Qué bonito es lo bonito, y es que después de la jornada electoral del pasado 5 de junio, creo que, aunque suene a un lugar común, la única que ganó fue la democracia, es la ganadora absoluta sobre todo si se toma en cuenta que, como su raíz etimológica indica, la democracia es el gobierno del pueblo. Como sabemos, el domingo se llevaron a cabo las elecciones para renovar 12 gubernaturas, entre ellas la de Veracruz, más Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala y Zacatecas, así como en algunas entidades las presidencias municipales y en otras el total de los Congresos estatales.
De las 12 el PRI gobernaba 9: Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Quintana Roo, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas; el PAN dos en coalición: Puebla y Sinaloa, mientras que la alianza Movimiento Ciudadano-PRD-PAN gobierna Oaxaca, y bueno, a partir del domingo pasado el panorama se invirtió de manera tajante quedando el mapa electoral de la siguiente manera: Aguascalientes, Chihuahua y Tamaulipas los gana el PAN sin alianza; Durango, Puebla, Quintana Roo y Veracruz los gana la alianza PAN-PRD, e Hidalgo, Oaxaca, Sinaloa, Tlaxcala y Zacatecas el PRI en alianza con el Partido Verde y el PANAL, más otro partido local que también fue en coalición en el estado de Tlaxcala, quedando la cuenta en gubernaturas 4 para el PAN, 3 para la alianza PAN-PRD y 5 para el PRI y sus aliados históricos. Aquí habría que anotar le elección que para elegir al constituyente de la CDMX se llevó a cabo ese mismo domingo, en una elección muy sui géneris y que no va a ser motivo de comentario alguno en esta columna.
Como alguien que cree en los sistemas democráticos de partidos y en la democracia en sí como el único medio que hasta ahora ha inventado el ser humano para renovar los poderes públicos en base a la voluntad ciudadana (soberanía popular), no me queda más que congratularme de ver cómo nuestra democracia, aún imperfecta, ha ido madurando, se ha idos asentando y se ha ido haciendo cada vez más confiable, pero sobre todo, me complace ver cómo la ciudadanía está haciendo del sufragio libre y efectivo una herramienta útil para refrendar la confianza en un color de un partido o de varios partidos en particular, o para censurar su actuación y denegar su confianza como representante público. Todavía tenemos una asignatura pendiente para terminar de redondear un sistema democrático de partidos y esta consiste en lograr incrementar la participación ciudadana en aras de dar una mayor legitimidad a los procesos electorales.
Como quiera que sea, en estas elecciones la participación de los ciudadanos tuvo un incremento sustantivo, lográndose que en términos redondos las elecciones pasadas hayan tenido una participación superior al 50% de los ciudadanos enlistados en la lista nominal de electores. Queda otro asunto pendiente que seguramente se tendrá que discutir y debatir ampliamente por la Cámara de diputados en los próximos días, y este consiste en revisar las reglas del juego electoral que eviten la dualidad y la duplicidad de funciones que se da actualmente entre un órgano electoral nacional como es el Instituto Nacional Electoral y los órganos públicos locales electorales (OPLES). Así como están las reglas actualmente el mecanismo de participación de cada uno y los traslapes que se dan entre las actividades preparatorias de uno y otro organismo, resultan muy costosos, y con muchos huecos en su operatividad y funcionalidad e inclusive en su confiabilidad, imparcialidad y certeza.
Aunque suene a lugar común y resulte una obviedad para muchos decirlo una vez más, en la democracia se gana y se pierde, con lo que sucedió el pasado domingo ganó la democracia –que probablemente no sea el mejor sistema para elegir a nuestros gobernantes, pero es el único que tenemos para elegirlos-, ganaron todos los ciudadanos y ganamos todos por encima de quienes auguraban lo peor, adelantaban la manipulación de los comicios y la tergiversación de los resultados finales.
Felicidades a México y felicidades a Veracruz.