Lo veo entre triste y molesto. Acaba de leer la nota en su teléfono inteligente y le ha producido esas dos sensaciones encontradas.
Y dije que en su teléfono inteligente porque es un hombre de su tiempo, moderno, modernizado, que se entera de lo que pasa en el mundo a través de las redes y de Internet. Contra lo que muchos podrían suponer por su orientación hacia el pensamiento oriental, siempre me ha dicho que su parte mística se conlleva perfectamente con su lado contemporáneo. Censura a quienes, ya viejos, se pelean con la tecnología:
—Ya parece que un hombre y derecho -como la mayoría de los que conocemos y son nuestros amigos-, muchas veces un especialista reconocido en alguna área del conocimiento humano, no pueda registrar un nuevo contacto en su celular o no atine a tener su dirección de Facebook o de Twitter o de Instagram, o no pueda mandar un mail decente a un grupo de amigos, o no alcance a usar el GPS para llegar a algún lugar desconocido. ¡Esas cosas las puede hacer hasta un niño! Cuantimás un hombre o una mujer maduros e instruidos.
La molestia y la tristeza persisten, aunque esta mente de inteligencia maravillosa ha derivado la emoción hacia el análisis, y hace su catarsis a través del pensamiento, como los grandes hombres.
—Pero lo que me trae enojado y triste —reconoce su estado de ánimo— es la noticia del accidente que tuvieron cuatro auxiliares del senador Héctor Yunes Landa, quienes la madrugada del jueves 10 se volcaron en la trágica autopista hacia Coatzacoalcos, y perdió la vida uno de ellos, un muchacho de apenas 26 años, Aldo Giovanni Ruiz Mejía, que era un joven sano y trabajador, a juzgar por su edad, su apariencia y su oficio de fotógrafo en una campaña que ha sido intensa, y en la que él cumplía a cabalidad.
Me miró intensamente, un suspiro voló entre sus ojos y le dio un toque de humanidad a su mirada aguda e inquisitiva.
—Me da coraje que esto suceda porque es fruto de una concepción totalmente errónea -y trágica ya muchas veces- del ejercicio del poder. No sé por qué razón los políticos piensan que andar a altas velocidades en las carreteras y vivir la vida de prisa es una consecuencia natural de la vida de los funcionarios, estén en un puesto o no. ¿Por qué todo tiene que ser rápido, muy rápido?
En la medida en que va hablando, El Gurú ha ido pasando del enojo a la indignación, y puedo advertir que su razonamiento adquiere una mayor claridad.
—Mira, el hombre más poderoso que yo he conocido personalmente y de cerca fue don Fernando Gutiérrez Barrios, cuando era Gobernador de Veracruz, y su vehículo circulaba a 40 kilómetros por hora en la ciudad y a 110 en carretera. El Poder debería tomar esto en cuenta. ¿Por qué no emitir un decreto que obligue a todos los vehículos oficiales a circular respetando la velocidad permitida en calles y caminos? Con una medida así, no estaríamos lamentando la muerte de personas productivas y en pleno auge de sus vidas.
Se levantó y se fue caminando casi sin despedirse… solamente alcancé a escuchar una palabra que se difuminó como un estribillo:
—Lamentable… lamentable… lamentable…
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