En 1979, al triunfo de la revolución sandinista, el padre Ernesto Cardenal se hace cargo del ministerio de Cultura. Al inicio de los ochenta viví en Nicaragua y fui testigo de la propuesta original e innovadora que echó a andar, para promover la cultura y hacerla llegar a todos los sectores de la sociedad a lo largo y ancho del territorio.

A finales de los años sesenta me encontré con la poesía del padre Ernesto Cardenal. Me impresionó mucho. A partir de entonces he leído con frecuencia sus escritos. He seguido también su trayectoria como sacerdote, poeta, promotor de la cultura, escultor, funcionario público y crítico del actual gobierno de su país.

En 1966, el padre Cardenal funda la comunidad religiosa-contemplativa, integrada por laicos, en la Isla de Solentiname, Lago de Nicaragua. Experiencia que conocí a través de Mario Ávila, mi amigo, quien en los años setenta vivió algunos meses en ella. De ahí surge la pintura primitivista de Nicaragua. En 1977, la comunidad fue destruida, después de que algunos de sus integrantes participaron en una fallida acción guerrillera.

En 1979, al triunfo de la revolución sandinista, el padre Cardenal se hace cargo del ministerio de Cultura. Al inicio de los ochenta viví en Nicaragua y fui testigo de la propuesta original e innovadora que echó a andar, para promover la cultura y hacerla llegar a todos los sectores de la sociedad a lo largo y ancho del territorio. Con muy pocos recursos se hizo mucho. Conservo textos de esa época.

En 1983, en la visita del papa Juan Pablo II a Nicaragua, vi por la televisión el regaño público que le hizo por colaborar con el gobierno sandinista. Me pareció injusto y me molestó mucho.

A finales de los noventa, Flor de María Monterrey, mi amiga, me conectó con él. Lo visité en su casa de Managua. Estaba escribiendo sus memorias. Quería que le platicara de su sobrino Antonio Cardenal, el comandante Jesús de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) Farabundo Martí, que en 1990 perdió la vida en una emboscada en las montañas de El Salvador.

A principios del siglo vi al padre en la casa de Mario Ávila en Tepoztlán. Esa vez dio un recital y luego estableció un diálogo con el público. Hizo una apología del presidente Hugo Chávez y los cambios que realizaba en Venezuela. En esa ocasión no estuve de acuerdo con é

El pasado domingo nueve de agosto lo visité en su casa de Managua. A los 90 años tiene una lucidez total. Me interesaba conocer, en directo, su opinión del gobierno que preside el presidente Daniel Ortega. Fue muy crítico. Su juicio no fue el de un analista político sino el de un profeta bíblico indignado con el poder. En Nicaragua, me dijo, ya no hay Revolución, ni izquierda y tampoco socialismo. Gobierna una dictadura familiar.

Él, como hace 60 años, se viste de jeans, cotona blanca (camisa de los campesinos nicaragüenses) y boina negra. Su pelo y barba totalmente blanca. La casa es muy sencilla. Platicamos, como la otra vez que estuve aquí, en las mecedoras de la sala abierta donde recibe a los visitantes. Me impresiona como está al tanto, al detalle, de lo que sucede en su país y el mundo.

Ahora me dice, escribe poco. Solo cuando me vienen ideas nuevas. No me quiero repetir. Me enseña las esculturas que ha hecho para una exposición en Costa Rica. En el maguey encuentra una forma plástica que le gusta mucho. Ahora trabaja en lámina pintada y cobre amartillado.

Su figura me conmueve. Le confieso que él ha sido un referente para mí y que su manera de vivir el Evangelio me ha inspirado. Se sonríe. Me dice que le da gusto. Para despedirme le digo que le quiero dar un abrazo. Nos abrazamos. Me dice que somos compañeros. Mi admiración crece. Salgo de su casa reconfortado y con muchas ganas de vivir y de dar a los demás.

@RubenAguilar