Ante nosotros está una persona totalmente aleatoria. Su nombre y su género no importan, basta saber que tiene un hogar confortable, ingresos medianamente satisfactorios, una computadora e Internet. Sin que nos note, se sienta frente a su computadora y se dispone a navegar un rato en su red social favorita, en la cual opina, comenta y comparte información.

Da la casualidad que ese día, el tema más sonado es lo referente a la comunidad LGBT, ya que se acerca el Día Internacional del Orgullo y los ánimos están revueltos. Nuestro personaje, por supuesto, es muy liberal y le gusta apoyar y aceptar a la gente “diferente”, como él mismo la define porque no le gustan las “etiquetas”. Ha lucido, incluso, en su foto de perfil, la bandera multicolor del Orgullo LGBT. A lo mejor nuestro personaje vive actualmente con una pareja de su mismo sexo, o tal vez ha tenido intereses románticos homosexuales, aunque sin concretar. Puede que tenga amigos gays, cuya preferencia sexual suele olvidar porque “ni parecen”.

Nuestro personaje respeta, pero hay algunas cosas que le sacan de quicio. Por ejemplo: ¿por qué en el desfile del Orgullo LGBT hay hombres que salen con pocas y diminutas prendas? ¡Para colmo, esas prendas resultan… femeninas! ¡Algunos van maquillados o con pelucas de colores de fantasía! A nuestro personaje le resulta inconcebible que estas personas quieran reivindicar sus derechos de ese modo tan poco serio. “No son las formas. Piensen en los niños”, comenta molesto. ¡Ni que fuera carnaval…! Una cosa son las comparsas con poca ropa, pero que son mujeres bonitas, y otra son los hombres con poca ropa y cuerpos “menos bonitos”. ¡Piensen en los niños!

Además, continúa pensando, “algunos homosexuales son muy visionudos”. No sólo visten de manera “estrafalaria” en los desfiles, sino que en la vida diaria se toman de la mano o hasta se besan. No es que a nuestro personaje le incomoden esas muestras de afecto, pero es que le preocupa lo que puedan pensar los mencionados niños. ¿Y si se confunden y piensan que eso es “normal”?

Nuestro personaje sigue haciendo “scrolling” en su red social favorita, hasta que encuentra una publicación que dice: “Hombre que saluda con un ‘holi’, una amiga más”. Se ríe y la comparte, seguro de que otras personas participarán de su idea de que la identidad de género es determinada por la forma de hablar.

Pocos segundos después, Internet vuelve a ser escenario de su presencia. Esta vez, encuentra una publicación que le recuerda otra cosa que también le saca de quicio. En ella se hace referencia a los hombres que se depilan las cejas y usan pantalones ajustados, dando a entender que semejantes prácticas revelan una tendencia homosexual en quien las realice. Y nuestro personaje está de acuerdo y la comparte añadiendo un “jajajaja”. Vagamente recuerda a los “metrosexuales”, hacia quienes siente verdadera aversión: ¡Esos hombres, tan preocupados por su aspecto físico… como si fueran mujeres! ¡Eso no es varonil! ¡Y es muy confuso! Nuestro personaje ha tenido conversaciones muy incómodas porque el hombre que estaba frente a él tenía las cejas depiladas y usaba pantalones ajustados, pero tenía a su novia al lado. Entonces, ¿qué era? ¡Nuestro personaje tenía que saber! Sólo por curiosidad, claro.

Antes de cerrar su red social favorita, nuestro personaje –cuyo género y preferencia sexual, recordemos, nunca fueron definidos– piensa en volver a poner en su foto de perfil el filtro de la Bandera LGBT, “para mostrar su apoyo”. Además, recuerda que existe un video muy bonito de una pareja gay casándose y lo busca para compartirlo y declarar que “el amor gana”. Además, los del video están vestidos y son muy guapos, así que nadie se va a espantar ni ningún niño se va a traumar. Pero antes, ve que alguno de sus contactos compartió un link llamado “Homofobia interiorizada”. No lo abre, claro, porque está convencido de que él no es nada homófobo. Él respeta, pero lo único que pide es que se respeten las “formas”. Y que las “formas” sean las que él diga.

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