A los padres de los 43
normalistas desaparecidos

Heinrich Böll, escritor alemán, Premio Nobel de Literatura en 1972 escribió el cuento titulado “La balanza de los Balek” que resume en pocas páginas el sentido de empatía que todos deberíamos tener si vamos tras la justicia.
El cuento narra la historia de un niño alemán que vive en una aldea que trabaja las tierras de la familia Balek von Bilgan. Desde cinco generaciones atrás los aldeanos han trabajado en las agramaderas de lino de la familia Balek dejando ahí sus pulmones y su salud. Otros en verano recogen flores, hierbas finas y setas para vender a los Balek a quien pertenece la única balanza de la región. El tomillo, la menta, la asperilla, el comino y algunas setas son pesados en esa balanza con adornos de bronce dorado y en ocasiones los niños son recompensados con un caramelo sacado de un enorme tarro de vidrio. Nadie puede tener una balanza en casa, quien la tuviera sería expulsado de la aldea y se correría la voz para no ser admitido en otras aldeas. Por eso durante muchos años el fiel de la justicia ha sido la balanza de los Balek. El niño, diligente y trabajador, llevaba anotadas en una libreta todo lo que vendía a los Balek: cada libra de setas, cada gramo de tomillo y el dinero que por ello le habían pagado.
En 1900, cuando el niño tenía 12 años los Balek, para celebrar que el emperador les había dado un título de nobleza, decidieron obsequiar a las familias del pueblo la mitad de un cuarto de kilo de café. Ese día al niño le encargaron recoger la porción de café de cuatro familias, es decir medio kilo en total. Ese día la empleada quiso obsequiar un caramelo al niño pero el tarro estaba vacío. Fue al interior de la tienda por más caramelos y ahí, el niño, frente a la balanza y con los cuatro paquetes de medio cuarto de kilo de café se dio cuenta que en un extremo de la balanza había la pesa de medio kilo. Puso entonces los cuatro paquetes en el otro extremo y esperó a que la balanza se detuviera sobre la raya que indicaba la estrecha línea de la justicia. Pero no llegó. Ahí seguían los cuatro paquetes suspendidos por encima del fiel de la balanza y la pesa de medio kilo que no se elevaba al nivel de la justicia. Temblando el niño sacó cinco piedras que usaba con su honda para espantar a los gorriones que se comían las coles de su madre. Puso una tras otra hasta que a la quinta piedra la balanza alcanzó su nivel justo. El niño se olvidó de los caramelos, de los cuatro paquetes de café y fue a buscar otra balanza para ver cuánto pesaban las piedras y conocer lo que le faltaba en justicia a la balanza de los Balek. Después de caminar muchas horas y con los pies empapados por el hielo del camino llegó a la casa del doctor Honing. Éste preocupado preguntó por la salud de su padre, pero el niño, a punto de soltar el sollozo le dijo que quería pesar las cinco piedras que llevaba en su mano. ¿Por qué? “Es lo que le falta a la justicia” dijo el niño.
Cincuenta gramos exactos. Entonces el niño pensó en la gran cantidad de setas, de hierbas y flores pesadas con la balanza a la que faltaba el peso de cinco piedras para la justicia. Soltó el llanto cuando se puso a pensar en los cientos de niños del pueblo, cuando pensó en sus hermanos, en sus padres, en sus abuelos, en las muchas generaciones que habían confiado en la balanza de los Balek.
Cuando el niño lo contó a su familia, estos a su vez lo dijeron a las demás familias y al final se repudió a la familia Balek, quienes utilizaron al párroco para que negara lo dicho. Pero los aldeanos no estaban conformes y cada vez que pasaba la familia Balek cantaban: “Fue la justicia de la Tierra, oh Señor, quien te dio la muerte”. Al final la familia del niño fue expulsada de la aldea y de otras aldeas ellos mismos se expulsaban porque descubrían que en todas partes el fiel de la justicia estaba desequilibrado.
De alguna manera este cuento dice mucho más de lo que aparentemente narra. El niño no sólo pensó en lo que a él le habían robado, lloró pensando en las muchas generaciones que habían confiado en esa balanza antigua y hermosa, llena de adornos bronceados.
¿Cuántos de nosotros hemos creído en las leyes para impartir justicia y al momento de recurrir a ellas hemos quedado decepcionados? Nos lamentamos por lo que nos sucede, si pensáramos en cómo esas leyes han afectado a las generaciones de hombres y mujeres que nos han antecedido quizás no podríamos contener el llanto; claro, eso si fuéramos como el niño del cuento. Si no somos así, nos importará poco saber que muchas leyes no alcanzan a la justicia, se quedan cortas, en ocasiones la rebasan y son excesivas.
Todos van tras la justicia. Pero ¿quién puede caminar horas en la noche y sobre el hielo con tal de saber cuánto ha robado la justicia a nuestros semejantes?
Pocos, muy pocos.

Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com