—¿Que a quién le voy yo, señor?… ¿pues a quién le voy a ir?… ¡Yo le voy a todos! —la expresión verbal se completa con un guiño y una mirada pícara que hacen juego con la guayabera blanca y el botín de cuero que denota el origen campirano—. Seré güey si me alineo con uno, si puedo estar con los tres, con los cuatro o hasta con los 11, si se les ocurriera hacer lo mismo que hizo el licenciado Alemán cuando estaba su sucesión y sacó una lista largota de quienes podían aspirar a ocupar su silla… y luego para que no quedara ni uno de esos once porque se les entremetió Fidel, que ahora es un culé con toda la extensión de la palabra… ¿que por qué eso de “culé”? No piense mal usted, es que así le dicen a los fanáticos del Club Barcelona, ahí donde juega Messi y ese muchacho brasileño que también es muy bueno, Neymar. Seguro Fidel no se va a perder ningún juego, ya ve que iba siempre a los de los Tiburones Rojos y esos eran re maletas.
—Me parece muy bien lo que dice, pero ya se me desvió del tema. Yo le pregunté quién era su gallo para el 2016.
—Le digo, yo le voy al que sea, que si a los senadores, que si a los diputados, que si hasta a una vaca, si la pusiera el partido. Mire, en este asunto de la política en Veracruz hay que ser “institucionales” —el tono de la voz ha cambiado y casi permite ver las comillas que le dan una segunda intención al término—, y yo siempre lo he sido. Cuando el carbonelazo, salí apresuradamente de la oficina de la Subsecretaría de Gobierno, en donde estaba con otras fuerzas vivas dándole mi apoyo “irrestricto y eterno” a don Manuel, cuando nos sorprendió el anuncio de que lo habían bajado como candidato a la gubernatura. Salí y no paré hasta estar afuera de la casa de don Rafael Hernández Ochoa, en San Jerónimo en el DF, a donde llegamos en tres vehículos y de inmediato le organizamos un mini mitin a nuestro candidato, con todo y discursos y porras. De ahí fue de donde saqué mi hueso que me permitió vivir holgadamente todo el sexenio de don Rafa, y hasta hacerme de un pequeño patrimonio y de dos juegos de placas de taxi, que a la fecha me siguen dando ingresos.
—Otra vez se me va por la tangente —insiste el preguntador—. Seguro usted tiene a alguien que preferiría que fuera el candidato, por la razón que quiera, porque tenga alguna cercanía, o simpatía, o esperanza en él.
—Viera usted que no —el rostro lleno de un intento de sinceridad que termina delatado por una sonrisa socarrona, imposible de ocultar—. Cuando las fuerzas vivas de mi partido digan quién es el candidato, entonces vuelva usted conmigo y me pregunta… y verá que le digo que siempre estuve con él, y que me parece que es el mejor. Vaya, si fuera la vaca que le digo, con gusto le declararé que a mí se me hace que produce la leche más sabrosa del mundo.
—De lo que se trata —concluye— es de ser congruentes con nuestra propia incongruencia… y permanecer en la ubre de la nómina (¿vio que usé una palabra vacuna?
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