Por Ramón Durón Ruiz
García Márquez, con sabiduría propia de un hombre que ha recorrido los caminos de la vida, afirmó: “La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. Lo anterior lo comento porque ésta semana falleció un amigo, un Maestro de éste Filósofo, César Saavedra Sánchez (+), para mí él no muere, porque me queda su grato sabor de una rica fraternidad, de una solidaridad inacabable, de una generosidad sin par; de que el camino de la vida se goza mejor cuando sabes no lo que tienes, sino lo que vales.
En mi juventud, me enseñó que hay más de mil razones para sonreírle a la vida, para no poner pretextos a mi evolución y crecimiento, para ver la existencia como una oportunidad para evolucionar y crecer para sentir diariamente la rica textura del milagro de la vida.
Quiero expresar mis condolencia a su esposa Lucy, a sus hijos, a sus nietos, a sus hermanos, especialmente a mi hermano Luis Enrique Rodríguez Sánchez “Pipo”, ambos fueron mis Maestros en mis primeras enseñanzas, les guardo un fraterno afecto; me enseñaron a aprovechar cada instante, a viajar con seguridad, en que todo llega para mi bien, a creer en mí, a darle aire a mis alas para volar por el universo; con “Pipo” expreso mi dolor, porque su dolor es mío; con César expreso mi gratitud, porque pasó por mi vida recordándome que las almas no se cruzan por casualidad.
La partida de César, me recuerda la temporalidad de la vida, y aunque me duele el dolor de su familia, mi memoria se niega a olvidarlo, porque vive en el afecto de mi recuerdo; porque no puedo olvidar su generosidad sin par; sé que está en un lugar de luz, en donde el amor se perpetua; en donde la vida renace, en donde no sufre porque ha pasado a otra etapa de evolución espiritual; en donde nos hace ver que no estamos solos y que la vida no es dolorosa como a veces con la muerte lo parece.
En las mocedades de “Pipo” y mías, César nos enseñó a cantarle a la vida; a volar sobre el campo, meciendo el verde cañaveral; a soltar las penas; a viajar ligero de equipaje; a ser felices pese al dolor; a ser felices pese a los golpes de la vida; fue nuestro Maestro para sanar las heridas de las circunstancias difíciles con la sana alegría.
César Saavedra, fue un instructor de vida para Luis Enrique y para mí; fue una solidaridad andante; un Maestro de afecto, que nos ilustró para extasiarnos ante las cosas pequeñas, y maravillarnos ante el milagro del nuevo amanecer; nos enseñó que en los profundos umbrales del dolor está la paz del cambio; la alegría del saber que la gente parte en el momento preciso, ni antes ni después; es un simple ejercicio de cerrar el círculo para volver a empezar, para volver a las manos de las que salió; para encontrarse consigo mismo en la totalidad del universo, todo entero e indiviso.
Claro que me duele la partida de César Saavedra Sánchez, pero la vida continua, la función no se para, HOY daré un sorbo al café de olla, y seguiré adelante, porque el ‘Teatro de la vida’ es una obra que no puede parar, después de que se baja el telón para alguien, se levanta para otros; la vida es un viaje para disfrutar, para maravillarnos mientras actuamos en el escenario dando el máximo, dando todo, sin medias pausas, sin prisas, impregnando la obra de nuestro afecto, de nuestro aliento divino.
Cuando la muerte llega, con ella llega la reflexión, esa que nos invita a descansar para reparar; ayudar para sanar, y después a soñar para sacar nuestra belleza, renacer, renovarnos, autocorregirnos, sacar nuestra inquebrantable Fe y seguir adelante al encuentro con nuestro destino, convirtiendo nuestra tarea en una obra maestra, que abrigue la esperanza de que todo lo que se hace con amor está llamado a prosperar.
El dolor de la partida de un amigo como César Saavedra Sánchez, lastima, deja un hueco en nuestro corazón, nos deja una lección: “Cuando se vive con amor se es recordado con amor”, nos ayuda a aprender a no malgastar nuestra existencia, a darle diariamente un sorbo al agua de la vida para tener suficiente alegría, para encontrarnos con nuestra fuerza interior, abrazar viejos amigos y seres queridos y encontrarnos con nuevas amistades que portan enseñanzas, que nos llevan a caminar por la senda del nuevo amanecer para seguir siendo seres que no malgastamos la energía, que escuchamos nuestro corazón, entendemos nuestra intuición que no nos abandonamos a nosotros mismos para sacudir el polvo de viejos lodos.
En éste momento de dolor, hago mía las palabras de Joaquín Sabina que dice:
“Sacude el polvo […de la muerte de un amigo] de tu corazón,
márcate un baile con la aurora,
cualquier tiempo pasado fue peor,
somos más jóvenes ahora”
Parafraseando a Don Jacobo Zabludovsky, el viejo Filósofo de Güémez afirma:
“Todos vamos rumbo al panteón, pero no la ‘inguen… ¡NO ME EMPUJE!