Uno creería que la Ciudad de México sería la joya de la corona de sus satánicas majestades donde Los Rolling Stones cerrarían su gira por Latinoamérica… Pero el anuncio de realizar un concierto gratuito en Cuba literalmente cambió la historia.
Dice un poeta tabasqueño que a Cuba se pone el primer pie y uno ya debe estar libando hasta que se aborda el avión a México; que así se inspiran los que escriben en esta tierra atrapada en la nostalgia del pasado, donde Hemingway hizo famoso al mojito de La Bodeguita y el Daiquirí de La Floridita.
A La Habana llegamos Betogato, el Rogo y un servidor un día después de que Barack Hussein Obama visitó la isla y rompió con la ausencia de un presidente gringo en más de 50 años. La capital cubana tenía todavía ese tufo a canción de Bob Dylan: “The times are changing” (quizás es mi imaginación pacheca) y desde el aeropuerto José Martí hasta el centro de Cuba, Don Rondán nos lleva en su taxi amarillo a una velocidad bastante rápida, considerando que la considerable distancia hasta el hotel se hizo en pocos minutos.
En un principio uno pensaría que las avenidas están así de arregladas precisamente por la reciente llegada del presidente negro, pero La Habana ha puesto especial desempeño en cuidar sus calles… Al menos las más públicas y recorridas. Ni un sólo bache, pues.
El famoso Capitolio se encuentra en remodelación, rodeado por láminas y andamios, como otros edificios de la parte medular de La Habana. Algunos vehículos viejos descansan para esperar la mañana y ser repartidos entre los turistas; pero por las noches, las calles están desoladas, con uno que otro vestigio de trasnochados que entran a los hoteles a seguir la parranda.
Tratando de imitar los pasos de Ernesto (que no el Ché) la madrugada se pasa entre latas de cerveza Cristal y Bucanero en el Hotel Inglaterra.
Jorge, el guardia de seguridad que cumple años, acaba de correr a dos que se hacían pasar por clientes, pero en realidad andaban ofreciendo el servicio de hospedaje en casa particular… “Esos dos no son buenas personas; tengan cuidado”.
Mientras las chelas corren y corren y corren y corren…
VARADERO
Amanece. La Habana, acostumbrada a trabajar, con Obama o sin él, no se detiene. Ya andan en la jornada quienes venden desde puros hasta viajes en coco-taxi o carruajes “a precio especial porque ustedes son mexicanos”.
Dicen que Varadero tiene una de las playas más hermosas del mundo, pero con el único inconveniente de que para seguir la tradición “jemingüeyana” se promueve el “self-service” y es una lata andar buscando néctares que te dan en unos vasitos bastante milimétricos. Ahora se entiende porque los turistas llevan sus propias garrafas de litro en mano o botellas de vino completas y andan permanentemente ebrios.
Una sarta variada de montañas femeninas de todos los colores, formas y tamaños. Es inevitable apreciar, coño, esa alfombra tendida bajo el sol… Como un horizonte erótico.
La llegada a este paraíso también fue atropellada: luego de dos horas en el trayecto entre La Habana y Varadero (a un costo bastante considerable de 80 pesos convertibles, algo así como mil 300 pesos mexicanos), nos equivocamos de hotel y tuvimos que tomar otro taxi que concretamente era un huevito. Un carro chino o ruso o vaya usted a saber qué tipo era, pero el Alfredo nos dice que sí cabemos y nos cobra 5 pesos por llevarnos al hotel correcto… que está al lado.
Así que imagine a tres tipos regordetes amontonados en la parte posterior cagados de risa.
Cuba amanece con mucho movimiento. En Varadero el tour es por 150 pesos cubanos convertibles diarios (los famosos CUC) para viajar desde temprano a La Habana y regresar al hotel a las 5 de la tarde. Pero lo correcto, al menos por hoy con todo el desvelo y las ganas de seguir catando, es ir a esa playa transparente. La otro fue arrimarse a la alberca y platicar con Rosa, la bar-tender, de buena mano para los cocteles con ron.
Entre la plática surge la anécdota de que en la carretera nuestro taxista Erick fue detenido por un motopatrullero…
–¿Y le pidió un varo?
–¿Qué es varo? ¿Dinero?- interrumpe Rosa.
Se asiente.
–No, chico, tú estás equivocado. Aquí en Cuba no podemos hacer eso. Está prohibido. Si lo detuvieron es porque debe haber ido a exceso de velocidad y le deben haber llamado la atención, pero la policía no te pide dinero.
Explica que en la isla si algo tienen muy presente, es que la seguridad es un factor determinante para cuidar al turista (especialmente el de Varadero) y también a los cubanos.
De repente llegan unas mexicanas a pedir tequila, y aparecen en escena dos nombres desconocidos al menos para este relator: José Sarmiento (cuya etiqueta es la del típico mexicano huevón parado junto a un nopal) y Olmeca, cultura que a lo mejor manejaba el agave y allá en México lo desconocíamos…
¡Tómala, Jalisco!
LA HABANA
Que al día siguiente habría que pararse temprano al concierto de los Rolling Stones. En las orillas de los pueblitos, cientos de cubanos esperan la “Gua-gua” que los lleva al trabajo, en plena oscuridad de las 6 de la mañana.
Algo tiene Cuba estos días que en pocas semanas tuvo tres visitas relevantes de alto nivel: el Papa Francisco, el primer presidente negro de los Estados Unidos y el concierto de los Rolling. La capital de la nueva trova parece un lugar cuyo romanticismo es inevitable, y atrae precisamente por su historia, su música, su desmadre.
Sí, hay quienes vienen a visitar mujeres muy hermosas. “S-exo” también ocurre.
Hay uno que otro gringo, como Bridget, la escritora viajera de Nueva York con la pierna tatuada, quien platica que han sido dos semanas increíbles en La Habana y que su viaje pasó en conexión con la Ciudad de México, por las restricciones todavía existentes de vuelos entre Cuba y Estados Unidos.
De hecho el turismo predominante es el de los canadienses, quienes también tienen convenios con Cuba en materia de exploración y refinación petrolera. Sobre la carretera a La Habana se ven esas instalaciones y el inconfundible aroma a hidrocarburo que recuerda a Minatitlán, Poza Rica o cualquier otra ciudad petrolera de Veracruz.
Hay también mucho chino, ruso y latinoamericanos. Uno que otro español. Admiten que toleran muy forzosamente al venezolano, a quienes señalan por nunca dejar propina, quejarse por todo y llegar a venderles a los cubanos ropa usada y celulares descompuestos, aprovechándose de la situación.
Café cubano necesario y unas huevos fritos con embutidos. Pan dulce para amarrar.
En La Habana Vieja, los barrios inundados de santeras que fuman puros enormes y te piden que te tomes unas fotos con ellas para cobrarte, a cambio de no recibir una maldición. Así que como diría Chico Ché: “¡Ushcale, ushcale!”.
“La Bodeguita de Enmedio” también es inevitable, como lo es atascarse de mojitos y rayar las paredes. Se prepara también la mezcla de mojito con Cristal y resulta algo así como un “bull” bastante delicioso.
Hay todavía un afiche del encuentro Obama-Raúl, en la que decenas se fotografían como parte del tour. Por estas calles anduvo el presidente estadounidense.
En La Habana Vieja, algo tienen los mexicanos que los distinguen inmediatamente. Los cubanos sienten curiosidad por saber cómo están las cosas en el terruño. De hecho saben que Veracruz es parte de la historia cubana: que de Tuxpan partió el Granma para iniciar la revolución y que Fernando Gutiérrez Barrios fue un personaje determinante para que Fidel y su comitiva estuvieran protegidos antes de iniciar su trayecto a la isla para iniciar su aventura armada.
Son las cuatro y hay que ir a la Ciudad Deportiva, a donde ya se ven llegar por montones a miles. Es curioso, pero son pocos los cubanos que saben quiénes son los Rolling Stones y acaso reconocen “Satisfaction”. Lo que sí es que sienten curiosidad por ver a una banda legendaria, porque para la fiesta son buenos.
Es jueves feriado y el smog de autos viejos inunda las calles. Leymar, el taxista, acuerda estar todo el día con nosotros sirviendo de transporte, hasta al final de la jornada.
CIUDAD DEPORTIVA
La sede es un enorme complejo con canchas de futbol y beisbol. Desde las primeras horas del viernes se logra distinguir una gran cantidad policías y personal de seguridad que rodean dicha zona.
Lo que sí es difícil de encontrar es un baño, una letrina como esas portátiles que abundan en los eventos masivos en México y la vejiga no perdona. Dos letrinas a los costados de los accesos son insuficientes para quienes aprietan las piernas nerviosos de que salga algún inevitable chisguete. Hasta una hora en línea.
Detrás de nosotros está una mujer sueca fumando. Se llama Helena y pregunta por las canciones que se oyen en las bocinas; con ella la plática sigue hasta que por fin se logra descargar y espera a la salida para presentar a su amiga Ulla. Se platica de todo: de los Cardigans, de ABBA, de los libros de Stieg Larsson, de los terribles atentados en Europa; que Helena vive en un pueblo donde hay días donde sólo hay cuatro horas de noche y el resto es de día. Ulla habla un poco más de español y comenta que tienen ya dos semanas en la isla. Se nota su encanto con Cuba. Hay que despedirse porque la gente sigue llegando y también hay que trabajar… Algún día iremos a Suecia… ¡Oh, sí!.
A sacar la “charola” de prensa, por si sirve de algo. Con eso se accede a un punto donde está amontonados los periodistas y también para rodear la gran multitud de en medio.
A las 20.36 horas, tiempo de La Habana, los “RolinsEstón” brincan el escenario a hacer historia con “Jumpin Jack Flash”, ante un mar de al menos medio millón de personas. Preciso: un océano de gente.
Muestran la misma vitalidad mostrada en México, pero el espacio fue totalmente rebasado al de casa. Los cubanos también exclamarían su sorpresa de que no habían visto tanta gente reunida y que incluso esto rebasó al Concierto de La Paz (aunque este contabilizó más de un millón en La Plaza de la Revolución). Lo curioso es que el cubano común no conoce los Rolling, ni saben de dónde son; algunos incluso decían que son americanos. Podría considerarse una apatía natural, pero es que los cubanos sencillamente no los conocen.
Y es que el mismo Jagger lo dijo en ese español que se le oye bastante chusco, pero con un mensaje contundente para lo que sería un régimen con fama de autoritario: “Era difícil que escucharan nuestra música, pero aquí estamos… Los tiempos están cambiando”.
Como cocuyos los miles de celulares de servicio limitado grabando a los británicos mientras transcurre la noche con “It’s Only Rock And Roll (But I Like It)” y “I’m Out”, donde Jagger se puso a retozar como tocotín. El escuálido líder dice que “es una noche inolvidable” y cambia “Wild Horses” por “Angie”: “esta es dedicada para los cubanos románticos”, dice.
A las 21.11 habla de un problema técnico para seguir continuando el concierto, por lo que decide platicar con los cubanos. Dice que están pasando una “noche muy chévere” y que hace mucho calor. Que anoche cenaron fish and chips en la embajada británica y bebieron whisky, pero que también hubo arroz con frijoles. Que finalizaron la noche bailando rumba. Siguen con “Paint It Black”.
Y es que Jagger parece tener la vitalidad de un adolescente de 20 años. Junto a Richards son el ejemplo de que los excesos no destruyen, chamacos. A lo mejor perpetúan. Neta.
Siguen con “Honky Town Woman” y le cede el micrófono a Keith para el momento de escuchar un poco de blues acompañado de Ron Wood y Charlie Watts. Se les une después Mick con su harmónica.
“Midnight Rambler”, que se extendió con los riffs y solos de Richards y Wood; “I Miss You”, “Start Me Up”, “Sympathy For The Devil”, “Brown Sugar” y cerrar con un coro de cubanos en “You Can’t Always Get Want You Want” y el himno “Satisfaction”.
Antes de cerrar, Mick Jagger haría un noble reconocimiento: “Gracias Cuba por toda la música que has regalado al mundo”.
Y así medio millón de cubanos y visitantes de otros países salieron del concierto como una marabunta excitada que tomó las calles como cuando la Revolución Cubana.
Sí, como aquellas épocas que todavía subsisten en las paredes de La Habana con sus mensajes rebeldes, testigos fieles de que los tiempos están cambiando para Cuba.