Los gobernadores y los distintos niveles de la dirigencia del PRI querían que Manlio Fabio Beltrones fuera el líder de su partido. El priísta Enrique Peña Nieto leyó bien la demanda y actuó en consecuencia. El haber tomado otra decisión le hubiera costado mucho a él, a su partido y a su gobierno.
El PRI recurrió al más viejo de sus mecanismos, que es el nombramiento por parte del presidente de la República. Ahora, más que nunca, el tradicional dedazo tiene límites y no depende sólo de la voluntad presidencial. Al presidente le hubiera gustado nombrar a uno de los suyos, de su círculo cercano, pero las circunstancias no se lo permitieron.
Las manifestaciones de satisfacción de los priístas, por el nombramiento de Beltrones, fueron más que evidentes en su toma de posesión. Asume la presidencia del partido con un evidente reconocimiento a su liderazgo por parte de las bases, las organizaciones del partido, los distintos niveles de la dirigencias y los gobernadores. No es poca cosa.
Es cierto que el presidente nombró a Beltrones, podía no haberlo hecho, pero lo hizo en respuesta a condicionantes que le impidieron actuar de otra manera. La llegada del nuevo presidente del PRI implica un cambio en la correlación de fuerzas en los términos de la relación del presidente con el partido, los diputados y senadores, los gobernadores y al interior del gobierno.
Ahora, en principio, estos actores tendrán quien los represente ante el presidente, sobre todo en casos problemáticos. Se hacen también de un canal de comunicación más directo y también efectivo. Ésa no fue la función que desempeñó el anterior presidente del PRI, César Camacho, del grupo del Estado de México, ahora coordinador en la bancada del PRI en la Cámara de Diputados.
El presidente, a pesar de que las circunstancias lo exigían, se había negado a hacer cambios en su gabinete. El de Beltrones es el primero del conjunto de los cambios, que por fin el presidente se decidió a hacer, poco antes de cumplir tres años en el gobierno. Después del nombramiento de Beltrones, estaba obligado a realizar ajustes en su gabinete.
En momentos de intensa competencia política, como los de ahora, ser dirigente del PRI cobra una importancia que antes no tenía. Al primer núcleo del gobierno —el líder del PRI es un secretario sui géneris— entra alguien que no viene del Estado de México e Hidalgo. Que no es, pues, del círculo de los amigos que ha caracterizado la integración del actual gabinete y que sigue básicamente igual después de los últimos enroques.
Los dos, el presidente y el líder del PRI, se necesitan. Beltrones llega para en el 2016 tratar de ganar el mayor número de las 12 gubernaturas en disputa. Llega también, para tratar de acrecentar el voto del PRI ahora en declive y reducido sólo a su voto duro. Llega para controlar la disputa interna por la Presidencia y también, para frenar el crecimiento de los candidatos opositores.
Queda por ver si Beltrones, desde su nuevo cargo, intenta construir su candidatura a la Presidencia, para el 2018. Hay grupos relevantes en ese partido que lo dan como un hecho y otros que le tienen mucho respeto como político, pero no lo ven como candidato ganador. En las reglas del PRI es una decisión que sólo corresponde al presidente de la República. Todavía van a pasar muchas cosas.