Aquella tarde, bajándose del avión que lo había llevado y traído en un lapso de 5 o 6 horas a la capital de la República a él –el secretario técnico- y al presidente del partido Armando Méndez de la Luz, para que defendieran el proyecto del gobernador, ya le estaba ordenando a su chofer para que lo llevara a palacio y de inmediato fuera a buscarme a mi casa.

Ese día me encontré a un Adán Pérez Utrera rebosante, irradiaba alegría, estaba poco menos que eufórico. En México, la gente de Luis Donaldo les había dado el visto bueno a la convocatoria y a todo el esquema que proponía el ‘priismo veracruzano’ para democratizar la selección interna de los candidatos a presidentes municipales. “Fue una buena discusión, no querían que pasara, Nacho se mantenía en medio, sin tomar partido por ninguno de los dos bandos, y enfrente teníamos a César Augusto y a Chucho que mantenían su posición irreductible, sobre todo este último, ¡Qué bárbaro, duro el tipo, yo diría que hasta intransigente!, pero te diré que siempre guardando la compostura y la consideración para Dante”.

“Pero lo importante es que ya aprobaron el proceso que está proponiendo el gobernador, ¡en todas sus partes, no le quitaron, ni le pusieron un punto y coma, salió como se la llevamos Armando y yo”. Esa tarde me dio instrucciones del trabajo que tendría que desarrollar para tener “bien amarradito” el proceso, y cuando subrayo “bien amarradito” a lo que se refería el Lic. Pérez Utrera era que teníamos que diseñar una metodología integral de trabajo, es decir, plasmar en papel y letra toda la organización del proceso, desde manuales de procedimientos, formatos, cartas compromiso, urnas, boletas, guiones para las convenciones, órdenes del día, entre otra documentación.

A la par de todo esto, me confiaba quiénes serían los dos candidatos de unidad del partido, es decir, los dos candidatos que, en los hechos, estaban siendo favorecidos por el “dedo divino”: “Mira, debemos amarrar también la elección de los dos candidatos de unidad, uno va a ser nuestro presidente del partido, que va a ser el candidato aquí en Xalapa, Armando es una posición que le interesa a Dante, y en Veracruz va ir Efrén López Meza, que es una posición que el gobernador le está concediendo al secretario de Gobernación, pero de ahí en fuera, todos los demás candidatos serán los que decida la militancia, Dante no tiene ningún compromiso y… ¡La línea es que no hay línea!”

No es la pretensión de esta crónica ponderar o desvirtuar hechos en los que participé desde la modesta trinchera de trabajo en la que me desempeñé en aquellos años. El proceso ha sido desvalorizado por algunos militantes, me constan cuando menos dos casos en los que Dante no metió la mano, los dos casos relacionados con Córdoba, la tierra de origen familiar de Dante y el lugar en el que creció y se desarrolló el político hasta el bachillerato: el primero, entre los muchos militantes y simpatizantes del PRI hubo alguien, cordobés, residente en Xalapa, que en aquellos años ocupaba una muy modesta delegación del gobierno federal en el estado. Este personaje, en vísperas del proceso de selección buscó una entrevista con el gobernador, y éste se la dio y en ella le planteó su interés de ser él el candidato del PRI en su tierra, Dante lo escuchó y le dio su “aprobación” con un escueto: ¡Búscala, si la ganas tienes todo mi apoyo!, por supuesto que no la buscó porque no le dio la línea que él esperaba.

El segundo, también de Córdoba. Una vez abierto el proceso mediante la publicación de la convocatoria y fijadas las reglas del juego, se anotaron como precandidatos entre 5 y 7 personajes conocidos entre la militancia priista de Córdoba, entre ellos por cierto una muy respetable dama. Se realizaron todas las actividades proselitistas que marcaban las reglas que consignaba la convocatoria, se eligieron previamente los delegados que iban a participar de la convención para elegir al candidato, la elección se llevó a cabo y en ella resultó ganador, probablemente el precandidato que menos simpatías despertaba en el ánimo del gobernador, jugo para presidente y ganó posteriormente para el PRI la alcaldía de Córdoba, el mandatario estatal no metió las manos ni a favor ni en contra, al final, como se dice vulgarmente, no le quedó más remedio que apechugar.

Aquel sábado relató Adán cómo, horas antes en la ciudad de México, Chucho Salazar había dejado asentada su oposición al proceso que en Veracruz el priismo local estaba impulsando por decisión del mandatario veracruzano, pero también cómo, en palabras del viejo y áspero militante priista del más viejo cuño, había refrendado a regañadientes su apoyo a su amigo Dante: “Pues si esa es la decisión de la mayoría en esta mesa, me sumo a ella. Yo quiero dejar bien claro que si estoy en esta mesa es porque me invitó a participar de ella mi amigo Dante Delgado, pero definitivamente no estoy de acuerdo, por lo que se los hago saber”.

Así era Chucho, aquel veterano priista, atípico, cascarrabias, malhumorado, que parecía una chimenea con lentes por su proclividad casi enfermiza por el cigarro. Al final, a Chucho no le quedó más remedio que apoyar, quizá pensando como en otro tiempo lo hubiera hecho esa especie de filósofo político que fue el veracruzano Jesús Reyes Heroles: “En política, lo que resiste, apoya”.

Esta historia continuará mañana…