Hoy ando triste, triste porque mi amigo Efraín está sufriendo, tal vez, por última vez. Él era un hombre alto, fornido, un poco pasadito en tamales pero eso a quién se le puede criticar, pero sobre todo es un buen hombre: amable y respetuoso, celoso de sus deberes, responsable padre de familia y considerado amigo. Digo era, porque al final, para estos días, anda muy maltratado.

No debería ser así, porque está muy joven y aunque los médicos ya lo dan por desahuciado, no quisiéramos perderlo aún. Ha sufrido mucho, más de lo que deberíamos sufrir nuestra muerte. Mi abuela de cabellos de plata también sufrió, mi tío también sufrió… ¿cómo no esperar que ese momento inevitable sea sin dolor? Mi abuela que a tanta gente ayudó, que trajo al mundo a tantos bebés porque encima se licenció en la vida como partera lírica, que nos enseñó tanto a los hijos y nietos, ella pasó casi todos sus últimos días en una cama de hospital. Cuando la fui a ver no supe qué decirle, sólo me senté a su lado y sin saber si me escuchaba le leí lo que llevaba bajo el brazo. Fue lo último y más estúpido que pude hacer, porque debí decirle mil veces cuánto la amaba aunque ella lo supiera siempre.

A mi tío también lo visité en el hospital, y reí con él un rato, aún tenía buen talante con su cabeza entre vendas blancas. Cuando me despedí sabía que probablemente no lo volvería a ver y esa es la última imagen que tengo de él. Por eso es que hoy no quiero ir a despedirme de Efraín, y tal vez sea una idiotez pero no creo saber qué decir.

Usted, lector lectora querida, seguramente también tendrá algún familiar o amigo que haya fallecido, y seguro lo recordará pleno, sonriente y bonachón, porque no es la imagen del amigo postrado con la que queremos quedarnos. El dolor afortunadamente es pasajero (todos somos pasajeros) y pronto estaremos dando brincos y bailando. El mejor honor que les podemos dar a nuestros amigos y familiares es recordarlos y que sepan que aquí seguiremos persiguiendo la chuleta como dóbermans mal alimentados. Efraín ha luchado y lo sigue haciendo pese a que los doctores ya se han rendido, y caerá, cuando le toque, como un valiente, un enorme gladiador de los tiempos de los romanos. Su familia y sus amigos estaremos tristes, pero también muy orgullosos.

Vámonos haciendo menos, pareciera ser la encomienda, pese a que en las sumas y las restas le vayamos ganando miles de personas más al mundo cada año. Me imagino que en la antigüedad, ante esas escalofriantes sobrepoblaciones, la Tierra tenía sus métodos nada delicados para curarse y por eso nos mandaba la peste negra, la lepra, el cólera, la bubónica, y todas esas linduras que diezmaron en más de una ocasión a esta sensible sociedad. De no haber sido por esas diezmas quién sabe cuántos miles de millones de personas seríamos, viviríamos encaramados, en interminables rascacielos y edificios departamentales como los de ahora… pero infinitos. Ya José Saramago se imaginó alguna vez en su novela “Las intermitencias de la muerte” todos los problemas que ocasionaría el que la muerte se tomara sus vacaciones… no podríamos, ni querríamos, seguir viviendo.

Es natural y es parte inevitable de la vida la propia muerte, y aunque duele, al final los que quedamos nos reponemos. Yo desde aquí le envío un abrazo muy fuerte a Efra, ve y descansa… pero nos esperas que algún día no muy lejano también te alcanzaremos.

Tome nota: una felicitación para Melitón Morales, quien festeja 37 años con su revista Análisis Político… ahí te caeremos Melitón, dispuestos a la gorra.

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