“Le hablé a una alumna de consentimiento. Nunca había escuchado ese concepto. Nadie le había dicho que nadie la podía tocar sin su permiso”. Leído en Twitter.

Una de las primeras enseñanzas de mi infancia que recuerdo es la concerniente al consentimiento y a la privacidad de mi cuerpo: “Nadie puede tocarte sin tu permiso”, me dijeron y se me quedó bien grabado. Quizás por la seriedad de las palabras o por lo que éstas implicaban.

Yo he sido afortunada al respecto: no sólo crecí en un entorno familiar seguro, sino que éste se preocupó por prepararme para los peligros de los círculos exteriores. En cambio, la realidad de muchas mujeres es diametralmente opuesta. Basta con echarle una ojeada a las redes sociales ―sabiendo dónde buscar― o a la página de Tumblr No son depravados, donde miles de mujeres confiesan los abusos que sufrieron durante su infancia y adolescencia, perpetrados por los mismos familiares, los novios y extraños. El consentimiento en estos casos brilla por su ausencia, incluso cuando parece estar.

El consentimiento sexual implica expresar explícitamente el deseo de iniciar o continuar cualquier tipo de intimidad. Sólo sí es sí, como decía la campaña que el año pasado arrancó a raíz de los casos de violaciones en campus de California. Estos hechos provocaron que se aprobara una ley que reglamenta precisamente que el consentimiento para iniciar cualquier actividad sexual debe ser explícito, verbal o no. Y la indignación cundió: “¿Cómo es posible, ahora tengo que preguntar para tener sexo?”, decían. “¿Y qué pasó con el romanticismo, con la pasión?”, continuaban.

La respuesta no ha de extrañar, aunque sí alarmar. Después de todo, implica que aún vivimos en una sociedad donde las relaciones ―románticas, eróticas, o ambas― inician con un estira y afloja, donde la mujer sonríe, coquetea e insinúa, mientras que el hombre sigue y persigue. El cortejo se entiende como un juego de deducciones y misterios. Las cartas no se ponen sobre la mesa.

Así, pareciera que cuando la mujer dice “no” en realidad quiere decir “insiste más”. El hombre asume que el “no” femenino es sólo un “sí” tímido porque así es el juego de la seducción. Porque la mujer lo dice con amabilidad, casi con pena… si es que llega a decirlo. Si no es que después de la insistencia su círculo social la anima a aceptar al persistente individuo: “Mira, cuánto se esfuerza por ti. Hazle caso. Se lo merece, se lo ha ganado. Dale una oportunidad”.

Alex Strecci, vloguero mexicano famoso por su contenido irreverente, en alguna ocasión ha mostrado cierta preocupación por hablar de sexualidad sin tabús, para lo cual ha desarrollado algunas ideas, confieso que torpes en la mayoría de los casos. En uno de sus videoblogs al respecto, dirigido especialmente a los hombres, mencionó la violación: “Hombres, no violen, eso es malo”, fueron sus contundentes palabras.

Strecci reproduce el discurso que ya todos nos sabemos: “Violar es malo”. ¡Por supuesto que lo es! En eso estamos de acuerdo todos, ¿no? Pero ¿y qué es una violación? ¿Qué nos imaginamos cuando mencionamos la palabra? ¿No pensamos inmediatamente en un callejón oscuro, en un desconocido descontrolado, en golpes y en una víctima herida que se dejó la garganta en el ataque?

Asumimos que la violencia sexual es algo que ocurre solo en ciertos escenarios y con desconocidos psicológicamente enfermos y violentos. Es más fácil que aceptar que ocurre en muchos hogares y al interior de muchas relaciones de pareja, aunque no deje marcas visibles, aunque no haya gritos ni lágrimas, aunque no incluya el coito.

La ausencia de consentimiento en un acto de intimidad es agresión sexual. Y ocurre por muchos motivos: porque las mujeres somos educadas para complacer a la pareja “pescada”, bajo el riesgo de perderla y a la vez perder el estatus que conseguimos con ella; por temor a ser acusadas de “provocativas”, al haber iniciado o aceptado un acercamiento sexual y no querer continuarlo; por aceptar la creencia de que el deseo sexual de los hombres es irrefrenable, de modo que una vez que se despierta tiene que satisfacerse; y claro, por estar inconscientes o demasiado borrachas, en cuyo caso la violación habrá sido nuestra culpa: por haber bebido de más, por haber salido, por habernos alejado del grupo de amigos, por haberle sonreído al hombre cuando aún estábamos sobrias (y eso él lo interpretó como una señal, claro…). A veces es simple miedo. A veces, desconocimiento.

Sean cuales sean las razones, tanto a mujeres y a hombres aún nos queda un largo camino por recorrer; ese en el que comprendemos que no se puede hablar de un solo acto sexual, sino de varios, y que aceptar uno no implica aceptar otros. Aún debemos trabajar en aprehender que el ejercicio de la sexualidad ―entendida como una amplia gama de niveles de intimidad― debe ser un acto libre, emprendido por gusto y con el deseo de que todas las partes lo disfruten y ninguna lo sufra. Recordemos siempre: sólo sí es sí.

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