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Se acabaron los tiempos en los que un líder político tenía el control de todo, se acabaron los pueblos doblegados ante el yugo del capataz, los jóvenes que regresan a casa llorando sin poder explicar por qué, las parejas del mismo sexo que se citan a escondidas porque la sociedad no las acepta, ya no existen los Homo videns dirigidos sólo por la televisión, ni las mujeres que perdonan todo por amor o los niños pidiendo limosna en lugar de estar en un salón. Lo anterior pasa en mi utopía del siglo XXI, dónde la democracia se hace presente y somos más conscientes de la igualdad, nos preocupamos más por la educación y no existe la corrupción.

Tan sólo con estas últimas líneas recuerdo que seguimos igual, pues la corrupción es lo que más abunda y la educación es un punto eterno de debate y una supuesta búsqueda de mejora. Releo los titulares de la semana, ocurrió un tiroteo en Dallas, rápidamente paso la vista por algunos puntos: “Sería diferente si se tratara de blancos”, “América está dividida”, el racismo se hace presente en múltiples medios, ─ ¿Qué está pasando?, por un momento creo que me confundí y estoy leyendo sobre la guerra de secesión─ ¿En qué momento aprendemos a odiar así?, ¿A qué edad nos volvemos tan insensibles y desconsiderados?

François Dubet en su libro ¿Por qué preferimos la desigualdad? Señala que día con día tomamos acciones que fomentan que exista un 1% de la población privilegiada sobre el resto, en su obra, relata poco a poco lo que todos hacemos y consideramos normal pero en realidad va poniendo a otros en desventaja. El simple hecho de elegir un lugar para vivir, el mejor colegio para los hijos y asistir a ciertos eventos porque son los adecuados para personas de nuestro nivel, hacen que quienes no pueden disfrutar de dichas ventajas comiencen a vivir desfavorecidos.

No hace falta ir lejos para corroborar la teoría del pensador francés, si analizamos los paros de maestros, son realizados por los que pertenecen a las comunidades más lejanas, dónde los niños realmente transforman sus vidas por medio de la educación, lugares dónde quizás no cuentan con los servicios básicos, por ello decía José Ignacio Taibo II en días pasados: hay maestros que no apoyan la reforma educativa, son los que más necesitan ser escuchados e involucrarse en las mejoras que predica el gobierno. Sin embargo son los que más han ignorado.

En un sistema dónde la forma ideal de dar clases es dictada por los que siempre están detrás de escritorios administrativos ¿cómo podemos mejorar? Estos hechos se repiten en todas las temáticas planteadas al comienzo, juzgamos desde el exterior y nos creemos con el derecho de decidir por los demás desde nuestra formación y moral, pero olvidamos que la realidad del otro no es la misma que la individual.

Jorge Zepeda Patterson mencionaba esta semana los múltiples casos en los que los oprimidos llaman la atención por medio del uso de la violencia y pareciera que sólo así se les escucha. En Nochixtlán, únicamente después de los muertos se llevaron a cabo los intentos de diálogo. El mismo autor dice que “la eficiencia de un sistema político se mide en buena medida por su capacidad para gestionar con eficiencia las tensiones que brotan en su seno” y hasta el momento nuestro sistema ha permitido que todo se salga de control, para después querer simular paz por medio de declaraciones mediáticas.

 

Los discursos pueden sonar armónicos y motivacionales, ahora hemos de trasladarlos a la realidad, dejar de lado la cerrazón y actitudes líquidas en las que todo nos da igual mientras no nos afecte, el mayor problema social es el egoísmo, si comenzamos a recordar la importancia de estar unidos y rehabilitarnos en conjunto quizás podamos hablar de una sociedad que construye alternativas y no de oprimidos luchando contra los opresores.