No me estoy anunciando, ni tampoco me estoy ofreciendo (aunque si quiere informes solicítelos Inbox), pero si hay alguna jovencita sin mayores pretensiones, sépase que ya estoy en la edad de convertirme en un abuelo muy galán. Tal vez no a la altura de Richard Gere, pero sí una extraña mezcla del Maestro Mauricio Garcés y el Flaco de Oro, en otras palabras, estoy “regular el parche”, pero otoñal.
Y le digo que ya puedo ser abuelo porque a mi hija la extlacoyo, se le ocurrió crecer… que es, según sé, una maldita costumbre que tienen los hijos. Ya tengo mi INE, ya tengo mi licencia de conducir, ya tengo edad para ir al antro y ahora quiero un teléfono celular nuevo, pues al tener dieciocho años, ya soy una adulta responsable y ya va siendo hora de estrenar teléfono y que me dejen de heredar esos feos cacahuates que ni ustedes quieren.
Lo primero que hice fue acomodarme los ojos que se me habían salido de las cuencas oculares, y cuando recuperé la conciencia y me levanté del piso le dije, Cómo serás dramática ¿A quién habrás salido? A ti, que eres igualito. Yo te enseñé a respetar a tus mayores y más a tu señor padre, respeta mis canas ¡Bibianita! Ven a ver a tu hija… y así por el estilo hasta que di por terminada la plática con un severo “¡Cómo serás dramática!”.
No obstante, comprenderá que no hay poder humano que le gane al llanto y la súplica de una hija, y mucho menos cuando esa hija es tan hermosa y tan bella como un paradisiaco amanecer postapocalíptico después de tener la certeza de jamás volver a ver la luz del Sol. Mi hija, que ya es toda una señorita, muy bella y muy guapa -¡Atrás lobos!-, cumplió la mayoría de edad apenas hace un par de días.
Para mi sorpresa y satisfacción, ella es muy centrada -a su edad yo no tenía ni credencial de Boy Scout- y es muy ocupada de la vida social y política de este desértico y agrietado país. ¿Me vas a decir por quién votar? Me preguntó. No, le contesté. ¿Me orientarás? No, insistí. Cuando menos dime quién es el bueno. El bueno, siempre será el bueno (imagíneme en plan Maestro Zen). ¿Y entonces por quién voto? Por quien quieras, no seas dramática.
Desde entonces lo está pensando, aunque tampoco crea que le roba el sueño. Lo que yo he cachado de sus cavilaciones (para sorpresa del imaginario colectivo), es que ella no está harta del PRI, por una simple razón: ella nació y creció bajo los sexenios panistas. Los Salinas, los Echeverría, los López Portillo y varios más de esa zoología política, para ella no son parte del horrísono bestiario nacional, son solo personajes que aparecen en los libros de texto… como los que aparecían en las monografías de nuestros tiempos, y nada más.
Ella pertenece a esa generación de jóvenes, llamados Millenials, que no se toman tan en serio la vida y que tienen en la tecnología su aliada perfecta. Son miles, millones de jóvenes menores a los veinticinco o treinta años que no solo no comparten las vivencias de un viejo PRI, sino que vivieron la realidad de un nuevo PAN. ¿Cómo lo perciben? Pregúntele a sus hijos. Ellos sabrán según les haya ido hasta este momento en la feria.
Por lo pronto, yo me quedo en posición de loto, esperando una nueva andanada de peticiones y sugerencias de la dramaqueen. ¿Que si ya huelo a suegro? ¡Uy! Ese chiste está muy viejo, pues no huelo, apesto a suegro. ¿Que si le daré las libertades que yo tuve? No me comprometa con esas preguntas. ¿Que si le voy a decir por quién votar? No, no pienso hacerlo, ella tiene que decidir quién es el bueno.
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