Las uñas, o mejor dicho, las puntas de los dedos se me están quedando en puros muñones de tanto que me muerdo las garritas. Baste tener en cuenta que este país, tan pródigo y feraz, no nos deja caer en el aburrimiento. No entiendo a los que, agazapados en los escritorios burocráticos, se la pasan cabeceando como si el país no estuviera a punto del incendio. En cualquier momento, a este mísero paso, nos vamos a encontrar con que nuestros mayores temores se hacen realidad: el Fear de The Walking Dead, el dólar rebasando los 20 pesos, o a Elba Esther Gordillo despojada de su disfraz mortal y mostrándose como Gorgona despiadada recuperando su libertad y estableciéndose por toda la eternidad (jamás fallecerá) como la diosa Sentista protectora de las conquistas magisteriales más antiguas.

Y eso a nivel nacional, a nivel estatal o municipal (depende su largura de miras) la cosa no está más tranquila. La grey católica, milenaria respetuosa de las creencias contrarias (¡sí Chucha! Dirían las brujas de Salem y uno que otro chamán azteca), un día sí y otro día también se mete a defender a la familia tradicional, cosa que, dicho sea de paso, me parece correcto porque una sociedad sin status quo está canija y hay que defenderla. En la otra esquina, con 59 kilos y un aterrador uppercut está la gleba azteca que se quedó comiendo las tunas del nopal, y que decidieron que lo suyo no es decisión, sino designio (No de Dios ¡obvi noooo!) y que por tanto no tienen por qué quitarles el derecho a decidir con quién participar en el Besotón.

A mí me preguntaron qué opinaba del tema y yo dije que como dijera mi Beni, el respeto al derecho ajeno es la paz. Ambas posturas tienen su sustento y validez, lo que no tienen es un punto de encuentro pues ambas lo que defienden son cosas distintas, aunque el producto sea el mismo (achismiachis). El culebrón se arma cuando en lugar de defender sus posturas se atacan, y ya sabe que a la cristiandad las leyes le dieron la espalda desde el siglo XIX por haberse pasado de voraces y tener concentrados casi todo el poder y la riqueza, a lo que los liberales dijeron “¡ah cómo pasan a creer!”. Guerras y muertos, y hasta una guerra Cristera creada exprofeso para que los rotitos vieran quién era Cristo Rey. Como al final perdieron los católicos pues desde entonces las leyes se pasaron del lado secular, por lo que a la grey cristiana no le queda más que vociferar, cosa que tampoco le gusta a los defensores de los derechos de las sociedades de convivencia.

Esos temas se avivan todos los días, y basta con echar un vistazo a la Plaza Lerdo para ver que aquél espacio tan lleno de plantas y hasta de una fuente a mediados de siglo pasado, es ahora búnker y cuartel general de manifestaciones casi diarias. ¿Así cómo aburrirse? ¿Cómo pueden aburrirse los burócratas en sus oficinas si pueden seguir hasta en tiempo real las calles de la ciudad? El problema lo tienen cuando sobre ellos hay jefes nefandos y perversos que les hacen la vida imposible por tanto abuso. Cuando eso pasa entonces el trabajador se encuentra y siente indefenso, sin ganas y trabaja mal. No tiene motivación y sólo quiere quedarse enrollado en las sábanas, refunfuña y maldice el día que ese jefe llegó a esa oficina. Sus peores temores se convierten en realidad “The walking boss”.

Hay un jefe que no sólo no tiene empatía alguna, sino que gusta de gritar y ofender a sus empleados. Una fina pieza la gestó cuando les dirigió a sus empleados unas frases que ya se han hecho místicas “a mí me vale madres si comen, duermen o descansan, conmigo se chingan, y si yo digo que se quedan después de su hora de salida, se chingan y se quedan”. ¡Cuánta belleza! Con esos casos ¿Cómo aburrirse? Parafraseando unas líneas del maestro Germán Dehesa: hay en el jardín burocrático de Veracruz una flor que resalta entre todas, una rara avis conocida como el Subsecretario Arturo Jaramillo, y es -con ánimos de definir y no de ofender- una perfecta bestia. ¿O cómo definiría usted a un jefe –de ese nivel- que se dirige así a sus empleados?

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