Jorge G. Castañeda acaba de escribir un nuevo libro. Sólo así: por una agenda ciudadana independiente (Debate, 2016). Es un ensayo grande o un libro pequeño, tiene 86 páginas. Estos días presenta su obra por una veintena de ciudades del país. Lo hace con una gran energía y entusiasmo. Me ha tocado hacer ese recorrido agotador, pero muy divertido, en los tres libros que hemos publicado juntos.
En “Una nota explicativa”, con la que inicia el opúsculo, como él mismo lo califica, plantea: “Siempre he pensado que el papel de los llamados ‘intelectuales’ en la gesta política consiste en proponer ideas, para armar un programa. Lo hice con Vicente Fox, trabajando directamente en su campaña; entre 2009 y 2012, con Héctor Aguilar Camín al publicar tres textos cortos de corte programático dirigidos a quien se pusiera el saco. Lo hago ahora de nuevo, en parte con Aguilar Camín, a quien agradezco la autorización de reproducir largas citas de sus diversos ensayos…”.
El texto tiene tres partes. La primera es una crítica a la mitad del gobierno actual. En su versión “la mancuerna mortal de corrupción y violaciones a los derechos humanos, unida por el pecado mayor de la impunidad, hundió al sexenio de Peña Nieto”. Y añade que las reformas, “muchas de ellas necesarias, virtuosas, productivas a mediano plazo”, quedaron opacadas, por hechos asociados a la corrupción como la Casa Blanca, Malinalco y el tren chino, pero también por eventos relacionados con la violación a los derechos humanos como Ayotzinapa, Apatzingán, Tlatlaya y Tanhuato.
En la segunda parte ofrece lo que piensa que son los puntos medulares de una agenda ciudadana. Están relacionados con la corrupción, la violación de los derechos humanos, la reforma del sistema de partidos y de representación, la defensa de las minorías y “la desdichada mayoría compuesta por los consumidores mexicanos”. En su versión sólo una candidatura apartidista puede hacer suyas estas demandas. Una agenda ciudadana debe hacerse cargo de los temas que también asumen los partidos como el crecimiento económico, la salud, la educación y combate a la pobreza, pero en el texto hace “hincapié en lo que no se menciona tanto, o en lo que se dice pero no se hace, y no se hará, si todo queda en manos de los partidos”.
La tercera parte sostiene que los cambios que México necesita sólo los puede realizar “un gobierno exterior a la partidocracia, que nazca de fuera de los partidos, que como fuerza externa al sistema lo obligue a transformarse”. Ese gobierno, añade, sólo “puede provenir exclusivamente de una candidatura independiente a la presidencia, única y con un programa, con un equipo de campaña y de un gobierno, y una planilla de candidatos independientes que la acompañen”.
El análisis que Castañeda hace del gobierno, la agenda que propone que se debe impulsar un candidato independiente y la afirmación de que sólo uno así puede realizar los cambios que requiere el país son posturas polémicas. Me ha tocado platicar con personas que se identifican con estos planteamientos, pero también con otras que consideran que es una posición esquemática. Sé que Castañeda siempre está abierto al debate y es lo que ocurre en las presentaciones que ahora realiza por el país.