A lo mejor ya no se acuerda usted, y nos referimos a los varones -sin machismos ni misoginia-, cuando de chamacos, cuando todavía no había en el mercado de juguetes toda la suerte de artefactos y gadgets que hoy están al alcance de cualquier chaval promedio, cuando jugábamos a las «luchitas» con aquellos luchadores en miniatura, mal hechos, pésimamente pintados con pintura que se descascaraba a la menor provocación y que seguramente estaba fabricada con una buena dosis de plomo, pero era lo único que había, se vendían en cualquier mercado y eran unas reproducciones toscas de los legendarios héroes de antaño, del Santo, el enmascarado de plata, por supuesto, que estaba por delante de los gladiadores de aquellos años inocentes, y después venían otros inmortales como el «demonio azul, Blue Demon, que era una maestro de las patadas voladoras, de esas que apenitas tocaban al rival pero que eran suficientes para derribarlo violentamente; y luego seguían en la nomenclatura de los enmascarados el Huracán Ramírez y el Rayo de Jalisco, cuyas máscaras eran una muestra de folclorismo, coloridas, churriguerescas digamos, y el Mil Máscaras, el Ángel Blanco, el Ringo Mendoza, Karloff, el Satánico, el ¡Tinieblas!, Frankestein, Black Shadow, el Cavernario Galindo y tantas y tantas estrellas más del cuadrilátero con las que crecimos, que no podíamos ver en la televisión porque las luchas estaba prohibido transmitirlas por la TV, pero que era la delicia de todos los que alguna vez fuimos niños en aquellos años rosas. Los veíamos en las peluquerías -cuando todavía había-, nunca faltaban los «cuentos» de José G. Cruz, en color sepia, que narraban las aventuras del Santo y el cine mexicano de aquellos años que los hizo verdaderas estrellas, muchos de estos héroes del pancracio saltaron del ring al celuloide alternando con estrellas como Rodolfo Casanova, Armando Silvestre, Jorge Rivero, Lorena Velázquez, y las despampanantes Eva Norvind, Amadée Chabot y Maura Monti -¡qué mujerones!, Aldo Monti (el vampiro de México junto con Germán Robles) y Rogelio Guerra. ¡Qué tiempos aquellos!, las luchas eran el espectáculo preferido de las familias mexicanas, eran un espectáculo familiar y los luchadores mexicanos eran adorados no solo en México, en Japón, en el «Imperio del sol naciente» como lo llamaban los cronistas deportivos de aquellos años. Lo escribe el directivo de este Portal, Marco Aurelio González Gama.