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Hoy les quiero platicar de José, un joven inteligente, lleno de ideales y entusiasmo. Ama el fútbol, está a punto de salir de la universidad, tiene 22 años y una discapacidad motriz, la cual le impide caminar de la misma forma que la mayoría de las personas. Sin embargo es un joven independiente, que encontró trabajo algunos meses atrás, pero llegar hasta ahí no ha sido fácil.
Para él resulta incómodo salir y sentir las miradas de toda la gente, algunos hasta lo han tratado mal. Mientras buscaba trabajo recuerda que hubo quienes le decían que no lo consideraban apto e incluso le insultaban. Lo que más le preocupa es que como él hay muchas personas y seguramente con casos más tristes.
Tan sólo en México existen 7.7 millones de personas con algún tipo de discapacidad, a esto debemos sumarle otros casos de quienes sufren discriminación por tener síndrome de Down, autismo o cualquier otra condición que los haga “diferentes”. Es cierto que para ellos habrá tareas que requieran más esfuerzo pero eso no implica que sean incapaces de hacerlas, un diagnóstico como los anteriores no debería ser lo primero que veamos, porque ante todo estamos olvidándonos de que son y somos seres humanos.
Al platicar con José pienso ¿en qué momento aprendemos que ser diferente está mal? Estoy segura que no es en la niñez, porque si bien los niños son curiosos no tienen prejuicios y si los tienen éstos son aprendidos por el entorno. Conforme crecemos nos volvemos intolerantes, competitivos e incluso ignorantes porque en muchas ocasiones es la falta de información la que nos llena de juicios absurdos y cierra nuestra mente.
Recientemente se hizo popular en redes sociales el caso de Haben Girma, la primera mujer sordociega en graduarse de Harvard. Durante un discurso en la Casa Blanca ella comenta parte de lo que tuvo que enfrentar para conseguir tal logro. Primero dejar África para buscar nuevos caminos en Estados Unidos, pero después tuvo que aprender a adaptarse a un mundo en el que la mayoría de personas pueden ver y escuchar, por lo que era difícil incluso saber qué podía comer.
Ella relata que tuvo que ser su propia defensora y por eso eligió estudiar Leyes para así volverse abogada y luchar por los derechos de personas que como ella necesitan abrir puertas distintas. Pocas veces somos empáticos y pensamos en los requerimientos de otros, y justo eso tiene que cambiar, no sólo en México sino también en el mundo. La educación puede ser uno de los principales motores de cambio, para ello hemos de adaptarla entendiendo la diversidad por la que todos aprendemos y comprendemos las cosas y no reduciéndola a letras o números.
Necesitamos más personas que aprecien la diversidad, que sean empáticos y ayuden a facilitar la vida de quienes tienen dificultades, como el caso de Haben Girma, al no poder ver ni escuchar, recibir el menú de comida en su correo electrónico no era un simple favor, era una obligación de la institución dónde estudiaba porque al igual que el resto de estudiantes ella estaba pagando por un servicio.
En nuestro país es necesario que prestemos atención a los 7.7 millones de personas que al igual que cualquier mexicano deberían recibir los mismos derechos y oportunidades, aplaudo los pasos que hemos dado como la reciente apertura de la escuela preparatoria para personas con discapacidad que hizo el Presidente Enrique Peña Nieto. Aunque, además del gobierno y las asociaciones civiles también es necesario que se involucre la sociedad y las empresas, que entendamos que convivir con personas con discapacidades no nos limita ni afecta nuestro desarrollo, al contrario, nos hace creativos, tolerantes y propositivos.
A todos los que han cerrado las puertas a personas como José ojalá pronto entiendan que la inclusión requiere un esfuerzo extra pero es una manera de crecer como sociedad y mejorar el entorno para beneficio de todos. Que todos somos seres humanos y las discapacidades no son limitantes para alcanzar sueños, muchos son los que han triunfado aún sin el apoyo debido. Pero serían más los que alcancen sus metas y se desarrollen adecuadamente si como sociedad prestamos atención a otras necesidades que no sean las nuestras.
Comencemos por dejar de poner etiquetas y utilizar expresiones como ─¡Estás tontito!, eres retrasado, ¡Que gay eres!, etc. ─ En ocasiones nuestros actos peyorativos inician desde el lenguaje. Y con sólo utilizar las palabras correctas y llamar a las personas por su nombre podemos empezar el cambio.