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“Canto a la raza, raza de bronce, raza jarocha que el sol quemó. A los que sufren, a los que lloran, a los que esperan, les canto yo. Alma de jarocha que nació morena; talle que se mueve con vaivén de hamaca; carne perfumada con besos de arena; tardes que semejan paisajes de laca; boca donde tiembla la queja doliente de una raza entera llena de amarguras. Alma de jarocha que nació valiente para sufrir todas sus desventuras”.
Sentencia, premonición, vaticinio o simplemente una afirmación de lo que somos. Una sociedad de oro que ha sido saqueado para rebajarnos a bronce. Una raza humillada por el conquistador y aun así le aplaude y le rinde pleitesía. Gente sencilla que llora, que espera con una queja doliente llena de amarguras, pero a pesar de eso seguimos de pie sufriendo nuestras desventuras.
De que estamos hechos? Porqué somos tan aguantadores? Porqué tan ingenuos? Porqué tan sufridos y sin reclamar? Cambiamos con la conquista o ya forma parte de nuestro ADN.
Todos los días somos víctimas de un mini atraco y lo hemos convertido en una práctica natural y por lo mismo completamente admitida. Y no necesariamente de forma violenta a manos de un vulgar delincuente, no; los asaltos a diario son perpetrados por: la compañía de telefonía, gas, cable, supermercados, banca comercial, gasolineras, tiendas de paguitos, taxistas, etc., sin que exista reclamo, sólo la queja doliente y ahí le seguimos.
Lo que no entra en la categoría de mini atracos sino todo lo contrario, son perpetrados por la clase política que se sirve con la cuchara grande y de forma exagerada y desproporcionada. En nuestra cara, sobre nuestras lágrimas, encima de nuestro dolor y frustración, pisoteando nuestra débil esperanza de “salir adelante”, burlándose de la ignorancia y limitada memoria de nuestra raza valiente acostumbrada a sufrir sus desventuras.
El esfuerzo y trabajo del pueblo no alcanza para cubrir la ambición desmedida de los políticos; pagamos todos sus lujos de hoy y los de sus generaciones del mañana. Sólo porque nos concedan el alto honor de “representarnos” en el Congreso, la Presidencia Municipal o en el Gobierno Estatal, como si sólo ellos pudieran y nosotros no. Porque ellos pertenecen a la nobleza y forman parte de un partido político y nosotros somos simples plebeyos que tendríamos que reunir miles de firmas sólo para que el órgano electoral las rechace. Ese es el juego. Esa es la burla.
Raza de bonce que trabaja toda una vida para lograr una casita de 80 mts2 del infonavit en la colonia Salsipuedes, con el mínimo de los servicios básicos, hasta donde llega caminando el político en tiempo de campaña, para darse un baño de pueblo y recibir el aplauso de los sufridos que se sienten honrados de constatar que el “personaje” parece humano y hasta se esfuerzan por “tocarlo” para comprobarlo.
Y cual doncella que es convencida por las palabras enmieladas del seductor y cede lo más preciado, así la raza jarocha que nació valiente para sufrir todas sus desventuras, porque una vez entregado el voto, el rufián no regresará sino hasta el siguiente proceso electoral. Así es la historia. Y si no lo creen, chequen los nombres de los personajes y verán que sólo cambian las fechas, porque son los mismos.
Nuestra raza solo sufre y se queja, pero no exige cuentas; no creemos tener el derecho de hacerlo. Por eso nos han robado, nos han saqueado y lo hemos visto con sorpresa e incredulidad, como un efecto visual que va transformando personajes que antes vimos con una mano atrás y otra adelante, para convertirse en millonarios en sólo un sexenio, pero como buscan repetir, entonces serán mega millonarios mientras el pueblo caminará en sentido inverso hasta ser mega pobres.
La confirmación de lo dicho está en el discurso de una política yucateca que llama a no juzgar al gobernante actual y dejarlo para el juicio de la historia. Apostando a que seguramente se olvidará.
Cómo quisiera cambiar el lamento jarocho, pero es mi raza la que no quiere; prefieren seguir siendo los que lloran, los que esperan, los que sufren, pero a esos no les canto yo. Porka miseria.