Buen día lector:
Prácticamente apabullado un día antes por diversos medios de comunicación que ya lo daban por muerto políticamente, como jamás en la historia de Veracruz se había visto gobernante alguno, este 24 de febrero el gobernador Javier Duarte de Ochoa tuvo la audacia y la paciencia para encarar lo que viniera, desde el Zócalo del Puerto de Veracruz, el mismísimo punto geográfico al que todo el país ve como alma, corazón y vida de los veracruzanos.
Algo en el ambiente, no sólo el furioso viento del norte que sopló unas horas antes la madrugada del miércoles; que despertó en Xalapa a los capitalinos y alarmó a casi todo el mundo, hacía presagiar tormenta política para el joven gobernador.
“¡¡Uuuuuhhh!!”, sonaba esa noche el torbellino al rozar con los árboles. Parecía que hasta el viento sonaba espantado.
Pero ya al amanecer, allí en la calle Independencia, en Veracruz, cerca del lugar en que estuvo el histórico Café Parroquia a un costado de la Catedral y frente al Gran Hotel Diligencias con 200 años de historia, estaba el estrado desde el que a temprana hora de esa fresca mañana, Duarte quiso presenciar con un desfile de los cadetes de la Naval, la celebración principal por el Día de la Bandera
Y así fue.
Como siempre imponentes: “cadete soy, de la Naval, mi orgullo es ser marino; cantando voy un himno al mar, feliz con mi destinooo…”, los alumnos de la Gloriosa Escuela Naval Militar pasaron frente al templete desde el que los veía el gobernador acompañado de los diputados Octavia Ortega, Juan Nicolás Callejas, el magistrado Alberto Sosa y el alcalde Ramón Poo, entre otros.
Portando las banderas que han distinguido a México, gallardos, garbosos, con paso perfecto no dejaban de cantar su tradicional himno: “mi escuela y mi bandera, las dos mi gloria son, daré mi vida entera, por defenderlas, de una invasióooooon”.
Y no, a pesar de que hubo unas cuantas personas que se pararon temprano para ir a aplaudir el paso de los marinos no pasó nada, no hubo abucheos para el gobernador como dicen que pasó recientemente en su ausencia, ahí cerquita, en la nueva “Parroquia” del malecón.
No hubo pues, ni gritos ni sombrerazos.
Tampoco habría alborotos en el acto siguiente en la Plaza de la República, en el que el pueblo pudo haber acudido a presenciar la ceremonia, pero al que solo asistieron los familiares de los niños y jóvenes abanderados.
Una ceremonia solemne, de orgullo mexicano, en la que el orador Javier Duarte -para variar- recordó que fue el 24 de febrero de 1821 cuando se proclamó el Plan de Iguala, con el que habría de consumarse la Independencia de México, mismo día en que ondeó por primera vez un estandarte que nos habría de dar identidad: la Bandera Trigarante.
“Desde entonces ha vivido junto con la Nación el devenir de nuestro país, un estandarte que vio hacia la libertad donde el verde, blanco y rojo han sido los colores que nos identifican como mexicanos y nos distinguen ante el mundo”.
Pronunciaba esto don Javier el joven, cuando inevitablemente con los redobles de tambores de la milicia llegó a la mente de algunos presentes ese infame y reciente promocional de Televisa que a ritmo de cumbia desmitifica el toque de queda tradicional de los militares y pone a bailar con sabrosísimo pero irrespetuoso efecto a la gente.
Ya imagina el reportero los relajos que armarán con ello los chamacos en las escuelas.
Por cierto, antes de comenzar el desfile el gober llegó al palacio municipal donde lo esperaba el alcalde Ramón Poo y su papá don Gerardo Poo Ulibarri.
Ya pocos se acuerdan cuando don Gerardo era el presidente municipal y se le ocurrió dar permiso al afamado actor de fama mundial Michael Duglas para que dentro del ambiente de su película; “Dos bribones tras la esmeralda perdida”, colgara en el asta del palacio, ¡la bandera de Estados Unidos”, ante el escándalo nacional que se armó.
Pero volviendo al día después de los rumores, pocos mandatarios han enfrentado situación parecida a la que le han armado al joven Duarte.
Aún así, esa mañana junto con el alcalde y los titulares de los otros poderes bajaban las escaleras rumbo al templete, cuando ya los esperaba un centenar de reporteros y fotógrafos:“vinieron muchos y tan temprano”, les dijo y enseguida agregó siguiendo la corriente al rumor de que la noche anterior pediría licencia al cargo: “ya me renovaron mi licencia, ¡pero la de manejo!”.
¡Qué humor!
Los reporteros le hicieron preguntas de todo tipo sobre si lo destituirían y con aplomo y jiribilla incomparable respondió a todo sin mostrar nerviosismo alguno.
HERNANDEZ OCHOA Y AAL
Por cierto, en la historia política de Veracruz no se recuerda a muchos gobernadores en situación parecida.
Solo en la distancia, cuando en 1975 en el segundo año de gobierno de don Rafael Hernández Ochoa. Fue el 30 de octubre cuando hubo una matanza de campesinos en un lugar llamado La Palmilla, del municipio de Tlapacoyan donde un grupo formado por más de 300 hombres armados con metralletas y cubiertos con capuchas llegaron y abrieron fuego.
Esa acción que estuvo a punto de costarle el cargo a don Rafael, pero gracias a la intervención (por segunda vez) de su esposa doña Teresita, ante la compañera Maria Esther, esposa del Presidente Luis Echeverría, se mantuvo en el poder.
Otra situación se dio en el gobierno de don Agustín Acosta Lagunes cuando las matanzas entre ganaderos y la famosa “Sonora Matancera” que lideraba el que decían era su primo Felipe Lagunes.
Los rumores de radio bemba llegaron a señalar que don Agus se iría del gobierno, pero no se fue.
Por esos días se manejaba también que existía ya un rompimiento entre el gobernador y el poderoso subsecretario Ignacio Morales Lechuga.
Sin embargo, el hombre de Paso de Ovejas padecía un mal en las piernas y se tuvo que someter a una operación. Por coincidencia, voluntad o instrucción Nacho Morales dejó el cargo y entonces don Agustín solía decir que con la operación se había librado de un gran malestar.
Algunos años después, entre grandes carcajadas diría a este reportero que “de milagro no lo corrieron” de la gubernatura, “porque había cometido muchas pendejadas”.
Más recientemente hubo algunos señalamientos contra don Miguel Alemán Velasco por el asunto de la deuda. Hay quienes aseguran que no era de la cantidad que se dice, que incluso dejó una lanita considerable en las arcas, pero que el que lo sustituyó dispuso de ella e inventó lo de la deuda. Con razón nada raro parece que el principal interesado en que Héctor llegue a la gubernatura se llama Miguel, ¡pero Miguel Alemán Velasco!
Tenga el lector un excelente y apacible fin de semana
gustavocadenamathey@nullhotmail.com