Mi primera juventud (porque ha de saber que todos los viernes rejuvenezco) la pasé como la pasan millones de mexicanos… ahí nomás llevándola. Así hubiera podido seguir, de no haber sido por las recriminaciones de Paco Pepe Grillo, que cuando se pone a sermonear no termina sin antes haberme echado en cara hasta la desangelización de las 1000 vírgenes. El caso es que a él no le hacía gracia que éste, su querubincito de 20 años, anduviera por la vida sin identificación oficial “Eso no es de gente de bien, yo no te he enseñado eso, algún día vas a amanecer quien sabe dónde y ni quien te pueda reconocer”, decía y se echaba a llorar sobre la mesa como Marga López.

Comprendo a aquellos que pueden andar por la vida así, como anónimos aztecas, sin credencial de elector y como única identificación la credencial firmada por las monjas del Instituto Motolinía dando fe de su identidad. También entiendo a quienes se atreven a manejar un auto sin licencia de conducir pues a ellos “nunca los han multado”. Los comprendo y los entiendo, pero a mí esas extremas opciones me aterrorizan desde hace tiempo.

Y es que tengo la suerte del perro negro, todo me pasa. Casi nunca me estaciono en lugar prohibido, pero cuando lo hago por necesidad, me multan… o cuando voy manejando bien quitado de la pena, a los justificados 60 kilómetros por hora, nunca falta el gandul que se me recuesta en la cajuela con su auto, pitándome y exigiéndome que vaya más rápido. Por eso es que tengo miedo, porque ya sé que aunque trate de portarme bien al volante, en el primer instante que baje la guardia ¡zúcu! me van a multar y temo que no trabaje más que para pagar las infracciones. Por estadística me va a tocar.

Trato de andar derechito, en la medida de lo posible, con todas las tenencias en regla, las verificaciones realizadas aunque descaradamente las hagan dos veces al año, con mi licencia que cuido como la niña de los ojos, documentos, seguro vehicular y aun así, algo le encontrarán los agentes el día que decidan detenerme. Hoy (ayer), faltando un día para que entre en vigor pleno el Reglamento de Tránsito, las manifestaciones no se hicieron esperar, y si no hubiera andado con prisa me les hubiera unido en sus gritos en Plaza Lerdo.

Pocas veces he visto que los ciudadanos reciban con tanta simpatía una manifestación, porque no son pocos los que están en contra de las excesivas multas. Mi fino amigo Sergio González Levet escribió hace un par de días que son muchos más los que siempre se conducen bien y que no toman las calles bajo la ley de más gandalla. Cierto, coincido, pero el miedo mi estimado Sergio, es mucho más generalizado de lo que podría aparentar, pues hasta esos que, me incluyo, tratamos de manejan bien, estamos expuestos a un lapsus pendejus, un descuido vaya, y ver mermada seriamente la economía.

Dicen que Bill Clinton, a modo de chiste personal, pegaba un post-it en sus discursos en el que escribía “It´s the economy stupid”, para que no se le olvidara que lo que al pueblo le dolía era eso, la economía. En el caso del Reglamento de Tránsito tampoco creo que haya muchos (bien poquitillos más bien) que no estén de acuerdo con una regulación que nos haga llevar una vida más armoniosa… pero lo que duele, lo que realmente arde de este Reglamento son esas multas que siguen siendo caras pese a que hagan un 75% de descuento, como diría Billito “it’s the economy stupid”.

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