Por Ramón Durón Ruíz
«El dinero hace hombre ricos, el conocimiento hace letrados, la experiencia hombres sabios, pero la mejor manera de ser mejor ser humano, es siendo humilde”
La siguiente historia viene en internet de múltiples maneras, la parafraseo para usted:
“Cuando la tarde languidecía, el viejo Filósofo regresaba del río ‘Corona’, donde les había ofrecido una comida a los niños de la primaria de Güémez, los niños caminaban y cantaban alegremente cuando él Filósofo se detuvo en una curva, los niños guardaron silencio, el mirándolos a los ojos les preguntó:
— Además del canto de los pájaros, ¿escuchan alguna cosa más?
— Los niños pusieron en juego sus cinco sentidos, y uno de ellos le dijo:
— Escucho el ruido de una carreta que viene.
— Así es –dijo el Filósofo– es una carreta… ¡y viene vacía!
— Los niños se miraron unos a otros y uno de ellos le pregunto:
— ¿Y cómo es que sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?
— Porque las carretas son como los políticos: entre más vacías… ¡Más ruido hacen!”.
Los seres que están llenos de humildad, no se vanaglorian de sus dones, tampoco arman demasiada alharaca, conocen de lo que son capaces, sienten sus bienes, talentos, aptitudes y las ponen en juego… sin hacer mucho ruido.
Las personas humildes sin presunciones innecesarias, conocen sus fortalezas y debilidades, y teniendo una perspectiva clara de la vida, dedican su tiempo –sin hacer mucho ruido– a servir sin soberbia, ni vanidad.
Las personas humildes, tienen muy arraigado la virtud de agradecer, saben que humildad y gratitud, son el camino más directo para el autoconocimiento, la entrega, el poder y la sabiduría, que en automático detonan sus dones y bienes.
Las personas humildes, son ellas mismas, no una copia, buena o mala de otros, escuchan con atención, aprenden de sus errores y los corrigen, tienen reducido a la mínima expresión el ego y el orgullo, que siempre buscan lo social y lo políticamente perfecto, que alejan al hombre de su grandeza, de vivir satisfecho y feliz.
Un ser humilde, tiene un corazón pleno de gratitud por el milagro de la vida y del nuevo amanecer y sin saber ¿Por qué? pero su alma está cuajada de bendiciones, se da el gusto de viajar ligero de equipaje, con una sonrisa en el rostro y la alegría en su alma.
“La palabra humildad, proviene del latín humilitas, que significa pegado a la tierra”, el ser humano que tiene los ‘pies en la tierra’, no se le sube el poder, tampoco pierde piso, se conoce a sí mismo, sabe de sus debilidades, y no se avergüenza de ellas, pero también conoce la magnitud de sus poderes y los pone al servicio de los demás.
Aquellos que son humildes tienen un propósito elevado, encuentran el fascinante sentido de su vida, están plenos de valores, que lo llenan de calidad y calidez humana, frente a los problemas son flexibles, valoran, acepta al de en frente como es, saben que vienen a servir… no a ser servidos.
Se requiere demasiada sabiduría para ser humilde, cuando lo descubres te encuentras con tu esplendor, te empoderas de la vida, te alejas de ser dueño de la razón, desinflas el ego, reconoces tus errores y los corriges, vez en cada persona sus virtudes y grandeza, entonces vives el cielo… en la tierra.
Hay gente llena de soberbia que confunde el valor de la humildad con la indigencia, cuando por el contrario, la humildad es muestra palpable de un alma que carece de envidias y egoísmos, es reflejo de la grandeza que hay en tu alma, que te ayuda para aprender a enmendar los errores y asimilar la enseñanza que con ellos llega.
“Un hombre se convierte en un gigante cuando su corazón reboza de amor, su alma de bendiciones y su vida de humildad”, conoce sus debilidades y las modifica, también sabe de sus aptitudes y las pone al servicio del prójimo, rompe con la rigidez y es flexible, entonces vive sencillo, con renunciamiento, tiene un romance con la vida.
El sentido del humor es una manera humilde de agradecer a DIOS el milagro del nuevo día.
A propósito “un “maistro” carpintero trabajaba en la construcción cuando, sin darse cuenta, se acerca demasiado a una máquina y ¡plof!, ésta le corta la oreja.
— No se preocupe, “maistro” –dice el encargado de la obra–, vamos a buscar su oreja y lo llevamos al Seguro, pa´ que se la peguen.
Inmediatamente todos suspenden sus labores para buscar la oreja.
— ¡Aquí esta! ¡Aquí está! –grita un albañil, levantándola.
— ¡Esa no es! –dice el carpintero–… ¡LA MÍA TRAÍA UN LÁPIZ!”