Llegué bien peinado y con mis mejores ropas, me sentaron en una sillita giratoria sin respaldo –¡habrase visto! No me maté por puro milagro-, y me coloqué lo más derecho que pude. No señor, enderécese, gire la cabeza para aquí, no, mejor para acá, hacia arriba, a la derecha, a la derecha mía, no a la suya (ya para estas alturas estaba comenzando a ponerme verde), oquei, muy bien, incline el rostro, más, otro poquito, menos menos, así, así está bien. Sin posibilidad de verme me sentí, honestamente, con más dobleces que un Dalí, como el exorcista con la cabeza al revés y como un perfecto idiota. Al final, de reojo pude advertir que el jovenazo sacó su cámara digital (¡Ja! ¡Y yo esperando el humo de la pólvora! Iluso), “la giró el muy hijoesú” y tomó la foto. No le voy a decir que salí divino, porque se me hace que era mal fotógrafo, pues me niego a pensar que esté tan feo. Treinta minutos después, espacio que dediqué productivamente a ver las decenas de fotos de otros que, con mayor dignidad, las dejaron ahí arrumbadas, me las entregaron.

Ojalá Edmundo, ojalá que las fotos de tus cámaras viales sí me favorezcan, pues en caso negativo ya sabes, te tendré lista una “Suave Columna”.

Tome nota: ¡No estoy chueco!

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