Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz.
UNESCO, Beijing,China (1995)
Aunque la Paz como concepto para el Derecho internacional, es “el hecho de mantener buenas relaciones entre comunidades de individuos evitándose las situaciones de guerra; o, referirse también, a los tratados o convenios que establecen los gobiernos para poner fin a los conflictos bélicos” la realidad es que en la historia antìgua, las sociedades –en su afán de dominación—saqueaban, combatían y dominaban comunidades y territorios basando en ello su desarrollo –o en afán de protección–, luchaban en defensa de sus pueblos contra otros que eran una amenaza.
Lo hicieron los vikingos, los bárbaros, los conquistadores, etc.,–incluso los buenos guerreros eran condecorados y exaltados en sus virtudes por sus méritos en el combate—y hoy los seguimos viendo porque hay regiones en el mundo que en función de intereses económicos, políticos o ideológicos, llevan décadas o siglos en conflicto y que, junto con el terrorismo y la expansión del narcotráfico, propagan la “cultura del miedo”. Los saldos de estos movimientos armados, revoluciones, guerras o guerrillas, etc., han dejado en el pasado y presente, miles de muertos y mucho dolor y desequilibrio a su paso.
Pero la historia reciente, nos da muestras de deshumanidad, pues pese a que hoy existen tantos adelantos tecnológicos, en lugar de ser usados para beneficio del individuo, ante un mundo tan convulsionado, son usados para el perfeccionamiento del armamento, del espionaje, de las bombas, de las armas biológicas, etc. que en los conflictos armados cobran vidas de miles de civiles y militares, demostrando que el hombre ha avanzado en conocimiento pero poco en espiritualidad.
Y para muestra basta recordar las guerras del siglo XX, entre las principales podemos mencionar en Europa y Asia: la revolución rusa (1905), la primera y segunda guerra de los Balcanes ((1912) , La Italo-Turca (1912), la primera guerra mundial (1914), la polaco-soviética (1920) la civil China (1925), la civil Española (1936), la segunda guerra mundial (1939), la civil griega (1946), la Indochina (1946), la de Vietnam (1955-1975). Incluyendo la “Guerra Fría” (de 1947 hasta1991), que recoge las tenciones de la postguerra y que no generó enfrentamiento armado, sino político, económico, social, informativo, etc., traducidos en bloqueos, embargos, etc.
En Latinoamérica, en el siglo pasado, las principales fueron: la Revolución Mexicana ((1910), la de Costa Rica (1948), Colombia (1951), Guatemala (1960), El Salvador (1981) la invasión al Canal de Panamá (1989), la Revolución Sandinista (1979), la de las Malvinas (1982), La peruana-ecuatoriana (Cenepa-1995), entre las principales. Como también las de África como: la guerra de Angola en (1974), la civil Etíope (1974, la civil Sudanesa (1983), la civil en Ruana (1990), la del Congo (1996), entre las más tristemente recordadas. Pero si algunas guerras han sido históricas –diría yo bíblicas –son las del Medio Oriente, entre las principales del siglo XX, fueron: la Indo-pakistaní (de 1965 y de 1971), la Libio-Egipcia (1977), la de Afganistán (1978), la de Irán-Irak (1980) y la del Golfo Pérsico (1990).
Entre los conflictos y atentados del siglo XXI, tenemos: el de las Torres Gemelas, Pentágono y Pensilvania, EEUU (2001), la Guerra de Afganistán (2001) que provocó la caída del régimen Talibán, la de Irak (2003), los atentado en España 2004, la Revolución Naranja de Ucrania (2004), la matanza de Nueva Delhi, India (2005) y la de Bombay en 2006, la lucha contra el narcotráfico en México (iniciada en 2006 a la fecha), la Primavera Árabe (2011), la civil Siria (2011) , la de Ucrania (2013), la creación del Estado Islámico Siria-Irak ISIS (2014), la cadena de atentados Yihadistas en Paris, (2015), la matanza de ISIS (Siria-Irakì) en Ramadi apenas en mayo 2015, sumándose los últimos ataques, en Irak como el de este domingo pasado 11 de octubre que mata a cabecilla del estado islámico o el atentado de Ankara, Turquía, apenas el lunes 12 de octubre anterior.
Pero, ¿qué factores están asociados a las guerras o movimientos armados?
Un estudio elaborado por el Departamento de Paz y Estudio de Conflictos de la Universidad de Uppsala en Suecia , el Centro para los Estudios sobre la Guerra Civil y el Instituto de Investigaciones sobre la Paz Internacional basado en Oslo, Noruega , han confirmado que, por una parte las causas de la guerra están asociadas a:
• La pobreza, la miseria y el estancamiento económico, que hacen terreno fácil para renacer los conflictos internos y las guerras.
• Factores como la corrupción, la impunidad y el desequilibrio, que provocan o recrudecen la injusticia y la desigualdad económica y social.
• La cultura de la violencia estructural y contìnua, que ejerce influencia en las personas y que proviene de diferentes contextos: familia, medios, Estado, sociedad demandante, resistencia civil, etc.
Cuando los países contienen problemáticas como las antes citadas, el riesgo de desequilibrios sociales y conflictos revolucionarios civiles o militares, es elevado. Hoy los conflictos de guerra están relacionados con el intervencionismo y el dominio de territorios cuya riqueza principal es el petróleo, el azufre, el oro, la plata, etc., mañana lo será el agua.
Pero las guerras, no dejan cosas positivas. Los propios institutos antes citados, han probado que las consecuencias de esos movimientos bélicos no resuelven la situación económica de los pueblos en conflicto, por el contrario la agravan de manera severa a tal grado que se presenta un retorno al subdesarrollo.
Al concluir los conflictos los efectos que se perciben son: destrucción de las ciudades, cuya recuperación cuesta cientos de miles de millones de dólares y en tiempo, se llevan medio siglo para restaurar lo dañado, incluso se pierden patrimonios culturales de gran valía. Las afectaciones a los sectores económico y agropecuario son severas y se empieza a padecer hambre y escases en infinidad de productos porque los daños a la tierra son graves y el agua escasea. En el sistema educativo se produce un estancamiento, retrocediendo el sistema dos generaciones y en materia de salud, se da el regreso a diversas enfermedades y epidemias como la malaria, la peste, el cólera, entre otras, ofreciendo un panorama trágico para la sobrevivencia humana y los ciudadanos quedan en la más baja calidad de vida. Igualmente una guerra deja riesgos posteriores en la presencia de minas terrestres y lo más lamentable, el dolor y sufrimiento en las familias, con los consecuentes síndromes postraumáticos que afectan el estado emocional y mental de los habitantes de un país sean niños, jóvenes o adultos.
Pero, si bien la población civil es a menudo el blanco principal de las hostilidades, no podemos negar que las mujeres son en general las victimas más fuertemente afectadas, de ahí que los tratados de Derecho Internacional Humanitario contienen disposiciones especiales destinadas a proteger en la guerra a éstas, –sean adultas, jóvenes o niñas–, en particular contra los actos de violencia sexual, desapariciones, desplazamientos, detenciones injustificadas, etc.
Y eso se debe a que, la mujer, en su calidad de madre o jefa de familia es la que ocupa el espacio del varón cuando éste se va al combate y entonces son ellas las que garantizan la supervivencia de la familia y de la comunidad, aunque hay que también aceptar que, ya hay hoy, en las fuerzas armadas un porcentaje alto de mujeres que han ingresado y que asumen papeles tanto de apoyo como de combate.
Charloy Lindsey (2000) , describe muy bien la condición de las mujeres en la guerra:
“Irónicamente, muchas mujeres no huyen de los combates – o de la amenaza de hostilidades- porque ellas y sus familias creen que el mero hecho de ser mujeres (a menudo con niños) las protegerá en mayor medida de los beligerantes… Así pues, con frecuencia las mujeres se quedan para cuidar los bienes y los medios de sustento de sus familias; para velar por sus miembros: ancianos, niños o enfermos, que no pueden huir por ser menos móviles; para mantener a sus hijos en la escuela; para visitar y apoyar a miembros de la familia en detención; para buscar a sus parientes desaparecidos; e, incluso, para evaluar el nivel de inseguridad y de peligro, a fin de decidir si sus parientes desplazados pueden retornar en seguridad. De hecho, esta percepción de protección – que como mujeres están a salvo- a menudo no corresponde a la realidad. Al contrario, las mujeres han sido blanco de ataques precisamente por ser mujeres.”
Y justamente por saber lo mucho que se pierde en las guerras–armadas y económicas–, las mujeres son las más comprometidas con la búsqueda de la Paz.
La Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer de Beijing China , de septiembre de 1995, –que sigue vigente–, emitió la “Declaración sobre la contribución de las mujeres a una cultura de paz” y retomo sólo algunos fragmentos de tan importante documento:
“Para combatir la guerra como expresión suprema de la cultura de violencia tenemos que resolver problemas como la violencia que se ejerce contra las mujeres en el hogar, los actos y reflejos de agresión e intolerancia en la vida cotidiana, la trivialización de la violencia en los medios de comunicación, la glorificación implícita de la guerra en la enseñanza de la historia, el tráfico de armas y de drogas, el terrorismo y la negación de los derechos humanos fundamentales y las libertades democráticas”.
Lo anterior confirma que el Estado tiene un peso fundamental en la solución de los problemas–por tener los recursos económicos, humanos y materiales– para hacer frente a la descomposición social o política; pero también los ciudadanos en general tenemos que hacer nuestra parte, porque se puede disminuir la violencia desde la familia, readecuando los patrones de comportamiento en sus miembros, aspirando a la funcionalidad y decrementando la presencia de imágenes violentas en programas, reportajes, videojuegos, etc., que se transmiten indiscriminadamente, que crean modelos con los que se identifican niños y jóvenes y generan su reproducción presente y futura. Luego entonces desde ahí se puede detener esa inercia.
“Una cultura de paz exige que hagamos frente a la violencia de la penuria económica y social. La pobreza y las injusticias sociales, como la exclusión y la discriminación, repercuten con especial fuerza en las mujeres.”.
Luego entonces, es indispensable corregir las asimetrías flagrantes de riqueza y oportunidades dentro de cada país y entre los distintos países para atajar de raíz las causas de la violencia en el mundo.
“La igualdad en la educación es la clave para cumplir otros requisitos de una cultura de paz, entre ellos los siguientes: el pleno respeto de los derechos humanos de las mujeres; la liberación y utilización del potencial creativo de las mujeres en todos los aspectos de la vida; la coparticipación en el poder y la igual participación en la adopción de decisiones por parte de mujeres y hombres; la reorientación de las políticas sociales y económicas para que las oportunidades sean las mismas y se establezcan modelos nuevos y más equitativos entre las relaciones entre los géneros, todo lo cual presupone una reforma radical de las estructuras de poder y los procesos sociales y políticos”.
En resumen, no puede haber paz duradera sin desarrollo, del mismo modo que no puede haber un desarrollo sostenible sin una plena igualdad entre hombres y mujeres.
Pero, el compromiso con la Paz, parte de uno mismo, cambiando de actitud para demostrar un gran apego o amor por nuestra nación, y siendo responsable cada quien de ser un ente de cambio, de apoyo, de equilibrio y no de desestabilización.
Y ello lleva implícito el mejoramiento de la relación entre Estado y sociedad. El Estado, demostrando eficiencia desde las instituciones y siendo garante de la seguridad, respeto y justicia que debe gozar cada ciudadano, cada familia y, la sociedad cumpliendo con su papel, combatiendo la violencia en todas sus expresiones, para hacer propicia una comunidad equilibrada, justa y en armonía.
Y en ese contexto las mujeres podemos y debemos hacer mucho en la recuperación del tejido social de nuestras regiones y naciones, porque por naturaleza no estamos tan adheridas al mito de la eficacia de la violencia y podemos aportar calidad, sensibilidad, equilibrio, experiencia, competencias y perspectivas diferentes para generar –junto con los hombres–esfuerzo común.
En suma, para pasar de una cultura de guerra a una cultura de paz.
Gracias y hasta la próxima.