Uno de los fenómenos mas importantes del siglo XX, fue sin duda, la irrupción masiva de la mujer en todos los ámbitos de la vida pública del mundo occidental.
Este proceso que inició con la conquista de su derecho al voto, evolucionó a lo largo de ese siglo de manera gradual y poco ordenada. En algunos momentos las transformaciones fueron de tan lentas apenas perceptibles y en otras, se produjeron con una rapidez inimaginable.
Las guerras mundiales, sobre todo la segunda, detonaron la incorporación de la mujer del mundo industrializado a la actividad laboral, porque la gran mayoría de los hombres estaban en el frente de batalla. En el caso de México, la conquista del voto de los años 50, se empezó a generalizar hasta los 60 y el fenómeno de la irrupción al mercado laboral, hasta dos décadas después; esto ultimo, como consecuencia de tres fenómenos sociales: la incorporación de un creciente número de mujeres a la educación media y superior; las recurrentes crisis económicas que forzaron a la mujer a trabajar para ayudar al gasto familiar; y el acceso a los anticonceptivos que permitieron a la pareja decidir cuando y cuantos hijos tener.
A partir de la década de los 70 y derivado de estos fenómenos, el papel de la mujer se ha venido transformado de manera notable, dejando atrás la imagen de noble y abnegada ama de casa, sin voz ni voto ni en el ámbito familiar, para convertirse en protagonista indiscutible de la participación social y política.
Posteriormente aparecieron los mecanismos legales (cuotas electorales de equidad de género, Ley contra la violencia intrafamiliar, etc.) e institucionales (políticas publicas con perspectiva de genero) para facilitar que los necesarios cambios se produjeran. Estos avances fueron promovidos por las propias mujeres y atendidos por los gobiernos de vocación democrática, que entendieron oportunamente que no es posible acceder a la modernidad, desaprovechando las aportaciones y el talento de la otra mitad de la población.
En la Unión Europea, por ejemplo, España ha dado pasos importantes por la equidad de género, rompiendo esquemas caducos con el decidido apoyo del actual gobierno. Destacan entre otros, la Ley de Igualdad, que incrementa a 40% la cuota de mujeres en las listas de candidatos para todas las elecciones.
Esta ley se extiende a los órganos directivos de los poderes públicos empezando por el Consejo de Ministros; y en el plano laboral, favorece la contratación y el ascenso profesional de las mujeres, con horarios de trabajo flexibles que les permita conciliar su vida laboral y familiar.
Avances como el de España, son muy recientes y no lo numerosos que deberían. Incluso en algunos países considerados como “avanzados” el tema de la equidad de género últimamente ha caído en un in pass, probablemente a causa de la crisis económica mundial, que ha puesto otras prioridades en las agendas de los gobiernos.
En México los problemas de pobreza y desigualdad nos enfrentan a escenarios estremecedores y de gran contraste. Un lado de la moneda, por ejemplo, nos muestra datos alentadores, como el hecho de que la matricula femenina de educación media y superior representa actualmente el 60%, lo que nos ratifica que cientos de miles de familias empezaron ya a cambiar su percepción sobre el futuro para sus hijas, reconocieron los beneficios de la educación y empezaron a invertir en ella. El otro lado de la moneda en cambio, nos enfrenta a la realidad de la población indígena, con índices de pobreza, desigualdad, marginación y agravio a sus derechos humanos, y dentro de esa sociedad, la condición de la mujer es de víctima por partida doble, porque padece los problemas de su comunidad, y los que le genera el hecho de ser mujer, que todos conocemos.
Un tema en el que poco se ha avanzado es la educación, a pesar de la dramática falta de expectativas en la que viven millones de niñas en el ámbito rural y en los cinturones de miseria de las grandes ciudades.
Visualizar el acceso de las mujeres a la educación como una meta prioritaria, como una política de Estado, que las haga poseer la llave hacia la elevación de su autoestima y la construcción de su independencia económica, transformaría diametralmente no sólo a las mujeres, sino a la sociedad entera, habida cuenta de que ellas son las que promueven la cohesión familiar, la preservación de los valores en los hijos y el reconocimiento de que es la educación, y no el camino fácil de la delincuencia, la llave hacia un mejor futuro, como individuos y como Nación.
Sobre esta meta y como alcanzarla, deberían ocuparse de manera seria y permanente, las mujeres y los hombres de la política, que las más de las veces se limitan a proferir discursos grandilocuentes e inútiles cada 8 de marzo.
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@RebeccArenas