Veo muy preocupados y hasta enojados a los ministros de varias iglesias, además de la católica, por la autorización que está dando la ley a parejas del mismo sexo para que adopten a un pequeño como hijo o hija.
Y digo enojados porque sus declaraciones son tronantes en contra de esta medida, que atenta según ellos contra sus creencias y sus dogmas de fe. El semanario católico Desde la fe ha sentenciado que es un “Golpe demoledor contra la familia”, como respuesta a la autorización que dio el Congreso local de Campeche, que se suma a las de otros estados, con lo que pronto se convertirá en una ley nacional.
El pastor Guillermo Trujillo, de la Red Evangélica de Veracruz, se ha propuesto interponer una demanda de inconstitucionalidad en contra de la aprobación de los matrimonios gay -y de la posibilidad de que puedan adoptar un bebé-, que están siendo legalizados en varias entidades federativas.
Trato de entender la reacción de los hombres dedicados al servicio de dios porque en las religiones semíticas el asunto del sexo tiene una gran primacía y pareciera que se ha terminado por convertir en el pecado capital favorito para echarle anatemas y maldiciones.
Por ejemplo, la gula es un pecado igualmente condenado y no veo a ningún ministro de ningún culto preocupado particularmente en que se reduzcan los índices de obesidad, ni que digan que la gordura atenta contra la esencia de la familia, núcleo básico de la sociedad para ellos.
Bueno, cada quien con sus demonios, pero lo cierto es que en el asunto de la familia hay muchos factores que atentan contra aquélla y que no tienen que ver con el asunto de la sexualidad de los padres.
Podrían preocuparse con tanto ardor los sacerdotes y pastores en el asunto de los padres desnaturalizados, que abandonan a sus hijos o que los educan mal o que los hacen blanco de sus traumas y enojos.
Cuántas injusticias contra sus pequeños no cometen a diario dentro de los hogares muchas madres y muchos padres, que sin embargo han sido bendecidos por el sagrado sacramento del matrimonio.
De acuerdo con las tres leyes por las que se casan las parejas heterosexuales, en nuestro país hasta ahora los padres tienen un poder legal extralimitado con sus hijos, y en la práctica pueden hacer con ellos lo que les plazca -y muchos lo hacen-. Hay muchos casos de violencia intrafamiliar por esas leyes tan complacientes con los progenitores, y no veo que las iglesias se preocupen tanto por ello como lo hacen por la adopción de parejas gay.
La verdad, señores ministros, es que la familia no ha sido tan perfecta como núcleo de nuestra sociedad. Y es en buena parte porque hay legislaciones que le permiten que se aleje del modelo de la Sagrada Familia; porque muchas veces permitimos que el hogar se convierta en un verdadero infierno para muchos hijos que son víctima de abusos de todo tipo.
Y eso sí atenta contra la buena sociedad, de la que aparentemente la familia sería el núcleo virtuoso.
No lo ha sido.
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