Un alud de manifestaciones del más diverso orden, provoca todos los años el Día Internacional de la mujer. El propósito -se dice- es reconocer la enorme valía de las mujeres y celebrar los avances alcanzados en materia de sus derechos políticos, sociales y económicos.

Esto a pesar de que dichos avances se han producido con extrema lentitud. Y de que todavía hoy, a pesar de que la ley electoral obliga a los partidos políticos a postular 50% de candidatas mujeres, todavía hoy, las cúpulas partidistas se resisten a una cabal inclusión, privilegiando a mujeres cercanas a sus lealtades, por sobre otras más capaces y de mejor trayectoria, pero que no son afines a sus intereses.

En el ámbito político están por cumplirse 63 años, del reconocimiento (Art. 34 Constitucional) al derecho de la mujer mexicana a votar y ser votada; pero tuvieron que transcurrir casi dos décadas para que finalmente las mujeres acudieran de forma masiva a las urnas a ejercer su sufragio con libre albedrío, sin que los padres, maridos, hermanos y hasta los hijos les dijeran por quien votar. Hoy esto nos parece de ficción, pero así ocurrían las cosas en aquellos días.

En cuanto a los avances en lo económico y en lo social, habría que destacar dos momentos cruciales que transformaron la percepción de la mujer sobre sí misma y sobre su papel en la sociedad.

El primero, el de las luchas feministas a finales de la década de los 60s. Un momento extraordinario en el que se produjeron importantes cambios que transformaron la vida en el planeta: en la ciencia, con los anticonceptivos que permitieron a la mujer decidir cuando embarazarse; en la tecnología, con la cibernética que acercó a la población el uso de la computadora; avances en la medicina, con los trasplantes de órganos vitales que alargaron la vida del ser humano; con la manifestación de la población joven en todo el orbe, demandando espacios donde participar; con la llegada del hombre a la luna, que le rompió el corazón de millones de románticos, y nuevas expresiones en la música y las artes por solo mencionar algunos.

Fue entonces que se acuñó el concepto de «Género» como una categoría de análisis para explicar los mecanismos de opresión, y a partir de ahí, se abrió la posibilidad de superarlos. Fue en ese entonces que las mujeres empezaron a entender la equidad de género, como la superación de la dominación de un género sobre otro, y con esta nueva visión, empezaron a combatir las acciones de censura, prohibición, rechazo y exclusión que venían padeciendo como parte de una herencia ancestral autoritaria.

El segundo momento, se ubica a partir de los años noventa, con la participación de las mujeres en nuevas causas y movimientos como el combate a todo tipo de violencia hacia las mujeres, la equidad de oportunidades para la mujer trabajadora; los derechos reproductivos; el desarrollo humano sostenible, los derechos humanos, la preservación de los recursos naturales, el cuidado del medio ambiente, y el impulso de los valores democráticos que hacen posible la vida armónica en sociedad.

La lucha de las mujeres empieza a verse reforzada por mecanismos de organización como las redes sociales, los pactos, las alianzas, los frentes, etc. Mecanismos que las obligan a reconocer y llevar a la práctica valores como: el respeto al derecho ajeno, la pluralidad, la tolerancia, la solidaridad. Valores que las hacen crecer en el ámbito familiar, laboral y comunitario.

Es en ese entonces, que la reivindicación de los derechos de la mujer trasciende el plano político, y el concepto de equidad de género empieza a permear en la población, sale a las calles, entra a las fábricas, a las oficinas, a las escuelas, al diálogo con el poder gubernamental, con la demanda -por primera vez- de políticas públicas con perspectiva de género.

Podría decirse que tanto en lo político, como en lo económico y en lo social, la lucha ha sido diversificada, con mayores márgenes de efectividad, de resultados tangibles, en los centros urbanos del país, en donde la cultura paternalista se diluye en razón del mayor espacio geográfico y la numerosa población. En el ámbito rural en cambio, los avances fueron apenas perceptibles, con mujeres apenas visibles, hasta la irrupción de las redes sociales, que han logrado incorporar e influenciar a las más lejanas y atrasadas comunidades. a gritos y sombrerazos, y con resistencias de usos y costumbres, el avance de la mujer rural ha comenzado, y no habrá por consiguiente quien la pare.

Más allá del discurso, la equidad de género tiene que darse en los hechos: igualdad de oportunidades en la política, en los puestos directivos del gobierno y de la empresa privada; horarios y sueldos justos, trato respetuoso, igualitario.

Se requiere impulsar una nueva cultura por la equidad de género, que trascienda los discursos grandilocuentes que en nada ayudan a la inequitativa realidad que siguen padeciendo millones de mujeres en nuestro país. En vez de un pírrico festejo, el Día de la Mujer, debe ser una oportunidad para evaluar qué hemos hecho bien, qué hemos hecho mal, y qué nos falta por hacer.

Convocar a los candidatos en campaña a asumir compromisos en materia de equidad de género, tendría que ser la demanda central de hombres y mujeres votantes, si en verdad quieren allanar el camino de las nuevas generaciones.

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@RebeccArenas