Mis amables lectores, mis cándidas lectoras, me viene a la mente uno de los ardides de los que nos hemos valido desde tiempos inmemoriales para sobrevivir, quizá igual de antiguo que la caña y que agarra parejo todo lo que puede: las redes de pescar.
De un modo similar funcionan a nivel macro las redes sociales.
Atropellan a todo el que se les ponga en frente, consciente o inconscientemente. Recordemos el caso de aquél video que se hizo viral, en el que un pobre chamaco que recibía bullying mientras trataba de cruzar una zanja de un río a través de una rama que era movida por uno de sus amigos. Al ponerse muy inestable la rama, el chamaco entraba en desesperación y empezaba a gritar “¡ya wey! ¡Yaaa weeey!”
Así nació el famoso “yo no choqué, me chocaron”, o el “tengo miedo”, a partir de videos que se hicieron famosos en la plataforma de plataformas (sí, YouTube que es de Google pero que fue desarrollado en Taiwán) la de video a través de internet.
Es la cultura de la Yuya o El Pulso de la República, de Rawvana –es insoportable- y El Escorpión Dorado (otro videoblogger mexicano).
La repercusión real
Una característica de las redes sociales, es que son mucho más individuales que la televisión, y ocurre lo mismo que con las grandes ciudades o con las grandes televisoras y la fama que producen: los individuos se difuminan en la masa. Y la masa hace que se confundan las características de cada individuo entre metacaracterísticas que tiene la masa, es decir, es posible definir o por lo menos, perseguir la manera en que actúa la masa: las hay iracundas o pacíficas, que claman venganza o que buscan redimir una idea, que son pagadas o que nacen en un tiempo determinado.
Algunos individuos sobresalen de la masa, sin duda, y algunas corporaciones transnacionales.
Todo esto afecta en la temática que se discute, pues los individuos que se expresan en las redes sociales no reciben la información que les produce alguna reacción a través de las redes, sino a través de la televisión, del radio o de su propia experiencia en el lugar que se encuentren, o como ocurre en la mayoría de los casos, se expresan sentados desde su computadora, en su casa, a partir de lo que ven en la misma computadora.
Por ende, si en México sube la tortilla o el huevo será cuestión de minutos a partir de que arranque la jornada en los mercados y supermercardos para que el pánico se propague o como lo vivimos recientemente en Veracruz, para provocar el pánico por una información falsa sobre asuntos de seguridad, para que incluso se legisle queriendo controlar a quienes twittean.
O de que Gloria Trevi se encuere en twitter para repercutir en las redes, sin que nadie tenga que salir de su casa o simplemente abriendo tu celular.
La repercusión local
Los políticos son víctima de sus propios ardides, sin duda. Ya lo decía José Emilio Pacheco, que después de muchos años en que se aventaban las tortugas a los pozos para limpiar el agua, descubrimos que la tortuga no limpia, contamina. Las redes son también presas de su propia velocidad.
Así también la exposición mediática le da a cada individuo la posibilidad de expresarse, y al reportero, que no a la grabación de la cámara, lo que vio, entendió, supuso que entendió o quiso entender sobre algún hecho. Pero las redes sociales tienen sólo eso, momentos de alguna situación, pedazos que no llevan la interpretación de alguien que estuviera presente y que nos permite, como intrusos, obtener un video, una grabación, una nota mal escrita, y tomarla por verdad, sustituyendo a la información responsable.
De esta manera, cualquier expresión puede ser tergiversada para cualquier fin. Usando la referencia clásica, podemos pensar en “los documentos” de Yunes Linares o “el pinche poder” de Herrera Beltrán.
Así quedarán las pruebas de embarazo como prueba de la velocidad de las redes sociales, sea para bien, sea para malinterpretar un dicho que buscaba resaltar la transparencia en los candidatos, fueran hombres o mujeres.
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