Desde su aparición en nuestros hogares, Netflix se ha caracterizado por brindar no sólo el servicio del entretenimiento mediático a voluntad del usuario, sino también por ofrecer programas originales y de excelente calidad con placenteras posibilidades de análisis. A mí, por ejemplo, me cautivó con Orange is the New Black y House of Cards… y hasta hace poco, con Jessica Jones.
¿Quién es Jessica Jones? Para los conocedores del universo Marvel, en donde tiene origen, la respuesta es sencilla: una detective privada que, de paso, cuenta con el poder de la superfuerza. En un mundo donde la historia de las mujeres suele quedar reducida a ser las compañeras o acicates de los héroes, no es de extrañar que cada vez más voces se levanten para exigir nuevos modelos de representación femenina.
Gracias a eso Jessica Jones ha hecho su aparición en nuestras pantallas y lo ha hecho de manera triunfal, pues por muy deshecha que se encuentre, es capaz de pelear por tomar las riendas de su vida. Porque Jessica Jones puede estar todo lo hundida posible, pero conoce las diferencias entre lo moral y lo inmoral y está dispuesta a luchar por defender lo que considera correcto.
Jessica Jones es una mujer que en primera instancia, desafía la regla sobre la biología de género: ella es extrafuerte y hace gala de la fuerza bruta sin atisbo de duda, sin temor a quedar mal ante el hombre común porque ¿para qué quiere su aprobación?
Sin embargo, su batalla no es la de la fortaleza física, sino la de los estragos de la manipulación mental. Aquí entra en escena el antagonista de la serie: Kilgrave, un hombre capaz de controlar las acciones y pensamientos de los otros por medio de algo tan sencillo como el lenguaje. Así, puede decir “cállate” y te callas; o “ven conmigo” y vas con él. Y Jessica desea ir con él, aunque una parte de su mente le diga que en realidad no quiere hacerlo e intente luchar desesperadamente contra ese deseo tan ajeno a sí.
Ser “amada” o resultar atractiva para otro, aunque el sentimiento sea más bien sinónimo de obsesión y no de afecto, siempre debe ser algo que halague y emocione a las mujeres… Si no, una corre el riesgo de ser considerada una desagradecida, tal como califica Kilgrave a Jessica. ¡Y es que le ha dado de todo! Lujos, comodidades, cenas y ropa cara, la réplica exacta de la casa de sus padres muertos (muy tierno y nada escabroso, claro)… ¡y todo eso a cambio de únicamente su voluntad! ¡Cosa mínima!
Kilgrave es, pues, la metáfora del maltratador clásico: un hombre incapaz de entender que la dominación de uno sobre otro no es sinónimo de entendimiento entre dos. Su superpoder no se diferencia en mucho al de otros hombres más reales, salvo que éstos inician el proceso de manipulación más pausadamente, pero el efecto final es el mismo: Jessica Jones o aquella mujer que ha sufrido maltrato no escapa porque su mente ha sido manipulada en beneficio del agresor…
Y este mensaje quizás no debería caer en saco roto en esta sociedad, donde a menudo tantos “buenos hombres” se quejan de siempre entregar sus nobles corazones a mujeres que “deciden” buscar y permanecer en relaciones tóxicas donde ellas tienen todas las de perder: la independencia, el autoestima, la identidad y hasta la vida; una sociedad donde a menudo, las amistades de la víctima acusan más la supuesta falta de inteligencia de ésta que las estrategias de control en las que se ve envuelta.
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