Llega la Navidad con su fuerza natural, religión y descanso relativo, creencias y festejos; no hay manera de escindir tales actos, alguno inclinará la balanza pero todos son parte de nuestra realidad. Son días espirituales, cuando somos mejores y tenemos a la mano nuestros afectos. La fría temporada, es curioso, nos impone abrigo en ropa y humano; el invierno nos reúne con calor de las personas. La Navidad es sagrada, con rituales o en la conciencia de cada quien; su representación sigue tradiciones pero también es dinamismo social.
La Navidad señala, invariablemente, el fin del año; se cumple el ciclo anual y resultan todos los balances habidos y por haber; a poco o mucho se hacen los recuentos del periodo anual, como límite cronológico, sin detenerse fatalmente solo en doce meses, pues hay procesos de todo tipo que trascienden un año. El lapso anual puede ser poco o mucho en la vida de una persona, en él pudiera haber hechos más trascendentes que otros o la rutina normal. Nadie puede decir que su balance está vacío, pues ha vivido, se duerme y despierta, camina, habla y recuerda; eso como parte de lo cotidiano y en la expectativa de otros niveles de existencia.
Sin demasiada elaboración y tiempo, en segundos, tal vez cerrando los ojos, se reflexiona sobre el pasado inmediato, se ubican los errores y los aciertos, tanto propios como colectivos; finalmente somos parte de una sociedad que nos coloca ante un espejo amplio pero nos permite cumplir con la familia como referente para lo colectivo. Se nos presenta en estos días la oportunidad de hacernos una autocrítica, la podemos rehuir algunas veces pero no podremos hacerlo siempre; a millones les toca este año, como acto de responsabilidad normal o como parte de un proceso de varios años. Habrá quienes le vinieron dando la vuelta a verse en el espejo y, sobre ahora, decidieron encarar y pensar en su trayectoria.
Tiempos de regalos como muestra de afecto, de reencuentros, de unión, de reconciliaciones, de nostalgia de personas y hechos; hay una atmósfera especial, suave y delicada, que sensibiliza y acerca, que motiva y humaniza. Nadie debería excluirse del momento, ni siquiera por razones económicas, factor secundario tratándose de la esencia de esta temporada. Con el corazón se puede hacer mucho por uno mismo y por los demás; tan solo con el afán de hacerlo, en la esencia de la celebración y la austeridad de un natalicio divino que debe ser admirado con lo que se cuente.
Siempre se reconocerá que los políticos no ensucien estas fechas con su hipócrita filantropía, más de fotos e imagen personal que en la sinceridad que expresa un sentimiento; es insoportable el funcionario que reparte alimentos y juguetes con dinero público pero que se disfraza de bondad de papel. La gente es el centro de estas celebraciones, como ser humano que tiene fe, que se nutre de esperanza y la comparte con amigos y familia. Eso es lo trascendente, lo más valioso de este momento. Bienvenidos los mensajes de consuelo al que sufre, las palabras de aliento y el deseo de ser mejores.
Al fin de este año debemos celebrar la vida, importante por sí misma, valorar lo que tenemos y hacer propósitos realistas y humanos para el año nuevo; pensar si vivimos en sí, por vivir, o vivimos para sí, con mayor sentido; la vida es un tránsito lleno de aventuras, experiencias y altibajos. Somos solos si solo pensamos en nosotros, somos mejores si pensamos en los demás, si tenemos empatía por la gente. El año nuevo debería serlo en sentido amplio y en todos los sentidos, para uno y para todos. Que cada año sea mejor, de calidad y sustancia; de superación de errores y consolidación de virtudes. A mis lectores abrazos y deseos de felicidad.
Ufa.1959@nullgmail.com
Recaigo: A la indignación por las humillaciones y golpes a los jubilados le debemos dar forma de voto.