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Tanto hace que no hay motivos de festejo popular en nuestro querido Veracruz; tanto tiempo que los temas trágicos se apoderaron de las charlas de café en una extraña mezcla de política y sangre, sangre y política, que poco a poco fueron minando la tradicional alegría jarocha veracruzana, hasta lograr que el saludo ya no sea efusivo y los buenos deseos hoy se conviertan en plegaria divina.
Nos hemos ido deslizando en una rampa interminable que inició de forma sutil y casi imperceptible hasta convertirse en un ciclón de acontecimientos que fluyen tan rápido que no nos dan oportunidad de analizarlos cuando ya apareció otro peor y peor y peor, sin que se vea el final de esa vorágine que pueda dar lugar a una situación de tranquilidad y paz.
Y pensar que el chirinato representó en su momento un gobierno criticado y hasta repudiado por algunos, pero que a su término dejó dinero en las arcas públicas para el inicio del gobierno alemanista; sin adeudos con proveedores y al corriente en el tema de pago a obras en proceso, con la garantía del pago total una vez concluídas.
Llegó un nuevo gobierno que apuntaba a ser semejante al de Gutiérrez Barrios en su duración (2 años), por la aspiración de MAV de ser invitado al gabinete de Labastida en la Secretaría de Turismo, cosa que no sucedió por culpa de Fox. Y como consecuencia de la derrota electoral a un sistema monárquico que mantuvo en “órden” a todos sus súbditos, una vez consumada la desaparición de su “Rey”, se declararon como los primeros independientes y posteriormente en Virreyes de su propio reino, comenzando la fiesta, los brindis, los excesos y la debacle.
Apareció el primer impuesto estatal que gravó el sólo hecho de existir una nómina, sin que necesariamente existiera relación con la productividad y rentabilidad. Algo así como un castigo por tener trabajadores en lugar de dar un estímulo a la formalización de empresas y al esfuerzo por la generación de empleos. El viacrucis en marcha.
Vino entonces la primera ocasión que hablamos de adquirir un préstamo por la cantidad de 3,500 millones de pesos, que en aquél entonces sonó a una cantidad exageradísima. Ingenuidad pura demostrada con la poca claridad del destino de ese préstamo, autorizado unos días antes de finalizado el sexenio, sin que nadie lo exigiera. Aunque algunos suponen que el dinero salió volando.
Llegaron después los huracanes bursatilizados; los nuevos préstamos, las reestructuraciones, etc., etc., y el dinero desapareció en las inundaciones sin que nadie pudiera hacer algo por detenerlo. Cosas de la naturaleza.
Hoy nadie se acuerda del susto por la primera deuda estatal, porque la discusión está en ver quién le atina al melate sobre el verdadero monto de la deuda, que se supone rebasa por mucho los 100 mil millones de pesos (no logro imaginarlos juntos).
Veracruz se transformó automáticamente en algo distinto; no hay gente en las calles y tampoco se vive la fiesta y alegría que antes era permanente. No se respira confianza ni seguridad y sí se percibe el temor y el miedo. El cariño fraternal entre los veracruzanos, expresado con una cálida mentada de madre ha sido reemplazado por una leve inclinación que hace las veces de saludo. El miedo ha alejado todas las muestras espontáneas del lenguaje veracruzano, para hacernos parecer como más civilizados. (tradúzcase en miedosos).
Ni la opresión que trajeron los españoles cuando la conquista logró apagar nuestro espíritu de fiesta como sí lo ha logrado el viacrucis que se ha prolongado por muchos años y que amenaza con extenderse por más de una generación.
La crisis económica nos ha hecho vivir entre la fantasía oficial de cifras alegres que endulzan el oído al ejecutivo, a una realidad muy distinta que aplasta el ánimo del pueblo hasta ahogarlo en sus propias lágrimas de desesperación. Ese es mi pienso.