A 40 días de la jornada electoral ningún aspirante a la gubernatura ha dicho, manifestado o mostrado interés por las mujeres de Veracruz. Parece que dan por hecho que las políticas públicas actuales de género son suficientes. Que no hay nada que agregar. Como si fuéramos comparsa. Como si fuéramos las soldaderas de antaño que vamos atrás del contingente varonil.

Sabemos que en 15 distritos electorales, de los 30 que hay, los partidos y coaliciones tendrán que postular a mujeres. Pero lo hacen porque la ley lo exige. Vemos que de siete candidatos a gobernar el estado, sólo una es mujer. Somos más de la mitad de la población y más del 50 por ciento del padrón electoral y no estamos ni somos consideradas en equidad para el ejercicio público.

La secretaria de la Diputación Permanente de la LXIII Legislatura Local, Ana Cristina Ledezma López, presentó una iniciativa que reformaría el párrafo segundo del artículo 2° de la Ley de Servicio Público de Carrera de la Administración Pública Centralizada del Estado que busca garantizar que en las convocatorias, nombramientos o designaciones que la administración pública emita, deberá garantizarse el 50 por ciento de los espacios públicos para cada género.

La legisladora explicó que,“para reconocer el trabajo y las habilidades de las mujeres veracruzanas, es necesario brindarles la oportunidad de tener la titularidad en las dependencias del estado, pero en condiciones iguales con los varones. Contar con al menos la mitad de los espacios de Dirección es fundamental porque incorporará la igualdad de género.”

El discurso “viste” a los políticos, pero es momento de exigir los espacios que merecemos, de ser tratadas –en la práctica política- igual que nuestra contraparte de género. No se trata de concesiones, sino de representaciones proporcional al número de personas que somos en este estado. Es, simplemente, un acto de justicia.

¿Quién dijo que somos inferiores o incapaces para la función pública? Porque de “alguien” debió salir tan brillante idea que nos confinó a través de los siglos a labores menores. Muchas de ellas realzadas en el discurso masculino para reforzar nuestra conducta a quedarnos en el rincón de la historia.

En forma violenta y explícita o sutil y delicada, nos han marginado de la función pública. Como si nuestra capacidad fuera menor a la de los varones. Somos igual intelectualmente. De hecho, en algunos casos somos más resistentes a las labores físicas que nuestros compañeros.

Ejemplos sobran, pero le pongo el siguiente escenario hipotético. Ambos jóvenes y exitosos. Aportan la misma cantidad de dinero para la manutención del hogar. Trabajan el mismo número de horas y tienen la misma responsabilidad. Sin embargo, al llegar al hogar él descansa y enciende el televisor mientras ella, va a “calentar” lo que la empleada doméstica dejó preparado.

O si lo quiere, ambos son empleados explotados en una tienda de conveniencia, él cargador y ella cajera. Tres hijos, regresan a casa y, lo mismo. Ella prepara la cena, la comida de mañana, revisa que la ropa de los menores esté limpia y en su lugar y, es la última en dormir y la primera en levantarse para preparar el desayuno y llevar a los hijos a la escuela.

Ojalá pronto la equidad sea una realidad en nuestra vida privada y pública. Ojalá un día nuestras hijas y nietas sonrían por las “minucias” con la que sus antepasadas se molestaban. Ojalá…

Por hoy es todo, les deseo un excelente día y nos leemos en la próxima entrega.