No puedo evitar reír para mis adentros cada vez que escucho a alguna persona quejarse de lo que sucede en su entorno. Incluso cuando alguien presume que es ciudadano y que por eso tiene derechos, más risa me da, porque en México no tenemos idea de lo que significa ser ciudadano. Ese término acuñado primero en las ciudades estado griegas y que recupera la revolución francesa, al grado que lo incluye en su himno nacional al inicial la primera estrofa con una arenga: ¨A las armas ciudadanos!!!! Formen Batallones!!!¨
Se preguntará ¿porque considero que los mexicanos no somos ciudadanos? La respuesta es sencilla. Porque no lo somos. Nosotros no decidimos nada en las cuestiones de las ^polis^, las ciudades. Ingenuamente creemos que con votar ya cumplimos con todos nuestros derechos y deberes ciudadanos. ¡¡Los políticos se han encargado de engañarnos!! Dirán algunos, cuando en realidad nuestra propia apatía, indiferencia e incluso irresponsabilidad son las que nos han llevado a abandonar el ideal de ciudadanía, para convertirnos en simples habitantes.
Mire, se lo dejo muy claro. Un ciudadano elige quien será el responsable de la seguridad en su municipio. Consensua con el resto de los ciudadanos que porcentaje del gasto público se va a utilizar en gastos como los de representación, viáticos, nóminas, etc., y que porcentaje del gasto se va a utilizar para obra pública. No sólo eso, el ciudadano determinará que obras públicas son las que se van a realizar con SU dinero en su municipio.
Si el alcalde pretendiera viajar a algún lado, o enviar a sus subalternos a algún lugar con los gastos pagados por parte del municipio, primero tendría que pedir autorización a los ciudadanos. Esos raros personajes (los ciudadanos) vigilarían que la calidad de la obra pública fuera la ofrecida, y si encontraran deterioro prematuro no dudarían un segundo en denunciar a quien autorizó dicha obra, a quien la realizó, a quien la supervisó y a quien la aprobó. Pero no se conformarían con denunciar en las instancias correspondientes, le darían seguimiento al caso, hasta que el daño fuera reparado y en su caso, castigados quienes hayan actuado de mala fe.
Los ciudadanos no permitirían ningún gasto superfluo. Tampoco actuarían de manera sumisa ante el poderoso, llámese alcalde, gobernador o presidente de la República. A todos ellos los consideraría como sus iguales, pero obligados a servir a la población, pues resultar electo en las urnas sería considerado un gran honor, y no un medio para resolver todos los problemas económicos.
Si hablamos de México, ¿Cuántas veces ha visto usted que resulte electo una persona que ya ha demostrado su incapacidad, o peor aún, su absoluta falta de ética para ejercer el servicio público? Y sin embargo resultan electos una y otra vez. Incluso ahora, vemos a candidatos a gobernador del estado que no tienen ni la mínima experiencia ni la mínima preparación, y sin embargo se animan a ser candidatos, porque su líder los invita. Pero eso no es lo más grave, lo peor de todo, es que la población formada por habitantes, no por ciudadanos, pierde la capacidad de análisis y piensa que alguien que no ha ejercido ningún puesto público es honesto (sin haber puesto a prueba su honestidad). En otros casos es peor todavía, el candidato no hace campaña en los medios, sino el líder de su partido, y mucha gente piensa que va a votar por el líder del partido (absoluta falta de ética al aprovecharse de la ignorancia de la gente), cuando en realidad está votando por un candidato no preparado para el puesto y desconocido.
Un ciudadano no permitiría que una acusación en los medios de comunicación se perdiera en el olvido. Vería que fuera investigada por las autoridades correspondientes, y según el caso, que el servidor público fuera sancionado con todo el peso de la ley, o el medio de comunicación que transmite información falsa sufriera no sólo el repudio de la sociedad, sino también sanciones acordes a su falta.
Un ciudadano obligaría a sus representantes a aprobar las leyes anti corrupción, y de ninguna manera permitiría que se convirtiera su aprobación en una lucha política en la cual los partidos secuestran las iniciativas con el fin de obtener beneficios político-electorales.
Un ciudadano estaría informado de lo que pasa en su municipio, en su estado y en su país (cuando menos), para tomar las decisiones adecuadas, y exigir que cada uno de ellos tome el rumbo que más convenga a los propios ciudadanos, rumbo decidido por los mismos ciudadanos, no por sus líderes.
Un ciudadano estaría vigilante sobre la calidad de la educación de sus hijos. Jamás se desentendería de los asuntos escolares y exigiría verificar –para mejorar- los resultados de las evaluaciones nacionales. Es más, exigiría evaluaciones de calidad y desempeño escolar cada año, para cada grado escolar. Jamás permitiría maestros chambones. De hecho al defender sus derechos, no permitiría prestadores de servicios chambones, sea cual sea la profesión que ejerzan. Y tampoco permitiría abusos de instituciones públicas o privadas, y mucho menos que las grandes empresas en contubernio con los gobernantes, abusen de posición preponderante para comprar barato y venderle caro a los mexicanos.
Un ciudadano tendría memoria. Sabría quien le ha cumplido y quien no. Exigiría la revocación de mandato y la ejercería plenamente, evitando el control de quien ya está, buscando sólo el beneficio de su sociedad.
Para ser ciudadano primero debe de evitar la búsqueda del beneficio personal a favor del beneficio colectivo. No ser corrupto, no ser ladrón, no ser ignorante, estar informado, tomar decisiones, actuar, organizarse con otros ciudadanos, dedicarle tiempo y dinero a los asuntos de todos, que son los asuntos de la política.
Creo que queda claro que en México no hay ciudadanos, o quizá hay muy pocos habitantes dignos de ser llamados ciudadanos. Pues siempre permitimos que otros tomen las decisiones importantes que a la larga afectan la vida y el desarrollo propios, de nuestras familias, de nuestro entorno económico, del municipio, del estado y del país.
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