Eran alrededor de las 19 horas, cuando el sonido del timbre interrumpió mi reposo. Estaba recostado en la cama, dormitando a veces, pendiente de que, en cualquier momento se iba a aparecer a las puertas del edificio de mi apartamento familiar el chofer del Lic. Pérez Utrera, por ello no me sorprendió el repiqueteo insistente del timbre, me incorporé de la cama y me asomé por la ventana que daba al corredor de acceso, y ahí abajo, en la puerta ya estaba esperando que me asomara el fiel servidor de mi jefe: “Licenciado, que dice el Licenciado Pérez Utrera que si por favor va a la oficina, que viene regresando de su junta en México y que quiere platicar con usted para darle instrucciones”, cuando escuche el timbrazo ya sabía yo de quién se trataba: “Okey, aguántame, me lavo la boca y enseguida bajo para que me lleves a la oficina”.
Instantes después el gigantesco portón de la cochera de palacio de gobierno se abría para que entráramos el chofer y yo. Tomamos el ascensor y llegamos a la planta alta, a la oficina del gobernador, vacía totalmente a esa hora y más en sábado. Me dirigí a la oficina que ocupaba en aquel entonces la secretaría técnica, al costado izquierdo de las escaleras de mármol, escoltado por el chofer que caminaba unos tres pasos atrás de mí como vigilándome que no me fuera desviar a otra oficina, finalmente llegué a mi destino aquella tarde-noche, en donde me recibió mi jefe con un: “¡Qué bueno que llegas, hay cosas qué hacer!”, por mi parte lo saludé y le pregunté obligadamente que cómo le había ido, qué cómo había estado la reunión.
“Muy bien, nos recibió Colosio con su gente, no te imaginas el respeto y la consideración que le tienen a Dante”. Los primeros momentos antes de que me diera instrucciones el Lic. Pérez Utrera, los dedicó a pasarme la crónica completa de cómo había estado la reunión con el presidente del PRI nacional y con los adláteres que le acompañaban, los ya mencionados Ignacio Ovalle Fernández, César Augusto Santiago y Jesús Salazar Toledano. Me describió cada detalle, cada gesticulación de Luis Donaldo, cada señal, las palabras cariñosas y afectivas para Dante y la preocupación que tenían por apoyar en todo lo que estuviera de su parte para sacar adelante el proyecto del gobernador.
“Se fue Colosio de la oficina y nos dejó a Armando y a mí para que platicáramos la idea central, que por supuesto ya conocían por boca del propio señor gobernador, él ha estado en comunicación constante con ellos y les ha platicado ampliamente su propuesta democratizadora”. Armando Méndez de la Luz y el Lic. Adán llevaban la última y más acabada versión de lo que se pretendía fuera la convocatoria, por supuesto ya con todos los detalles afinados para que no hubiera margen de error o para que hubiera lugar a controversias. La instrucción que habían recibido de Dante era defenderla lo más posible, negociando lo que fuera necesario negociar, pero tratando de preservar hasta las últimas consecuencias el proyecto democratizador.
Adán y Armando estaban conscientes que la tarea no era nada fácil, dicho con mucho respeto, los dos eran como un par de sardinas que se iban a enfrentar a unos White Sharks que traían entre ojo y ojo echar por tierra la propuesta “dantista”, la veían también con mucho escepticismo y dudas. La reticencia y la oposición no nada más estaba en algunos de los de acá, también la había en algunos de los de allá. La reunión se tornó virulenta, tensa, César Augusto Santiago y Chucho Salazar se oponían de plano al ejercicio democrático que proponía Dante y, de este lado, Armando y Adán tratando de convencerlos, y en medio de la discusión a veces álgida, la prudencia de Nacho Ovalle. “¿Es que es muy arriesgado lo que quiere Dante, es un ejercicio muy amplio que se puede salir de control y provocar una revuelta interna en el partido?”, alegaba César Augusto, mientras entre cigarro y cigarro, Chucho Salazar movía la cabeza en señal de desaprobación.
Así se fueron como dos horas hasta que finalmente intermedió Nacho Ovalle para calmar los ánimos de las ambas partes, ya que nadie cedía: “Señores, amigos todos, queridos César y Santiago, les ruego que vean el proyecto que nos envía nuestro amigo Dante Delgado, el señor gobernador de Veracruz, con los mejores ojos y lo suscribamos en todo lo que vale, porque si de algo debemos estar seguros es que Dante es un gobernador que tiene el pulso político de su estado en sus manos, por lo que si él piensa que eso es lo que le conviene a Veracruz, que no nos quepa la menor duda de que ¡eso es lo que le conviene!”
Repetía Adán cada una de las palabras de Ignacio Ovalle como recitación con la emoción reflejada en el rostro, haciendo énfasis en la voz pausada de Nacho Ovalle, tanto que yo me estaba imaginando en ese momento y al escuchar hablar al Lic. Pérez Utrera, que el que en realidad hablaba era Luis Echeverría Álvarez y no Nacho, en su estilo de impostar la voz estaba presente de manera inconfundible el sello del ex presidente que dejó marcados a tantos políticos de los años setenta.

Esta historia continuará mañana…