La historia la conocemos todos: el protagonista encuentra a su pareja en la cama con otro y, víctima de un “incontrolable” arrebato, consumido por los celos, mancillado su honor, arremete contra el hombre ajeno, asesinándolo a sangre fría. Luego se vuelve hacia ella, quien aterrorizada tras el homicidio que acaba de ver y sabiendo que su propia vida corre peligro, trata de alejarse. Pero él la sigue, la encuentra y alimenta el terror tocando el cuerpo femenino contra su voluntad, para finalmente llevarla a la cajuela de su automóvil y prenderle fuego.

Semejante trama le ha valido al cantante Gerardo Ortiz la exigencia de bajar su video “Fuiste mía” de Internet, así como la de ofrecer una disculpa pública, toda vez que se ha considerado que éste naturaliza la violencia contra la mujer y promueve el feminicidio. No es, sin embargo, el primer video musical que en este año es criticado por naturalizar la violencia de género: a finales de enero, la columnista española Barbijaputa evidenciaba la misma situación en la canción y video “No soy una de esas”, interpretados por Jesse y Joy y Alejandro Sanz. Podemos, incluso, apostar que en un análisis rápido de los éxitos del momento, una alta cantidad de ellos resultarán culpables de transmitir mensajes machistas y violentos, en grados de sutilidad diversos.

Que haya grupos que exijan la retirada del video “Fuiste mía” me parece razonable, en tanto que su mensaje es directo y contundente, y contribuye a reforzar el mito acerca de la posesividad pasional en las relaciones románticas. Sin embargo, no logro convencerme de la pertinencia de la completa censura a éste. No porque el video o la canción en algún grado me resulten atractivas, sino porque dudo de la legitimidad intrínseca de la censura, así como de su efectividad y, especialmente, de la posibilidad de que se lleve a cabo.

En lo que creo es en la necesidad de seguir creando discursos que respondan a las producciones como “Fuiste mía”, los cuales a su vez han concebido conversaciones entre los receptores de la producción musical. Con suerte, el diálogo generado llevará a los cuestionamientos que permitan la crítica y el rechazo genuinos al mensaje que el video comentado transmite, sin la necesidad de prohibir su divulgación.

Creo también en dirigirse a cantantes como Gerardo Ortiz para que éstos realmente tomen conciencia de lo que su trabajo comunica, y lo que podría comunicar. Si Gerardo Ortiz se disculpa por el video “Fuiste mía”, podrá parecer una victoria, pero no lo será a menos que verdaderamente le dé un giro a sus siguientes temas, así como a las representaciones de éstos.

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