En un proceso de varios años, a fuerza de repetirse, Veracruz obtuvo la mala fama de ser uno de los lugares más peligrosos del mundo para el ejercicio del periodismo. Son muchas las muertes de trabajadores de la comunicación ocurridas en nuestra entidad como para marcar una tendencia, para que no se tome como excepción y se convierta en un fenómeno de escándalo internacional referido a represión y muerte contra la libertad de expresión. A estas alturas, lo de menos es la característica particular de cada caso de muerte o represión en general, lo que ya pesa en imagen y condenas es el saldo total que se incrementa a niveles desproporcionados cada que ocurre otro hecho similar, como acaba de pasar con el fotoreportero Rubén Espinosa, autoexiliado y asesinado en el Distrito Federal; el ambiente formado para las autoridades estatales bien podría referirse al viejo dicho de: «haz fama y échate a dormir”.
No se debe desviar en frivolidades el origen de las muertes de periodistas en Veracruz; apresurar conclusiones comunes que rayan en la vulgaridad y lo ofensivo para los deudos y la opinión publica solo redunda en incredulidad social y una especie de autoinculpación para quienes, desde el control de las investigaciones y manejo mediático, eluden la verdad y la autocrítica. Por causas coyunturales, circunstancias específicas y decisiones políticas, se vino configurando un cuadro criminal entre el periodismo independiente, pero lo más grave y contundente ha sido la omisión e irresponsabilidad oficial, desde donde se trivializa y todavía se pretende eludir compromiso con la justicia y la labor informativa, es decir, con la verdad (Kelsen) y la democracia. Toda muerte dolosa es condenable y debe ser castigada, pero la de los periodistas, en razón de su trabajo, son más sensibles y golpean el funcionamiento normal de la sociedad; sin información la ciudadanía se debilita por falta de datos para saber, opinar y decidir.
Es posible que, a excepción de dos o tres casos de alto impacto, el resto de muertes no tengan que ver con motivos políticos directos o se encuadren en condiciones de ese nivel pero muy locales; sin embargo, la falta de respuestas a casi todos los casos y el manejo de un discurso simplista y poco humano ha generado una imagen fatal del Gobierno del Estado, como si el fuera el responsable, siendo probable, a estas alturas, que se le quede para siempre esa muy mala imagen. Estamos en una situación en que al oficialismo se le fueron las cosas de control y que, por razones que solo pueden venir de la soberbia y el autoritarismo, dejaron crecer sin soluciones la violencia contra los periodistas. Por simular, minimizar y despreciar, cuidando una imagen ficticia, ahora están casi en un callejón sin salida. Ni pidiendo perdón e intentando reparar los daños van a salir fácilmente del atolladero en que se metieron. El costo político que ya están pagando se incrementará a niveles insospechados y de efectos múltiples, por ejemplo de corte electoral, con un previsible voto de castigo en la elección inmediata.
De muy poco o nada han servido las comisiones de supuesta defensa de los periodistas, tanto la legislativa como la creada por el ejecutivo, como tampoco la casi invisible Comisión de los Derechos Humanos; los alegatos aplaudidores o de condena según el objetivo de los llamados textoservidores o propagandistas oficiales que practican ese tipo de periodismo, si así se le puede llamar, a estas alturas ya es irrelevante. Solo la democratización de Veracruz, vendría a transformar las condiciones de la libertad de expresión, dándonos perspectivas de justicia y un proceso de normalización del trabajo periodístico donde se transparente el ejercicio gubernamental, se garantice el derecho a la información y se propicien condiciones de seguridad y trato digno a los trabajadores de la comunicación. Para tal fin tenemos que salir del nivel bananero en que nos encontramos, sanear nuestra vida pública, abrir los espacios a la oposición y a la división de poderes. La prensa no debe ser vista como agencia de relaciones públicas y menos como enemiga, la crítica es indispensable en democracia, se le debe estimular y respetar. Si desde el poder político se practica absoluta tolerancia, en otros ámbitos, sobre todo entre los poderes facticos, se tomará nota y se intentará no cruzar las líneas del respeto a los periodistas.
Como representante popular, con un trato casi cotidiano con reporteros y periodistas en general, me duelen las muertes de los comunicadores veracruzanos, y que se les roben sus sueños, que se hieran los sentimientos de sus seres queridos; esta cadena mortal contamina todo, arroja sombras sobre nuestra existencia, atemoriza y, sin embargo, también impulsa a luchar, a levantar las causas y la memoria de los caídos en el cumplimiento de su deber, que es la verdad y la crítica, es decir, la justicia y la democracia. Es muy elevada la cuota pagada por estos valientes y dignos trabajadores, rebeldes, idealistas y dignos; lo mínimo que les debemos dedicar, en los hechos, es un esfuerzo sin desmayo porque se les reivindique y reconozca; para ellos justicia y recuerdo perenne.
Recadito: la descomposición política de Veracruz es el mejor retrato que nos dejó Rubén.
Uriel Flores Aguayo