Nos hallábamos reunidos en casa del caricaturista Nicanor Juanz, era el día de la Libertad de Expresión. Entre los invitados se encontraba el profesor Guillermo Zúñiga Martínez a quien se le pidió que expresara algunas palabras con motivo de la conmemoración de ese día. Guillermo Zúñiga, orador nato, aceptó el reto. Apenas unos meses atrás habían asesinado a unos compañeros periodistas de Notiver; entre el gremio flotaba una tensión y un miedo que se reflejaba en nuestros escritos.
Guillermo Zúñiga tomó su copa y habló sobre periodismo, sobre los compañeros caídos, sobre el trabajo social que significa ser periodista; al final levantó la copa y pronunció las palabras que se me han quedado grabadas en la mente: “Nadie que no tenga valor se atreva a ser periodista”.
Eran las palabras precisas, las palabras apropiadas para ese momento. Muchos, debido al asesinato de varios periodistas, habíamos buscado refugio en el silencio; cómodo refugio desde donde podríamos mirar el mundo y las cosas que pasan en el mundo, sin que nos afectaran. Al principio tomamos la sentencia de Zúñiga Martínez como un exhorto a la valentía. Pero ya por la noche, a solas, meditando un poco, entendí que el profesor también se refería a los valores que sostienen a una sociedad, los valores que las instituciones fundamentales de esa sociedad deberían estar inculcando en nuestros jóvenes.
Guillermo Zúñiga también fue periodista, su trabajo como articulista, como analista y muchas veces como cronista está publicado en varios medios impresos. Lo hizo durante muchos años. En lo particular soy editor de una compilación de esos artículos en el volumen El durazno y otros frutos. Por lo mismo Guillermo Zúñiga entendía el trabajo de un periodista, entendía el compromiso que este tiene con la verdad, con su verdad. Sabía de la congruencia que se requiere para que lo que uno cree, uno sabe, uno se informe este en concordancia con lo que uno publica.
Quizá por ello Guillermo Zúñiga nunca se metió con mi trabajo como periodista, porque reconocía el valor que se requiere para serlo, porque sabía que aunque no estuviera de acuerdo con lo que mi trabajo exponía, el sentía la obligación de respetar esa verdad.
Guillermo Zúñiga nunca me llamó a su oficina para darme línea; nunca me dijo pégale a éste o complace a aquél. Nunca me reclamó cuando alguno de sus allegados se sentía afectado por algún artículo que hubiera publicado. Justo el día de la presentación de su libro me encontré con dos o tres de esos funcionarios públicos de los que había revelado algún plagio o alguna tranza y nunca me llamó para que dialogara con ellos; debo reconocer que esos funcionarios también fueron muy respetuosos con mi trabajo, pues nunca recibí un solo reproche de su parte.
Cierto, el periodista suele excederse, el periodista suele equivocarse y para reconocer esas equivocaciones el periodista también requiere de valor. Pero un periodista evitará las equivocaciones cuando sustente su trabajo con la investigación, con los datos duros, con los testimonios directos. Un periodismo ramplón es aquel que se conforma con sólo escuchar la parte de uno de los implicados, sin investigar si esos dichos son ciertos o falsos.
El periodismo, lo sabía muy bien Guillermo Zúñiga, requiere de valor y de valores. En un estado como Veracruz el periodismo se ha convertido en una profesión de riesgo. Por un lado están aquellos que infringen la ley y que buscan que nadie los denuncie y por otro lado están las instituciones que deberían fiscalizar y sancionar a esos delincuentes. Cuando esa institución falla, ahí entra el valor del periodista, del periodista que se involucra con su profesión y a partir de la información que vaya recabando elabora su nota, reportaje, artículo u otro género con el que denuncia al funcionario corrupto. Para ello se requiere de valentía, valor, precisamente de ese valor nos hablaba en esa tarde el profesor Guillermo Zúñiga.
Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com