Lo bueno es que no es político, porque si lo fuera, ¡que Dios nos agarre confesados!, hay veces que es mejor escribir de estas cosas que mezclan lo celestial con lo terrenal.
Si fuera mexicano, diríamos de él: “En la forma en que agarra el taco se le ve lo tragón”, y es que, sin duda, el Francisco (Jorge Mario Bergoglio Sivori, barrio de las Flores, Buenos Aires, Arg., 17 de diciembre de 1936) denota otra formación, una consistencia intelectual sólida y en esto seguramente tienen mucho que ver su historia personal, lo que explica ese estilo dotado de la fuerte carga social que su impronta papal está revolucionando al mundo.
En su mensaje doctrinal impera más el tema social por encima de lo pastoral, y esto no es gratuito o fortuito, insisto, sino vea usted: su origen latinoamericano que revela la conciencia política que no se puede regatear a los argentinos; el ser hijo de inmigrantes italianos pobres; su formación sacerdotal bajo el cobijo de la Compañía de Jesús -¡qué mejor escuela!- y el haber vivido durante los años trágicos de la dictadura militar Argentina, son condiciones que, sin duda, le han dado a Francisco otra perspectiva diferente de la vida, producto de la época que le tocó vivir en su pasado reciente, muy lejos de la opulencia y el poder vaticano geopolíticamente hablando.
Por ello no sorprende su estilo, por lo menos a mí no me ha sorprendido su mensaje papal en donde siempre están presentes los pobres y los desprotegidos, las mujeres, las niñas y los niños, los ancianos, los enfermos y los discapacitados, discurso que contrasta con los de sus dos inmediatos antecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, dos Papas a los que podríamos calificar de ortodoxos de la religión católica que a veces abusa del dogma y de la doctrina de la fe.
Al primero, aparte de su largo papado, lo distinguió esa imagen de santo a la que contribuía su muy natural luminosidad. Yo tuve oportunidad de verlo cuando menos en dos ocasiones en sus visitas a México y sí, su presencia irradiaba luz, pero Juan Pablo II era un Papa doctrinario, poco dado a salirse de los rigurosos y estrictos cánones de la iglesia, por eso no solo no procedió en contra de Marcial Maciel, sino lo protegió y ése, ese tal vez ha sido su mayor “pecado”.
De Benedicto XVI poco se puede decir a su favor, sobre todo porque le tocó substituir a un Papa tan luminoso y carismático como lo fue Juan Pablo II. Tal vez un acierto entre comillas de Joseph Ratzinger es que, ante el peso de las evidencias que condenaban por sus abusos y vida criminal a Marcial Maciel, ordenó su retiro del sacerdocio activo para “condenarlo” a una vida consagrada a la oración y a la penitencia, siendo que en realidad debió haber sido llevado ante la justicia y ser condenado por sus criminales e incalificables. En fin, Benedicto XVI, al igual que el hoy santo Juan Pablo II eran dos Papas conservadores que procuraron que lo que era de Dios era de Dios y lo que ocurría en la Santa Sede de la Santa Sede no salía.
Sé de antemano que no se le pueden pedir peras al olmo, pero Francisco es diferente, y esto lo constaté el pasado jueves 24 cuando se presentó ante el Congreso de los Estados Unidos, debo reconocer que nunca esperé que este Papa argentino fuera capaz de construir un mensaje tan poderoso, de mucha profundidad y de gran alcance intelectual que trascendió lo meramente pastoral, pero todavía más, de que fuera capaz de pronunciarlo en la misma casa del todo poderoso Congreso de los Estados Unidos de América.
Yo no sé precisamente cómo definir al mensaje del Papa Francisco ante el Congreso norteamericano, pero no exageraría si lo califico como un tratado de Ciencia Política del siglo XXI (si no lo ha leído le recomiendo que lo haga, aquí le dejo el enlace: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/09/24/discurso-integro-del-papa-francisco-en-el-congreso-de-eu-2085.html). No dejo nada de lado, para empezar fue un discurso con un alto contenido político, casi un ensayo que revela la inteligencia de un Papa que sabe de lo que está hablando, de las fibras sensibles que pretendía tocar –y vaya que si las tocó, nada más había que ver al todavía presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, que en toda la sesión no paró de llorar-.
Francisco ese día les dio un repaso a los políticos estadounidenses de filosofía pura, de filosofía política, de sociología política, de sociología social, de ética, de moral pública y de historia universal y de la gran historia de los Estados Unidos; les habló de teología, de laicismo, de tolerancia y les recordó a los “padres conscriptos” norteamericanos que en la historia de las iglesias de su país había figuras imprescindibles a las que había que estudiar, rendir culto y exaltar por su papel doctrinario, pero principalmente por su obra social, fue así que les recordó a Robert Merton, Dorothy Day y Martin Luther King.
Para quienes hemos leído y de alguna manera estudiado la historia del pueblo de los Estados Unidos y su contribución al Derecho Constitucional y a la construcción de las instituciones democráticas –no exagero si digo que los norteamericanos reinventaron la democracia moderna-, la lección que les vino a dar Francisco de política es altamente relevante, y desde la entrada de su discurso aquel jueves de alguna manera ya sabía yo que ese día los ahí presentes terminarían seducidos por el Papa, sino vean como les dio en su mero mole: Les agradezco la invitación que me han hecho a que les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en la “tierra de los libres y en la patria de los valientes”.
Lo dijo el vampiro de Palo Verde.- Esta “trampita” que hicieron los canijos alemanes para dizque disminuir las emisiones que arrojan algunos de sus autos de gases contaminantes a la atmósfera, en los hechos revela una inventiva “tramposona” que creía muy propia de los mexicanos, sino ahí están los “diablitos” que muchos solían -¿o suelen?- colocar en el medidor de luz de sus casas para bajar el consumo eléctrico. Y le digo yo al vampire: pues sí, es cierto, nada más que aquí lo hacemos con un alambrito y los canijos teutones lo hicieron con un software, que es algo así como el colmo de la sofisticación.