Antes de que algo peor suceda, le recomiendo si es que no se ha puesto lo suficientemente avispa, que invierta en divisas extranjeras –dólares de preferencia-. El escenario nacional, con todo y el livianito Agustín Carstens luchando como Quijote contra molinos de viento, se ve profundo y negro como la mala suerte. La guerra contra la depreciación del peso la vamos perdiendo por goliza pese a los 400 millones de dólares diarios que saca a remate el Banco de México a las banquetas de Madero y Eje Central. Como marchante don Agus es muy bueno, de eso no hay duda; mercancía que exhibe, la vende.

Tenemos bastante rato avizorando una tragedia económica, pero nos llegó el otoño y no podemos hacer otra cosa más que seguir los vaivenes de las finanzas como si fueran marcadores de futbol. Pobre Carstens, desde que tomó protesta en su ratificación en el Senado ya se le veía la preocupación en el rostro (me atrevo a suponer que hasta había bajado un par de kilos). ¿Qué táctica vas a aplicar Agustincito? Le habría preguntado el Presidente. Pienso vender más dólares excelentísimo señor, porque tengo la misma fe de aquél que metía la barrena, y debajo de esta tierra, tiene que haber agua. ¿Dólares Agustín? ¿Más dólares? ¿Acaso no tiene otra solución en su mula y parco instructivo?

Algo que he podido comprobar -sin ningún ensayo ni investigación científica- es que el incremento del dólar no ha sido directamente proporcional a la inflación, como solía tener la recochina costumbre nuestra mugre economía mexicana. Desde que el peso comenzó su caída libre, el dólar pasó de los 13 a los 17 pesos. No soy, ojo, tampoco de aquellas mentes mal amarradas que opinan que el incremento del dólar no impacta porque “ellos” no viajan a Estados Unidos -opinión simplista pero justificable considerando los parcos conocimientos financieros que nos entrega la educación pública en México-. Aun así, en otras épocas, o en el siglo pasado (ya llovió), una depreciación de casi el 30% ya nos tendría al borde de una nueva revolución. Hoy, reconozcámoslo, no es el caso.

Llegará el momento de soltar a los perros en el jardín o de salir a las calles con el dinero justo para comprar un cono de huevos y en lo que llegamos a la tienda ya sólo nos alcanzará para media docena. Pero todavía no.

Aquí mismo en Veracruz, tiene mucho rato que se habla de la quiebra del Gobierno del Estado y hasta el momento ahí la llevan. Con muchísimos, la mar de problemas, de eso cualquiera puede darse cuenta, porque los pagos a los contratistas y proveedores van desfasados, pero ahí la llevan. Lo que hay, a mi leal entender, es un problema de liquidez, e incluso el Senador Pepe Yunes lo ha cuantificado en 800 millones de pesos al mes. Pero de allí a la quiebra financiera, a sacar los libros de contabilidad y quemarlos en una gigantesca hoguera para bailar alrededor implorando el perdón de los dioses de las finanzas, hay todavía trecho. La percepción es lo que nos tiene desencantados, más no la situación.

A la luz de esa percepción financiera que vive el Estado de Veracruz, es que me llama vertiginosamente la atención el que Javier Duarte haya enviado dos ‎iniciativas de reformas al Código Financiero del Estado, en las que se plantea la eliminación del impuesto al Hospedaje y hacer homogénea la tasa del impuesto sobre Erogaciones por Remuneraciones al Trabajo Personal (¿quechecho?). Ojalá, por nuestro bien, realmente la eliminación del Impuesto por la Prestación de Servicios de Hospedaje reafirme a Veracruz como uno de los principales destinos turísticos del país‎, y que la derrama económica que se generará por esta política pública fomente la inversión privada y social en este sector. Cuando menos hasta ahora los hoteleros se han quejado mucho por ese impuesto, así que ya podrán invertir más, pagando menos.

Tome nota: Dice el diputado Francisco Garrido que Yunes Linares está mal informado… ¡Zúcu! ¿Qué opinará Miguel Ángel al respecto?

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